Diego Maradona: aquellos días felices

A un año de su muerte, revisitamos en fotos la esencia del gran ídolo del desequilibrio y pasión de multitudes: romance, épica y polémicas, en iguales dosis hipnóticas.

Dios pagano, mito, leyenda viva, idolatrado u odiado. Lo único cierto es que, para el mundo entero, el apellido de la Argentina es Maradona. Donde se diga “Argentina” le sigue “Maradona”. Él queriendo ser terrenal, uno más; el resto empecinado en llevarlo hacia los extremos. Un santo o el anticristo, pero nadie puede negar la épica que tienen su imagen, sus goles de VHS y esa sensación de hacer posible lo imposible, como cuando lleva la pelota hacia el arco inglés y sale corriendo hacia la inmortalidad. 

Diego Armando Maradona nace el 30 de octubre de 1960 en Villa Fiorito, y gracias a su zurda mágica y sus gambetas hipnóticas deja en los potreros y el anonimato a todos sus compañeros. Como un rey Midas del fútbol, equipo en el que jugaba, arrasaba. Desde que se probó en los Cebollitas hasta debutar en primera con Argentinos Juniors, en 1976, pasaron nada menos que 140 partidos invicto.

El equipo de los Cebollitas quedó inmortalizado porque todo Fiorito se paralizaba para ver a los comandados por un zurdito que la rompía.
Junto a Goyo Carrizo, su amigo que lo llevó de la mano para que lo probaran en los Cebollitas. Una lesión le truncó la carrera. Aún vive en Fiorito.
Diego Maradona y Claudia Villafañe se conocieron en 1976, cuando Argentinos Juniors lo muda de Fiorito a La Paternal. Se enamoró de la vecina que vivía justo enfrente.
Doña Tota y don Diego junto a sus otros hijos, Katy, Cali, Hugo y Lalo, en la intimidad de la casa que Argentinos Juniors les consiguió a los Maradona en La Paternal.

Ya jugando para Boca comienza a coquetear con la gloria. Una transferencia millonaria, un título local y una gira exótica que le facilita su llegada al Barcelona. Y si bien su paso por la ciudad catalana fue en falso, selló su ingreso en los laberintos de la droga. Una vez exclamó: “¿Sabés qué jugador hubiese sido yo si no hubiese tomado cocaína?”.

El Mundial de España 82 es lo que menos se recuerda del Diez, pero el destino le tenía asegurado el Olimpo. Conquistar la Copa del Mundo en México 86 y sus dos scudettos con el Napoli lo elevaron a otra dimensión. Por aquellos años, su pareja Claudia Villafañe daba a luz a sus dos hijas, Dalma y Gianinna, y su amorío prohibido (Cristiana Sinagra), a Diego Maradona Jr., a quien reconocería muchos años después, cuando la presión mediática ya no le daba más margen.

Con su icónico tapado de zorro blanco: así volvió desde Italia en 1984 para jugar con la Selección argentina.

En Italia 90, Codesal impidió que Maradona se consagrara por segunda vez campeón del mundo, y ahí llegaría la debacle. Un control antidoping tras el partido Napoli-Bari deja rastros de cocaína y la FIFA lo suspende quince meses. Vuelve a jugar en el Sevilla, pasa por Newell’s, le cortan las piernas en los Estados Unidos 94 y se retira en el 97 en Boca, entre más sombras que luces. 

Como capitán de su yate por las aguas de Punta del Este, en el verano de 1995.
Aruba, 1996. Con ojos claros y de un impecable blanco, en el casamiento de su amigo y representante, Guillermo Coppola, con Sonia Brucki. Fue el padrino de boda y el centro de todas las miradas.

En enero de 2000, Diego se moría en una clínica de Punta del Este. Pero no fue el momento hasta que 20 años después, tras su periplo por Cuba, sus romances mediáticos y el nacimiento de sus otros hijos, le llega su estocada final, la operación en la rodilla derecha que lo deja apenas pudiendo caminar. Él, que hacía jueguito con cualquier cosa que se pareciera a una pelota, no podía levantar su pierna. Si su historia la hubiese escrito un guionista de cine, lo hubiesen echado por perverso.

Luego de su internación en Punta del Este, en 2000, en plena desintoxicación en Cuba, junto a doña Tota. Un guerrero necesitado de mimos.
Trasladó su fanatismo por el Che Guevara a su piel, en uno de sus primeros tatuajes. Diego repetía: “Él fue un rebelde, yo también lo soy”.

Diego dejó definitivamente su cuerpo el 25 de noviembre de 2020, tras mil batallas. Su romántica, polémica y psicótica vida llegaba a su fin. Con un legado claro, el de su romance con el balón, igual que el amor de Romeo por Julieta.

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