Salud mental: cómo impactan la tecnología, la crisis global y la pandemia

Si hablamos de que el siglo XX estuvo marcado por la depresión, hoy se dice que vivimos en la era de la ansiedad. ¿Acaso siempre existió o es algo nuevo, consecuencia del ritmo de vida actual y las preocupaciones de la sociedad?

Quizás pensemos o sintamos que los males que nos aquejan son únicos y singulares de esta época, pero lo que sociólogos e historiadores argumentan es que condiciones como la depresión, el estrés o hasta el famoso burnout no son necesariamente consecuencia de la modernidad y sus desafíos.

Es cierto que contextos como el actual –tecnología, crisis globales y pandemia de por medio– han acelerado determinados fenómenos, pero como propone Anna Katharina Schaffner, autora del libro Exhaustion. A History, estas ansiedades no son particulares de nuestro tiempo, e imaginar que el pasado fue más simple, más lento y mejor es un error.

Aunque la famosa ansiedad pareciera hacerse sentir más ahora que en ningún otro momento, y los más afectados son los jóvenes, con ocho de cada diez con algún síntoma de depresión. Un estudio del año pasado de Vice Media Group realizado en todo el mundo señalaba que el 90 por ciento se siente estresado diariamente a cuenta de su futuro y sólo un 6 por ciento dice tener salud y bienestar general excelente.

Si la depresión es la cuarta causa de enfermedad y discapacidad entre adolescentes, según la OMS, la ansiedad es la novena causa principal entre los adolescentes de 15 a 19 años, y la sexta para los de 10 a 14. Así, la salud mental se vuelve una de las problemáticas de mayor impacto en la generación Z. Asimismo, según un informe de The Lancet, el covid empeoró la prevalencia mundial de ambas enfermedades, y de acuerdo a la Anxiety & Depresión American Association (ADAA), los desórdenes de ansiedad son la enfermedad mental más común y afectan a 40 millones de adultos en los Estados Unidos.

Pese a que los desórdenes de ansiedad (ansiedad generalizada, ataques de pánico, ansiedad social, fobias específicas, etc.) son altamente tratables, sólo el 37 por ciento de quienes los sufren reciben tratamiento.

Para cada época, una explicación y un remedio

Si cada época elabora sus propias interpretaciones sobre las causas, consecuencias y remedios de cada mal, un vistazo histórico y cultural nos muestra que si bien hoy hablar de desórdenes de ansiedad en todas sus variantes como algo patológico y tratable es común y característico del siglo XXI, no siempre fue así.

En este sentido, aunque las emociones que componen estas condiciones, como el miedo (la reacción ante una amenaza) o la ansiedad (una emoción relacionada con la expectativa o anticipación de esa amenaza), son familiares, no siempre se consideraron una amenaza, mucho menos un problema público de salud mental.

Históricamente, la ansiedad solía diagnosticarse con otras condiciones relacionadas que de alguna manera diluían su importancia. En el libro American Nervousness (1881), el neurólogo George Miller Beard fue de los primeros en hablar de una “epidemia de miedo”, diagnosticándolo como neurastenia, que incluía a la ansiedad pero también tenía otros síntomas físicos y psicológicos muy generales, como insomnio, palpitaciones cardíacas y hasta dolor de espalda, que bien podían experimentarse a raíz de otros males o solos, y que se curaba con descanso, aguas termales, cambios en la dieta o hasta homeopatía.

Aun así, la neurastenia tuvo su momento de popularidad y ascendió en el inconsciente colectivo, ya que Beard culpaba, entre otras cosas, a la modernidad (señalaba, por ejemplo, a Edison y sus invenciones). Finalmente, los médicos empezaron a dudar de la seriedad de señalar el “nerviosismo” como enfermedad, concentrándose mejor en los síntomas físicos individualmente, y el concepto cayó en desuso.

