Siempre tendremos París: qué (más) gana la Ciudad Luz con la llegada de Messi al PSG

Si algo le faltaba a la capital francesa para terminar de convertirse en el epicentro mundial del deporte era la llegada del mejor jugador de fútbol de estas tierras. Una historia que empezó a trazarse con el fruto del ascenso profesional de los hijos de las anteúltimas oleadas de inmigrantes y terminará de escribirse en 2024, cuando la llama olímpica se encienda a pasitos de la torre Eiffel.


Lo que pierde Barcelona, lo que gana París. El martes 10 de agosto se cortó la cinta de un nuevo comienzo geopolítico y económico: Lionel Andrés Messi Cuccittini dejó su impresionante casa en Castelldefels para mudarse a la petitera comuna de Bougival.

Desde ahí, con sus pintorescos cafés, con el inconfundible aroma de sus pâtisseries y boulangeries, con el espíritu francoporteño de Julio Cortázar, con la estampa juvenil del Mayo francés, con el inmarcesible paso del cine de la Nouvelle Vague y de la Rive Gauche y con la presencia robusta de la Paris Fashion Week, ahora la capital francesa se configura como el próximo epicentro del mundo contemporáneo.

Con todo y Messi, las nuevas huellas de la sociedad parisina hablan qatarí y están escritas bajo el son de los petrodólares. Si los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 significaron la punta del ovillo para la capital cosmopolita de la región de Cataluña, que venía de capa caída después del franquismo (basurero de una España que miraba con desdén su espíritu independentista), la acumulación de su capital deportivo trajo una chance: la ciudad reverdeció con flamantes oportunidades a partir de los éxitos que llegaron a fuerza de sangre, sudor y lágrimas.

Y el pico de todo eso, que tuvo éxitos en vóley, handball y básquet, fue el Barcelona del “fútbol total”, con Leo Messi como mascarón de proa, el que logró ungir unas coordenadas mágicas: había que visitar Barcelona.

Fueron dos décadas en las que Barcelona fue el destino, Messi la excusa y las visitas a la Sagrada Familia, las tardes de rambla en la Barceloneta, las compras en Passeig de Gràcia,el flash con las tapas, el jamón ibérico y el pan con tomate en el mercado de La Boquería, las exploraciones a la Casa Batlló de Gaudí, el disfrute de las paellas en los restaurantes Michelin, las recorridas por el Barrio Gótico, las noches flamencas en el Tablao Cordobés, las visitas al Museo Dalí, las escapaditas en tren de poquísimas horas a Brujas y Ámsterdam y los tours en bicicleta por la Catedral y la Plaça del Rei se frotaron las manos. 

Así las cosas, Messi, el jugador más ganador en la historia del club, con sus 35 títulos junto al FC Barcelona, con su fábula de pequeño héroe que deja sus pampas y hace camino sobre terreno desconocido, se convirtió en un imán indestructible para una ciudad que lo capitalizó en turismo, relevancia y gravitación global. 

Y los que conocen al monstruo barcelonés por dentro saben que, con su ida, algo se resquebrajó: fue la nula percepción del riesgo en las inversiones, fue la inflación determinada por sus insólitas renovaciones anuales, fue la ilusión del cash en mano, fue la deuda estructural que oscila entre los 1.300 y los 1.500 millones de euros.

Lentamente, la ciudad comenzará a sentir el pus que brota de esa herida que es futbolística pero también –mucho más– cultural. ¿Cuántos turistas dejarán de tenerla en cuenta para sus destinos vacacionales, ociosos, románticos o laborales?

Ahora, con Messi convirtiéndose en nuevo jugador del Paris Saint Germain, un club “nuevo” nacido en la década del 70 y que nunca logró conquistar desafíos continentales, la ciudad francesa no sólo se agenció al mejor futbolista de todos los tiempos, sino que traslada ese capital acumulado, ese know howganador, a un territorio naturalmente esplendoroso. Y todas estas palabras pasadas al revés repiten “Qatar”.

El hilo de fondo es un club-estado que tiene financiamiento ilimitado y se erige sobre las bases del poder de Tamim bin Hamad Al Zani, el emir de Qatar. Es decir, su jefe político y militar. De esta manera, los beneficios y dividendos del hidrocarburo hicieron que desembarcara en París en 2011 para construir poder desde el deporte. Y, de fondo, al intentar destronar a la vieja oligarquía del fútbol europeo, también busca refundar una ciudad que volará más allá de todo lo que volaba intrínsecamente.

