Britney es libre, ¿y ahora qué?

Después de casi 14 años y un movimiento organizado de fans, la princesa del pop se liberó de una tutela abusiva que controlaba todo, desde sus llamadas hasta sus métodos anticonceptivos. Hoy, que finalmente puede hacer lo que quiera, vuelan las opiniones no solicitadas de cómo tiene que seguir. Acá están las nuestras.

Por Gabriel Orqueda

Britney Spears es libre al fin. Pudo salirse de la tutela que la mantuvo en un estrangulamiento financiero y limitó su agencia sobre su propia vida durante los últimos 14 años. Vimos los documentales de The New York Times y Netflix, nos sumamos al hashtag #FreeBritney y escuchamos su testimonio en la corte, cuando contó que fue objeto de abuso, que la obligaban a trabajar y a medicarse con litio en contra de su voluntad y que se le había implantado un diu a la fuerza.

Es sólo la punta del iceberg, y ya es demasiado. Pero ahora es pasado y se escuchan los engranajes de la industria rechinar por un comeback. Quienes la queremos estamos listos para que Britney vuelva al ruedo. O también para que no vuelva a pisar un escenario, si eso es lo que ella quiere.

Creemos que, ahora que es libre, Britney debería volver al estudio. O no sacar nada más y conformarnos con sus ocho discos de estudio (Britney Jean no cuenta), mayormente geniales, si considera que es lo mejor para ella. Ahora que Britney ya vuelve a tener dominio de su teléfono y sus redes, debería contratar un equipo de social media que cure su presencia online. O puede seguir modelando vestiditos viejos de su clóset e improvisando coreos raras en el living de su mansión.

Ahora que puede contratar un asesor de imagen que la tenga camera-ready todo el día, quizás es mejor que un glam squad jamás le vuelva a poner un dedo encima, si es que ella no tiene ganas. Queremos que use el delineado de mapache que a ella le gusta, ese que tantas arrobas microbio se toman el trabajo de criticar en comentarios.

Britney podría dedicarse a la vida fit y hacer las mil abdominales por día que hacía en las épocas de MTV Diary (“You think you know, but you have no idea”, ¿se acuerdan?), o dedicarse a engordar comiendo sushi todas las noches. No arreglarse nunca las extensiones y curtirse la piel bajo el sol de una playa sin paparazis.

La Princesa del Pop, ya libre, debería recordar que no nos debe nada, y que no tiene que vivir con base en estándares arbitrarios sobre lo que cualquiera crea que es una buena o mala decisión.


Britney debería cuidar su plata, sacar una línea de maquillaje y aprovechar su fama para posicionarse como recaudadora en Forbes, o no volver a trabajar jamás y quemarse en pelotudeces hasta el último centavo por el que se rompió el culo laburando desde que era una nena. Puede comprarse una campaña presidencial inconducente, como la de Kanye, o un viaje al espacio, como tantos hombres que cumplen sus caprichos sin ninguna clase de impedimento.

Si se le canta, Britney debería dedicarse a tener hijas. Todas las que quiera. Y clavarle en la garganta ese diu forzado a todos los que digan que no es una buena idea. Apuntar a la vida más normcore y doméstica que el dinero que le queda pueda comprar. Britney debería casarse con Sam Asghari, su prometido hot, crónicamente optimista y un poco hueco, que parece haberle hecho el aguante cuando todo estaba mal. O dejarlo, aunque lo decida un segundo antes de dar el sí y salga corriendo como novia fugitiva con el vestido que le está preparando Donatella Versace.

Britney tiene el derecho a no volver a ser la que fue. A llegar a los 40 como nadie más. A envejecer como le salga. A tener espacio para tratar o no tratar sus problemas mentales sin consecuencias, como cualquier hombre al que aceptamos como a un “genio complicado”.

Britney debería sentarse con Oprah y vomitar todo lo que calló, o no contarnos nada más si no quiere pasar otra vez por esa mierda y dejar babeando a los voyeristas de su trauma. Jamás volver a dar un fucking meet & greet en su vida y recordar que no nos debe nada, y que no tiene que vivir con base en estándares arbitrarios sobre lo que cualquiera crea que es una buena o mala decisión.

Britney debería ser feliz, o estar triste, si así se siente después de bancarse décadas de abuso de su círculo íntimo, bajo la mirada cómplice de la prensa, la industria y la audiencia. Y no debería escuchar para nada a la nube de preocupados que no les cierra cómo se ve, cómo se mueve, cómo se viste o cómo habla en su Instagram. Esos que no la pueden tolerar con todo lo que le tocó vivir, los que le piden que lo maquille porque les incomoda. Britney debería cagarse en todos ellos y en cada uno que todavía se atreva a ponerle un pero a su libertad.

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