Por qué volar en avión privado no es una experiencia inalcanzable
La postal de Kim Kardashian –o cualquiera de sus hermanas– subiendo las escaleras de su avión privado o posando en uno de los pocos asientos de la pequeña aeronave se repite en Instagram como un espejismo imposible para nosotros, los mortales. Al otro lado de la pantalla, imaginamos cómo será llegar al aeropuerto sólo unos minutos antes de despegar, hacer toda la papelería sin colas eternas, caminar liviano por el hangar y subirnos a nuestro avión. Como si estuviéramos tomando un Uber para ir a un evento cualquiera.

Cuando me propusieron volar en avión privado a Punta de Este nunca pensé que la experiencia sería tan diferente a la de un vuelo comercial. No calculé las filas, las multitudes, los bebés llorando, la gente gritando, la histeria de viajar en Pandemia –en enero– y todo el estrés que implica interactuar con cientos de personas que deben ingresar ordenadamente a un pequeño tubo de metal para convivir pegados a miles de metros de altura.
Nunca imaginé que volar solo podría resultar tan placentero.

Desde el minuto que reservé mi asiento en Welojets, la experiencia personalizada se volvió más real que nunca: Valeria, la ejecutiva a cargo de mi vuelo, se contactó conmigo vía WhatsApp y estuvo atenta a cada necesidad. Valeria me pasó los links para las declaraciones juradas de viaje al exterior, me explicó las reglamentaciones de Uruguay en materia sanitaria y hasta me envió personal de un laboratorio recomendado para realizar mi PCR a domicilio.
En lugar de ordenar yo mismo el papelerío y estar atento a no olvidarme ninguna documentación al momento de llegar al aeropuerto, bastó con enviarle a Valeria todo por whatsapp, a medida que se iba resolviendo cada trámite. Después llegué al pequeño aeropuerto de San Fernando, estacioné ahí mismo mi auto, tomé un café con Valeria, saludé a mi piloto y copiloto y subí al avión. Como si fuera una Kardashian.
Media hora después, aterrizaba en Punta del Este.
Mi avión tenía cinco butacas de cuero color beige, y realmente se veía como el jet de una celebridad de Hollywood. Yo volé solo de casualidad porque en ese tramo de ida nadie había comprado el resto de los asientos. A la vuelta, claro, el vuelo estaba completamente bookeado.

Los aviones de Welojets van y vienen a todas partes del mundo en función de los pasajeros que reserven sus plazas. Si alguno de los tramos se completa, el avión sale. Por eso, no es necesario alquilar el avión completo, como se cree erróneamente, sino que basta con bookear nuestra butaca para jugar a ser una estrella. El tramo de Buenos Aires a Punta del Este cuesta 500 dólares por pasajero, y si solo queremos probar la experiencia una vez y volver en otro medio de transporte, es posible reservar sólo la ida o sólo la vuelta sin necesidad de comprar un round trip.
La experiencia viene acompañada de un pequeño catering a bordo, un lujoso neceser de regalo –como en los vuelos de primera clase– y el ingreso por un sector VIP del aeropuerto de Punta del Este en donde la documentación, los trámites y hasta las compras del free shop son asuntos muy bellos, placenteros y nada engorrosos.
Sin colas, sin ruido, sin estrés, sin gente. Como una verdadera estrella.