Por caso, el Paris Saint Germain es propiedad de Qatar Sports Investments (QSI), firma subsidiaria de Qatar Investment Authority, un fondo soberano de inversión cuyo director ejecutivo es el emir qatarí. Un dato: el próximo Mundial de Fútbol será en Qatar, en 2022. Entonces, el fichaje de Messi es también un mensaje de geografía política: no sólo gana París, sino también Qatar.

Y, en sintonía con las coincidencias, los Juegos Olímpicos de 2024 se llevarán adelante en París. Otro datito: Francia quedó en la octava posición del medallero de Tokio 2020, detrás de los poderosos y siempre líderes Estados Unidos, Rusia y China. Así, con el diario del lunes, Messi se convirtió en el mayor socio de una París que viene, como dicen en el cosmos de las finanzas, en tendencia alcista.

Mientras tanto, a pesar de las profundas desigualdades y del histórico dilema racial, París anda configurando nuevas identidades sociales fruto del ascenso profesional de los hijos de las anteúltimas oleadas de inmigrantes. Y si en algún momento cobijó a algunos protagonistas de la crisis latinoamericana (allí desembarcaron las elites intelectuales, los perseguidos políticos, los artistas, los que escaparon de la muerte y tantos más), ahora también recibe la sangría del África occidental. 

Asimismo, repasando uno de sus grandes logros contemporáneos, en la primavera de 2015 se aprobó allí uno de los principales concilios sobre el cambio climático: el Acuerdo de París. Hito y referencia, norte y centralidad. Y tampoco puede olvidarse que en el fútbol, deporte rey, Francia es el vigente campeón del mundo, tras consagrarse en Rusia 2018. Ahí, superó a Croacia por 4 a 2, con Kylian Mbappé, flamante compañero de Messi en el PSG, como principal figura. Así, entonces, Francia reivindica su protagonismo desde algunos de los más importantes sectores que manejan la agenda global: lo verde, el fútbol y la economía.

Ante la amenaza que significó el avance de la pandemia del covid-19, entre la queja constante de los chalecos amarillos y la insoportable bulla de los antivacunas, el presidente Emmanuel Macron ya exige un pase sanitario y diseñó una estrategia ligada a la “vacunación obligatoria”.

Y, ya que hasta antes de la pandemia París fue la segunda ciudad europea con mayor cantidad de turistas (unos 19 millones en 2019, según la agencia Euromonitor International), no hace falta tanto cherry picking para atar esta conjetura: quiere que el coronavirus termine de una vez, entre otras cosas, para poner en marcha a este gigante anabólico que ahora yace en el corazón de la ciudad más poblada de su país. 

Hoy, los qataríes andan de inquilinos en el Parque de los Príncipes y, como pasó con Barcelona, ya se frontan las manos las visitas al Louvre, los paseos por Montmartre, los vagabundeos al atardecer por el río Sena, las compras en las fastuosas tiendas de los Campos Elíseos, la envidia por las elegantes mansiones y boutiques de moda de Le Marais, el escape casi marciano a los Jardines de Luxemburgo, las caminatas por las extensas Catacumbas, las excursiones por las playas de Normandía y el deleite de los sentidos por los espectáculos cotidianos del Moulin Rouge.

Francia quedó en la octava posición del medallero de Tokio 2020, detrás de los poderosos y siempre líderes Estados Unidos, Rusia y China.

Sin solución de continuidad, las largas colas en el Arco del Triunfo y la torre Eiffel van a ensancharse, multiplicarse y expandirse. ¿Hace falta que Messi gane algo con el PSG para que París se convierta en el próximo destino vacacional, ocioso, romántico o laboral del planeta entero? Probablemente no, y así está bien: el hecho consumado de lo “imposible” se devela casi como un atractivo de circo. 

Messi, el que nunca iba a irse, se fue adonde nunca debería haberse ido. La vida se echa a andar a pesar de los sueños y las promesas. Es real, pasó: con una remerita blanca con la frase “Ici c’est Paris” (“Aquí está París”), que ya se vende en Mercado Libre a poco más de 2.000 pesos, Messi pisó el aeropuerto Charles de Gaulle, rubricó su contrato y jugará durante dos temporadas en el Paris Saint Germain. Ver para creer.

Y ahora, exactamente ahora, como una postal 2.0 y bajo un seco viento árabe, ni el Arco del Triunfo ni la torre Eiffel se erigen solamente como algunos de los más grandes, más bellos y más impactantes monumentos de Europa, sino que entronizan la idea de revolución por otros medios: la de los pedacitos miserables de papeles, la del color de la abundancia, la del capricho infame del dueño de la pelota y, también, de la billetera.

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