Fue Sigmund Freud quien rescató la opción y le dio nueva letra, ya que veía promisorio el estudio del miedo y la ansiedad como temas cuya solución mejoraría la salud mental. En 1950, con el libro The Meaning of Anxiety, del psicólogo Rollo May, muchos comenzarían a ver el valor social de hablar de la ansiedad, en particular en lugares como los Estados Unidos, a la par de las transformaciones culturales que estaba teniendo.

Incluso, en esa década, ansiolíticos como Miltown, un tranquilizante suave, se promocionaban en las revistas y se vendían a las amas de casa para “calmar los nervios”, ya que actuaban rápido y eran efectivos. Pero luego de observar un potencial peligro en el abuso y adicción a estos medicamentos, y también por considerar que la ansiedad era algo común y que no debía ser tratada con píldoras, se discontinuó.

Sin embargo, ya no había marcha atrás: por primera vez la ansiedad comenzaba a naturalizarse, así como la idea de que era tratable.

Si la depresión es la cuarta causa de enfermedad y discapacidad entre adolescentes según la OMS, la ansiedad es la novena causa principal entre los adolescentes de 15 a 19 años, y la sexta para los de 10 a 14.

¿De qué hablamos cuando hablamos de ansiedad?

Es claro que la ansiedad no se fue o desapareció, simplemente encontramos nuevas formas de nombrarla y de hablar acerca de ella. Si la depresión se volvió más ubicua (en parte porque se hizo más visible y, por ende, más diagnosticable) durante el siglo XX (creciente desigualdad económica, mayor incertidumbre y vínculos sociales debilitados), esta es ciertamente la era de la ansiedad: no porque no sucediera antes sino porque ahora se le reconoce su importancia y dimensión.

Pero, ¿qué es exactamente la ansiedad? “En términos psicológicos, la ansiedad es usualmente definida como angustia. Todas las actividades de la vida diaria provocan un cierto grado de ansiedad, por lo cual puede ser una reacción adecuada a estímulos externos que nos preparan para la acción. Podemos decir que hay un tono adecuado de ansiedad que nos provee de las herramientas necesarias para entrar en acción ante las demandas de la vida.

El problema aparece cuando ese tono supera la capacidad del individuo para responder adecuadamente a la exigencia, y en vez de ayudarlo a prepararse a resolver la situación, le crea obstáculos”, explica la doctora María Teresa Calabrese, psiquiatra, psicoanalista y psicoendocrinóloga, miembro de APA.

Y si te preguntabas cómo sentimos la ansiedad en el cuerpo, escucha lo que tiene para decir Florencia Armada Melo, profesora de yogaterapia especializada en yoga sensible al trauma. “Se manifiesta en la respiración, que se torna agitada, corta y superficial, y se experimenta una sensación de opresión en el pecho, el estómago o a veces en la garganta. Pueden observarse palpitaciones; arritmia; sudoración general o en alguna parte del cuerpo, como las manos; aluvión de pensamientos tipo torbellino que parecen incontrolables, y una permanente sensación de alerta e hipersensibilidad a la mayoría de los estímulos.”

Lo cierto es que si bien hoy en día la ansiedad se encuentra incluida en la biblia de la psiquiatría, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), la nomenclatura y el lugar que se le ha dado ha ido cambiando con el tiempo y las sucesivas revisiones. Por suerte, el hecho de que la pandemia haya traído el debate sobre salud mental a la mesa ha hecho que la resistencia y el estigma disminuya, habilitando el tratamiento, ya que gran parte tiene que ver con aspectos genéticos y no sólo personales o de predisposición, un lugar común vinculado con su percepción en el pasado.

Actualmente sabemos que la ansiedad es una emoción natural e incluso esencial para la adaptación de la especie, pero que, al igual que el estrés, puede tener consecuencias negativas, sobre todo sostenida durante largos períodos, siendo perjudicial para la performance, el bienestar general y la salud.

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