'Pam & Tommy': la serie que reivindica a Pamela Anderson en clave feminista
“Hacés que Jenna Jameson parezca un 4”, le dice Tommy Lee a Pamela Anderson en Pam y Tommy –la serie de Star+ protagonizada por Lily James y Sebastian Stan que toma como foco el primer video sexual de la historia– en medio de una declaración pública de amor durante una fiesta.
Caricaturizada al extremo, la ficción basada en la historia de la pareja del Mötley Crüe y la ex playmate y sexualizadísima protagonista de Baywatch cuestiona el adoctrinamiento que ejerce desde hace años la industria del porno, que ha ponderado y minimizado a las mujeres, descartándolas como meros objetos de consumo y satisfacción masculina.
Es que, sin dudas, así nos educó el patriarcado sexualmente, moldeando el deseo en gemidos artificiales, con los genitales como mero depósito. Como dice Rita Segato, la violencia sexual no es más que “un acto de poder y dominación” del cuerpo de las mujeres, tratado como botín.
La serie de Star+, basada en el artículo Pam & Tommy: the untold story of the world’s most infamous sex tape, escrito por Amanda Chicago Lewis (Rolling Stone 2014) expone cómo la cultura explota y condena a un ícono sexual como Anderson y la repiensa, incluso, desde una perspectiva feminista. Porque así como narra el robo del tristemente célebre “primer video sexual” –luego le seguirían los de Paris Hilton y Kim Kardashian–, también pone por delante, como dice Pam, “que no tengo ningún derecho”.

Una vez que Rand, un carpintero –al que Tommy Lee termina echando– roba de la mansión de la pareja una caja fuerte que contiene el video casero, filmado a puertas cerradas, se dispara una cadena de explotaciones. El del comercio de la intimidad. Mucho más cuando un juez falla a favor de Penthouse, amparados en la Primera Enmienda y en el hecho de que “el video es noticia y forma parte de la opinión pública”. Ahí es cuando Pam, ante la decisión de la justicia que desestima su demanda, dispara: “No pueden decir la verdadera razón. Que yo no puedo decidir lo que pasa con mi cuerpo”.
“Porque pasé mi vida pública en traje de baño. Porque yo tuve el atrevimiento de posar para Playboy. Pero no pueden decir que las putas, y es lo que dice esta sentencia que soy, por si no lo entendieron... No pueden decir que las putas no pueden decidir lo qué pasa con las imágenes de su cuerpo”, continúa en su speech reivindicatorio.
La opinión pública la pone “en penitencia” por decidir qué hacer y se lo recuerda en cada reproducción y stop de sus planos más íntimos. Esa lectura también la sostiene otro personaje femenino, la amiga del ladrón, justamente una actriz porno.

Ahí es que analiza, incluso, cómo Pam, a quien le atribuye la filmación de la mayoría de las escenas, “toma decisiones artísticas”. Como cuando Tommy está por acabar, y dice la actriz, “ella enfoca su cara. Nunca se vio algo así en el porno”. El asunto es cómo la intimidad, la dignidad y el consentimiento son violados sistemáticamente.
Y lo hace desde cada usuario que googlea “Pamela Anderson video sexual” a la horda de personajes masculinos que en la serie prepara las carilinas a mano antes de dar play, el juez que falla a favor de Penthouse y hasta el propio Tommy Lee que celebra un chiste de mal gusto de Jay Leno.
Anderson lo explica a su modo en Pam & Tommy, pero sus argumentos al parecer no alcanzan. “Que algo íntimo sea robado y expuesto al mundo es devastador”. La explotación de la marca Pamela, que borra sus deseos y desdibuja su libertad –porque el sistema se ocupa de recordarle que antes que nada será víctima– también aparece cada vez que la actriz pretende retomar la discusión con los guionistas de Baywatch, que le prometen darle una línea pero solo le hacen primerísimos planos de su traje de baño cavado.

Rand sale perdiendo tanto como Pamela. No sólo Tommy nunca le paga lo adeudado –incluso chantajeándolo–, su socio lo estafa y nadie reconoce que sus tapes son los originales. Es más, rendido y acabado –sin ver un dólar de su atraco “compensatorio”– exclama: “Se aprovechan de vos y lo siguen haciendo igual”. Ahí es cuando el dueño de una tienda de videos ensaya acaso lo que parece una alegoría de lo que se quiere contar: “David Bowie dijo una vez: nunca seas el primero en hacer nada. Y apuesto que no fue el primero en decirlo”.