1991: así se vivió la revolución del rock alternativo

Éxitos impensados, decadencia de viejos paradigmas, nuevos estilos. El triunfo del grunge a principios de los 90 puso en el mainstream a las bandas de rock alternativo, una serie de grupos que construyeron un fuerte movimiento subterráneo que, cuando Nirvana conquistó los rankings, se expandió por todo el mundo.


Cuando el cineasta Dave Markey bautizó su documental sobre la gira europea de algunas bandas estadounidenses alternativas 1991: The Year Punk Broke (1991: el año que el punk irrumpió), se refería a la última revolución que tuvo el rock, al último momento histórico en el que significó algo para la juventud. Tras poco más de una década en las sombras, la escena independiente de los Estados Unidos conquistó la masividad gracias a Nirvana, que con el éxito del álbum Nevermind (1991) se convirtió en portavoz de su generación y allanó el camino a grupos que en otro momento hubiera sido imposible que llegaran al circuito comercial.

A fines de los 70, los Ramones sentaron las bases del punk, un rock and roll básico y acelerado despojado de todo lo que consideraban “innecesario”. La simpleza de sus canciones caló hondo en los jóvenes ingleses, que abrazaron el nuevo estilo cuando The Clash y Sex Pistols lo usaron como catalizador para expresar su descontento y la sensación de que no había futuro. En el Reino Unido, el movimiento fue efímero, pero dejó marcas muy profundas.

Los Ramones.

En los Estados Unidos, en cambio, su legado fue diferente. Allí, el espectro del punk era más amplio, ya que abarcaba tanto la crudeza de los Ramones como el rock poético de Patti Smith, los intrincados juegos de guitarras de Television, el desparpajo de Blondie y la inclasificable propuesta de Talking Heads. En cierta medida, todos estos grupos tenían en común la ética del “hacelo vos mismo”, la capacidad de poder autogestionar su música, sacar un disco o tocar sin depender de las grandes compañías discográficas.

Durante la década siguiente, el pop hecho con sintetizadores empezó a dominar los rankings y el rock se llenó de maquillaje para sonar en la radio. El glam metal incurrió en todos los clichés y se volvió una parodia de sí mismo. Sin embargo, en el circuito subterráneo de las universidades, escenarios y disquerías independientes, había jóvenes desarrollando otro tipo de rock más visceral y ruidoso. Algunos se volcaron al hardcore, la versión más extrema y nihilista del punk. Otros se inclinaron a la distorsión y las disonancias e hicieron crepitar sus guitarras de segunda mano con sonidos que podrían ser de una aspiradora en mal estado.

Talking Heads.

Alrededor de estas bandas se fundaron pequeños sellos que, lejos de tener pretensiones comerciales, aspiraban a una fina curaduría con una fuerte identidad. Los fanzines y las radios universitarias fueron fundamentales para fortalecer este nuevo pero fragmentado movimiento. Para fines de los 80, no había ciudad que no tuviera su escena alternativa.

El primer triunfo de este nuevo rock proveniente del ámbito académico fue R.E.M. El cuarteto de Athens, Georgia, atraía todas las miradas del indie con su rock refinado y pop. Fueron fichados por Warner y en marzo de 1991, cuando editaron su séptimo álbum, Out of Time, alcanzaron el estatus de superestrellas gracias al clásico “Losing My Religion”. 

R.E.M.

Luego fue el rock duro el que empezó a ser tomado en serio. Metallica, que para ese momento era una importante banda de culto, dio el batacazo con su aclamado Black Album. Como padres del thrash metal, una versión aún más machacante del heavy influenciada por el hardcore, habían conquistado a las huestes desencantadas con tanta teatralidad. Sin embargo, cansados de la complejidad de sus propias canciones, decidieron simplificarse.

El resultado fue el disco de rock pesado más vendido de la historia. Unas semanas después llegó la consolidación de Guns N’ Roses con su segundo trabajo, el doble Use Your Illusion. Desde el comienzo tenían la pose de rockstars que había inmortalizado Spinal Tap, pero con su debut, Appetite for Destruction, habían demostrado que por su sangre corría tanto hard rock como punk y que podían componer buenas canciones. Su sucesor los hizo aún más grandes y de alguna manera preparó los oídos para lo que estaba por llegar.

