Sebastián Wainraich: “A veces, hacerse el gracioso no es gracioso”
Sebastián habla de Sebastián, que en este caso no es él sino su personaje, y de cómo hizo para componerlo, esta vez con la maduración de un primer éxito, en la segunda temporada de Casi Feliz, que se estrena este miércoles 13 de abril en Netflix. Dice que el humor forzado puede resultar innecesario para actuar este papel, y yo pienso que por eso Sebastián, el real, me parece tan gracioso en la serie, en el teatro y en la radio.
Sebastián me divierte porque odio los chistes tradicionales, porque amo el absurdo y porque me hace creer que existe un lugar en el humor para la inocencia, para reírse de uno mismo y de lo cotidiano. Un lugar para la simple observación aguda de lo que nos pasa.

La segunda temporada de Casi Feliz es mejor que la primera. Eso lo digo yo que tuve la suerte de ver la serie antes que el resto del público, sin poder resistirme a la maratón viciosa que propone una buena ficción. “Si no pude abandonarla -le digo a Sebastián, que está ansioso por el estreno- es que va a ser un hit. Otro hit. Si pudiera apostar ahora mismo que va a ser un éxito, lo haría”, insisto, cuando Sebas me escribe tarde a la noche para saber si en verdad me gustó. Es obvio que me gustó, y es obvio que va a arrasar, aunque Sebas se muestre nervioso o inseguro de que millones de personas vean, en todo el mundo, eso que él ideó, escribió, actuó y defendió.
Con el talento de siempre.
-¿Qué parte del proceso de creación de Casi Feliz te resulta más agradable?
-Son dos escenarios muy distintos: el escenario de la escritura es muy solitario, muy íntimo, y en el escenario del rodaje soy un instrumento más del director, me entrego a las manos de Hernán y que él dibuje, que haga. Por eso a veces me relaja más el rodaje que la escritura. Mi primer desafío como guionista era profundizar los personajes de la primera temporada, y creo que lo logramos.
-¿Qué le pasa a Sebastián ahora?
-Sebastián vive una pesadilla porque el mundo que lo rodea lo castiga. Tiene conflictos con sus padres, con su hermano, con el mundo entero. Esa es su pesadilla, y su desafío es cómo convivir con todo eso.
-¿Y cuánto se parecen esas pesadillas a las tuyas?
-Poco, poco. Hay un punto de partida bastante similar: que el personaje se llama Sebastián, trabaja en radio, es hincha de Atlanta, hace monólogos, es padre… Hasta ahí todo igual a mí, pero la diferencia es que el personaje tiene muchos problemas concretos, y los problemas del Sebastián real son más una sombra, un fantasma. No es que soy un campeón de los vínculos, pero no estoy tan complicado.

-¿Fue muy difícil grabar la segunda temporada con la presión del éxito de la primera?
-No, lo difícil fue grabar en plena Pandemia, en invierno, con ocho millones de casos de Covid por día y muchísimo frío. Por ese lado fue muy complejo. Fuera de eso, yo soy muy feliz haciendo la serie, escribiéndola y después actuando. Pero no, no estaba todo el tiempo pensando: “Uy, la primera temporada explotó, que presión”. Para nada.
-Hay dos mundos muy distintos y muy bien reflejados en la serie; el de Sebas en el judaísmo y el de Pili en el catolicismo sanisidrense. ¿Te proponés hablar de esos mundos o es algo que surge de manera espontánea?
-Surge, surge, no es algo que piense en escribir para bajar línea. Me interesa escribir sobre eso, me interesa mostrar los contrapuntos de estos dos personajes, son dos universos que conozco muy bien, uno por mi historia personal y el otro por mi relación con Fernando Peña, que me enseñó todo sobre la “gente bien”. Si bien no soy religioso, no soy ortodoxo, soy un judío emocional, y a ese mundo lo conozco, siempre lo tuve cerca y es un tema que me obsesiona.

-¿Te volviste más viejo cascarrabias como tu personaje?
-Bueno, a veces hay cosas que me re chupan un huevo y antes me preocupaban, así que en ese sentido estoy muy interesado en pasarla bien y saber cuáles son las prioridades y gastar las balas en combates necesarios. Pero sí, hoy por ejemplo tuve un problema con la computadora y eso me pone muy nervioso, y odio que me ponga nervioso esa pelotudez. A medida que pasan los años voy entendiendo las cosas y queriendo pasarla bien, no culparme por disfrutar, no culparme por pasarla bien, entender que si a mí me gusta ver un partido a las cuatro de la tarde y eso me hace bien no me lo voy a reprimir. Entiendo que al otro le puede parecer una pelotudez, ¿pero qué me importa?
-¿Cómo te pega la edad?
-Con la edad vienen todos los fantasmas. Voy a cumplir 48 ahora, cosa que me parece una locura, pero como dice todo el mundo, no siento que tenga esa edad. ¿Qué debería sentir? No sé. Aunque a veces me invada el cansancio físico, de espíritu y de personalidad me sigo sintiendo un niño, un adolescente. Este trabajo te empuja a eso, es un trabajo lúdico, un trabajo que necesita de la creatividad y necesita, sobre todo, crear un mundo paralelo.

Fotos: Agustín Dusserre