Música nueva vs música vieja: ¿los clásicos están ganando la batalla?
"¿La música vieja está matando a la música nueva?", se pregunta el crítico e historiador de la música Ted Gioia en una nota que firmó hace unas semanas para la revista norteamericana The Atlantic. Autor de una importante bibliografía dedicada principalmente al jazz (aunque por supuesto también aborda otros géneros), el californiano basa su artículo en un dato revelador: las canciones antiguas representan el 70% del mercado musical norteamericano.
Una tienda de música y un restaurante a los que asistió recientemente fueron para Goia los indicadores informales del fenómeno: en la primera, para beneplácito del joven dependiente que lo atendió, sonaba “Message in a Bottle” de The Police; en el segundo, en palabras de Gioia, “todo el personal tenía menos de 30 años pero cada canción tenía más de 40”.
Pero el especialista no se quedó con un par de impresiones y fue a buscar cifras concretas. Así es que, provisto de los datos que difunde para sus suscriptores la empresa MRC Data, comprobó que las 200 pistas nuevas más populares representan menos del 5 % del total de los streams en plataformas musicales.
Y que esa tasa era el doble hace sólo tres años. Para dar un ejemplo, cita los tracks más descargados de iTunes, la plataforma de Apple de venta y reproducción de música. Y en ese rastrillaje por la versión norteamericana de la plataforma aparecen bandas como Creedence Clearwater Revival o The Police.

Pero en Latinoamérica la cosa no parece ser muy distinta: el 13 de febrero, entre los primeros 100 álbumes más vendidos de iTunes figuraban los de artistas como The Beatles, Queen, Pink Floyd, Bob Marley, Elvis Presley, The Cure, AC/DC, Rod Stewart, ABBA, Sting, Whitney Houston, Depeche Mode, Oasis, Red Hot Chili Peppers y Erasure. Y entre los de habla hispana se destacaban Soda Stereo (encabezando el ranking con su grandes éxitos Me verás volver), Joaquín Sabina, La oreja de Van Gogh, Franco De Vita y Andrés Calamaro.
Gioia nota una contradicción evidente: todos los días aparece música nueva, asoman singles de adelanto (la forma de difundir música que viene ganando terreno) y las plataformas renuevan sus ofertas. Por supuesto que es una estrategia de las grandes usinas: los productores, las discográficas, las radios, los canales de difusión en general, todos viven de la música nueva.
Y sin embargo, aunque momentáneamente se convierten en éxitos, es nulo el impacto cultural que provocan, salvo honrosas excepciones. Un estatus que además les otorgaría algo que parece no jugarle a favor: el paso del tiempo.
Además, hay otras tendencias que, advierte el crítico, señalan el escaso interés que suscita lo nuevo. Un ejemplo es la abúlica reacción de la opinión pública norteamericana ante la noticia de que la entrega de los premios Grammy 2022, pactada para el 31 de enero pasado, se suspendía por el avance de la variante Ómicron en los Estados Unidos. El público –sobre todo la influyente franja etaria de entre 18 y 49 años- ni se mosqueó. Nada sorprendente: en 2021 la audiencia de los Grammy cayó un 53% respecto del año anterior.

En la Argentina, la tendencia no se muestra con tanta fuerza. Ante el requerimiento de datos de El Planeta Urbano, fuentes de la filial local de Sony Music aseguran no tener el dato de qué porcentaje representa la música de catálogo, pero que el 70% del que habla Gioia respecto del mercado norteamericano “no se verifica en nuestros países. En nuestra definición de catálogo (canciones con más de 3 años y medio de antigüedad) ese segmento representa entre el 50% y el 60% del total de streams”.
Y amplían: “De todos modos es muy importante el consumo de música de catálogo porque a diferencia del formato físico, hoy toda la música está disponible a un click y no hace falta que alguien la publique, fabrique, distribuya y venda con todos los costos y los riesgos asociados. La otra razón es que el público consumidor de música digital se amplía cada vez más a edades más adultas”.
Tomo lo que encuentro (o me venden)
Otro indicador no menor son las ventas de catálogos de grandes artistas a las más importantes compañías. En diciembre de 2020, Bob Dylan entregó los derechos de sus más de 600 canciones a Universal Music a cambio de 300 millones de dólares.
Un año después, Bruce Springsteen hizo lo propio con Sony por la friolera de 500 millones. Y en junio de 2021 Neil Young vendió en unos 50 millones el 50% de los derechos de su catálogo musical (que consta de unas 1.180 canciones) a la compañía británica de inversiones Hipgnosis Songs Fund.