Fundada en 1987 en la ciudad de Aberdeen por el cantante y guitarrista Kurt Cobain y el bajista Krist Novoselic, Nirvana se estableció en Seattle y editó su primer álbum en 1989 bajo el sello independiente Sub Pop, hogar de las primeras bandas de grunge, que fusionaban el heavy metal clásico con el punk y las melodías pop.

En 1990, el empresario musical David Geffen fundó DGC Records, a través del cual apostó por el éxito de las bandas independientes. Allí Nirvana editó su segundo álbum, Nevermind, el 24 de septiembre de 1991, y todo cambió. Si en 1976 “Anarchy in the UK” de Sex Pistols puso a Inglaterra patas para arriba, “Smells Like Teen Spirit” provocó un terremoto similar en los Estados Unidos y alcanzó el estatus de himno.

La producción prístina de Butch Vig permitió que las canciones, aunque rabiosas y con mucha distorsión, sean amigables para la radio. De pronto, su música estaba en todos lados, y el trío, que completaba el baterista Dave Grohl, se erigió como vocero de la generación X, que había crecido con MTV y que tenía una actitud cínica frente a la vida.

Nevermind vendió millones de copias y desbarrancó del primer puesto a Michael Jackson. Finalmente, la contracultura que se había desarrollado en la periferia de la industria musical había conquistado el mundo. El grunge fue el sonido imperante de la primera mitad de los 90 y Nirvana les abrió la puerta a otras bandas, como Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains y Stone Temple Pilots, pero también permitió la llegada al mainstream de otras propuestas alternativas, como Smashing Pumpkins, Faith No More y Red Hot Chili Peppers, que se consagraron con la particular mezcla de funk, metal y rap de Blood Sugar Sex Magik, que salió el mismo día que el segundo LP de Cobain y compañía.

Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, Inglaterra vivía un renacimiento de la psicodelia, pero de una forma muy diferente a la de fines de los 60. Si en aquel momento la música había estado motivada por los efectos del LSD, a fines de los 80 el éxtasis había potenciado el desarrollo del acid house, la música electrónica lisérgica que dominaba las raves de la época y que empezó a tomar otras formas.

Primal Scream lo llevó al rock de la mano de Screamadelica, fuertemente influenciado por la movida Madchester, que tenía a Happy Mondays y a The Stone Roses como figuras estelares. Con Blue Lines, Massive Attack hizo una jugada más arriesgada y creó un nuevo género, el trip hop, combinando el acid, el dub y el hip hop con elementos del jazz, el rock y el soul. El resultado fue una psicodelia suave, densa y muy sofisticada.

Desde lo musical, la respuesta británica al grunge fue el shoegaze, un rock de canciones melódicas, voces casi susurrantes y una instrumentación ruidosa y distorsionada que funciona como una pared de sonido claustrofóbica hecha sobre la base de muchísimos efectos hechos con pedaleras y samplers. My Bloody Valentine, con su obra maestra, Loveless, estuvo a la cabeza de este estilo, que en vivo las bandas interpretaban estáticas mirando el piso.

A medio camino entre el Madchester y el shoegaze apareció Blur, que con Leisure, su álbum debut, sembró las semillas del britpop, que tendría su auge unos años más tarde con ellos mismos como protagonistas compitiéndole mano a mano a Oasis, los máximos exponentes del revival de rock británico de los 60.

En la Argentina, estos nuevos sonidos moldearon a una camada de bandas que renovaron el rock local y que recibieron la etiqueta de sónicos o simplemente de nuevo rock argentino. Apuntalados por Soda Stereo, que abrazó la música alternativa en Dynamo, apareció un ejército de grupos como Los Brujos, Babasónicos, Peligrosos Gorriones y Juana La Loca, que aportaron una visión fresca que fue fundamental para el recambio generacional del rock nacional, que a esa altura parecía estar a punto de estancarse.

Lo que explotó en 1991 fue mucho más que un estilo de música: fue la victoria de la contracultura, del arte independiente y no corporativo, que tras años de indiferencia captó toda la atención del público y, al final, dejó un legado infinito que aún hoy suena con la misma intensidad que en aquel momento. Denle play a “Smells Like Teen Spirit” y compruébenlo ustedes mismos.

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