Día Mundial del Sándwich: cuando el sabor y las sencillez caben entre dos panes.
Hoy se celebra el Día Mundial del Sándwich y es para festejarlo. ¿Quién no cae en la tentación de encerrar entre dos panes la combinación más sofisticada de productos, alguna sobra del día anterior o a la última reserva de fiambre que queda en la heladera? Sea la versión propia de una creación inmortal, o último recurso ante el hambre acechante, el sándwich representa un bien preciado en la gastronomía: la síntesis.
Como sucede con muchas preparaciones, la historia de su nacimiento se parece más a una leyenda que a un dato de la realidad. Pero el circunspecto Oxford English Dictionary canta la justa y no hay por qué –ni argumentos para- desmentirlo: fue John Montagu, IV conde de Sandwich (ciudad del condado de Kent, al sureste de Inglaterra) quien, en una fecha que se estima ubicada entre 1748 y 1751, tuvo la idea de meter comida entre dos panes; más precisamente, unas rebanadas de carne fría.

¿El motivo? Algunas versiones hablan de Montagu como un ludópata que no quería largar las partidas de cartas y por eso pidió una forma rápida, práctica y sin distracciones de alimentarse; otras (como sugiere el historiador británico Nicholas A. M. Rodger en su biografía del aristócrata) se menciona que la adicción al trabajo de quien por esos momentos oficiaba como primer Lord del Almirantazgo lo llevó a solicitar específicamente ese plato. Al fin y al cabo, nada que no le suceda a un oficinista de ayer, hoy y mañana con demasiadas labores pendientes y poco tiempo para almorzar.
Como fuese, Montagu tuvo una idea genial que, a lo largo de los siglos, se perfeccionó y desarrolló al servicio de verdaderos manjares, creaciones emblemáticas que en ocasiones hasta son parte de la identidad culinaria de un país o región. Del Bánh mì vietnamita al Cubano (sí, de Cuba) y del Bocadillo de calamares madrileño al Croque Madame (o Monsieur) francés, pasando por la Arepa en Colombia o Venezuela, el Hot pastrami en pan de centeno (gloria y loor al de Kat’z Delicatessen, en Nueva York) y el Döner kebab turco. O los que tienen nombre propio: Reuben, Club, Cheesesteak.

En la Argentina, el consumo de sándwiches es cosas seria. La aplicación PedidosYa dio a conocer las tendencias en el país y los números son rotundos: la cantidad de pedidos de sándwichs realizados en lo que va del año supera los 2.7 millones, representando un crecimiento de más del 124% ven comparación con 2020. El relevamiento incluyó Latinoamérica, donde se realizaron más de 4.7 millones de pedidos en lo que va del 2021, reflejando un crecimiento de más de 143% respecto del 2020,
En cuanto a estilos, en nuestro país la diversidad manda y bienvenida sea. Por ejemplo, Tucumán es la capital del portentoso “sánguche de milanesa”. Pan blando y sin resistencias (los de corteza dura están descartados), ¡cinco! capas de milanesa, lechuga y tomate infaltables, más agregados como queso y huevo.

O el omnipresente sándwich de miga, casi una marca registrada argenta (sí, sabemos que existe el Tramezzino italiano, pero este es otro plan) y que, como otras preparaciones –pizza, helados- en cada barrio tiene una confitería/panadería representándolo con honor.
Pero el sándwich que localmente parece llevarse todas las miradas y los paladares (y las distinciones: recientemente el sitio Taste Atlas le dio una calificación de 4.4 sobre 5 estrellas) es el Choripán. Preludio de todo buen asado que se precie, fue promediando el mil ochocientos que este sándwich –sin dudas el más criollo de todos- empezó a tallar en las costumbres de los gauchos, trabajadores de zonas rurales cuyos humildes ranchos carecían de vajilla. Luego llegó a las ciudades y ensanchó su historia conquistando el corazón (y el estómago) de los amantes de las carnes a las brasas, que lo acompañan con chimichurri o salsa criolla.