Y la rueda no se detiene: hace tres días, Sting anunció un acuerdo con Universal Group por 350 millones, y ayer un cable de Reuters difundió que Sony pondrá en marcha una fuerte estrategia para comercializar los nueve álbumes, bandas sonoras y recopilaciones de Whitney Houston que están en su poder, aprovechando el décimo aniversario de la muerte de la cantante, celebrado el pasado viernes.
En la lista de artistas que siguieron este camino de comercialización de su obra figuran Paul Simon, The Beach Boys, Red Hot Chili Peppers, Tina Turner, Dolly Parton, Shakira, John Legend y Lindsay Buckingham, entre muchos otros. Y si bien es cierto que estas operaciones responden a varios factores (uno muy importante es la pausa de las giras a la que obligó la pandemia, con la consiguiente pérdida de ingresos para los artistas), tienen base fuerte en la tarea de las plataformas de streaming, que saben monetizar muy bien las canciones “de repertorio” y los grandes éxitos.
Años de vinilo
Otra señal vintage: con más de 70 años de existencia, el LP de vinilo es el formato que más ha perdurado en el tiempo, ventas incluidas. En los Estados Unidos, por ejemplo, uno de cada tres álbumes vendidos durante 2021 fue de vinilo. Y en el Reino Unido la tendencia también se reflejó en una comercialización anual de 5 millones de unidades, marcando las cifras más altas en 30 años, con un aumento del 8% respecto a 2020 y una representación del 23% de todos los álbumes vendidos en el año.

No puede soslayarse el hecho de que el resurgimiento fuerte del vinilo en la última década responde a una mezcla de razones que van desde la moda hasta las estrategias de marketing de las compañías, que editan la nueva música en esta modalidad (en Inglaterra el disco de vinilo más vendido de 2021 fue Voyage, el álbum de regreso de ABBA; en Estados Unidos el fenómeno lo protagonizó Adele con su nuevo trabajo, 30), pasando por la experiencia de escucha, esa mistura entre la calidez del audio, el sonido de la púa en el surco y la sensación de que no hay compresiones auditivas detrás. Sumado, claro, al encanto estético que irradian las ediciones, algunas muy lujosas.
La Argentina no es ajena al furor. A fines de 2021 se supo que, así como en enero de 2020 la recuperación del catálogo del sello Music Hall encauzada por el Instituto Nacional de la Música (Inamu) resultó en la restauración, remasterización y edición en vinilo de La grasa de las capitales (1979), segundo disco de Serú Girán, a partir de las cintas originales, esta vez era el turno del álbum debut de la banda liderada por Charly García. Lo de La grasa… fue un fenómeno de ventas: como la tirada inicial de 1.500 discos desapareció en horas, se hizo otra de un número similar y también se agotó. De Serú Girán (1978) se hicieron 2 mil, que también se agotaron.

Consultado por El Planeta Urbano, Andrés Galante, titular de la legendaria disquería RGS, del barrio de Villa Crespo (Galería Galecor, Av. Corrientes 5233), acaso la mejor surtida de Buenos Aires, asegura que en su local las ventas de música antigua y música nueva se reparten el 50 % de las preferencias de los clientes. Y yendo puntualmente a los formatos, aunque el compact disc no se rinde (globalmente sus ventas representan un 75% de las elecciones a la hora de optar por un formato físico, sobre todo porque su precio de venta es significativamente menor) los vinilos dan pelea.
“La venta general es más o menos 1 vinilo cada 30 cd”, cuenta Galante. “Nosotros no importamos vinilos por la nuestra sino que trabajamos directo con las grandes compañías (Sony, Warner, Universal); los importamos con ellos, lo que hace que tengamos precios más acomodados. Pero la proporción es la misma: 30 cds por un vinilo. El compact se sigue vendiendo, tengamos en cuenta que una novedad en cd cuesta $1.500 y en vinilo unos $5.000”, cierra Andrés, que de 54 años de edad que tiene la disquería pasó casi 40 detrás del mostrador.