Mario Casas • Vivir para actuar
El éxito de El inocente, uno de los hits de la actual temporada de Netflix, revela, nuevamente, la versatilidad y el talento de su joven protagonista. Desde su residencia madrileña, el intérprete nacido en La Coruña cuenta cómo abordó su personaje, reflexiona sobre el oficio y narra las sensaciones que le produjo ser el reciente ganador de un premio Goya.
Una trama ingeniosa y muy bien elaborada, cuyo desarrollo intriga y desconcierta al espectador a lo largo de ocho episodios, convirtió a El inocente en uno de los éxitos de Netflix. Basada en la novela homónima de Harlan Coben, el rol protagónico de la serie recae en Mario Casas, actor de origen gallego pero catalán por adopción, que cumplirá 35 años el 12 de junio.
Reciente ganador del Goya al Mejor Actor Protagónico por No matarás, Casas ha dado muestras de su versatilidad al transitar con holgura el thriller, el drama y la comedia en títulos como El practicante, Hogar, Bajo la piel del lobo, El bar y Mi gran noche. Intérprete proclive a las grandes transformaciones físicas para sumergirse en sus personajes, Casas dialogó con El Planeta Urbano desde su residencia madrileña. Los temas fueron varios: El inocente, su admiración por los actores argentinos, los secretos de su oficio y el valor de las segundas oportunidades.
“La serie se llama El inocente y la cuestión es si realmente todos somos tan buenos como parecemos, porque siempre hay fisuras, oscuridad, cosas que nos han podido marcar en el pasado.”
–¿Qué te sedujo de El inocente? ¿Cuál fue el mayor desafío de interpretar a Mateo Vidal?
–Lo que más me atrajo fue colaborar de nuevo con Oriol Paulo, el director. Trabajamos juntos en Contratiempo. Recuerdo que yo estaba en Barcelona con otro proyecto cuando vino, me invitó a comer y dijo que quería comentarme algo que tenía para Netflix; me relató cada capítulo, te imaginas esa comida cómo fue… ¡Se me caía la cabeza con cada cosa que me estaba contando! Enseguida le dije que sí: sé cómo trabaja el thriller, la capacidad que tiene de mantener enganchado al público. Mi personaje también era interesante porque abarcaba un arco de diez años. Componerlo, volver a esa inocencia y pasar por una década con una serie de vivencias era un reto para mí. Además, había algo oscuro en el personaje, algo ambiguo que me atraía mucho.
–Justamente hablás de esta ambigüedad, y a lo largo de esos ocho capítulos, que se devoran hasta el final, uno quiere creer en Mateo Vidal. Pero es un personaje muy misterioso, parece imposible saber qué está pensando. ¿Fue una estrategia tuya hacerlo tan enigmático?
–Yo lo hablé con Oriol. Lo que le propuse haciendo el trabajo de campo fue: la serie se llama El inocente y la cuestión es si realmente todos somos tan buenos como parecemos, porque siempre hay fisuras, oscuridad, cosas que nos han podido marcar en el pasado. Entonces ahí hay un juego donde no todo se puede develar. Le pedí al director sacarle texto al personaje: no me lo imaginaba a Mateo como alguien que hablara mucho, porque es reservado, atormentado. Parecía sumergido en una depresión; es un hombre que mata accidentalmente, se pasa cuatro años encerrado en una prisión, pierde a la mitad de su familia… Si me pasara eso caería inevitablemente en las tinieblas. Para mí era importante que la mirada estuviera constantemente en una búsqueda, que el espectador se preguntara todo el tiempo: “¿Pero este tipo es bueno o no? ¿Qué le pasa, qué ha hecho?”. Generar esa clase de preguntas fue producto de mucho trabajo previo.
–Sos reconocido por preparar muy bien tus personajes, si tenés que engordar o adelgazar, o meterte mucho en su psicología. ¿Qué fue lo más importante que tuviste que hacer acá a nivel preparación?
–Quería ser consciente de qué puede sucederle a un ser humano después de las experiencias que tiene Mateo en la serie, que el pasado le persiga. Intenté ser lo más honesto en ese punto. No quiero contar el final, pero esa última escena en la que se explica un poco el personaje… yo lo trabajé desde ahí, lo compuse sabiendo lo que hace y cómo acaba la historia, entonces Mateo siempre tiene eso en mente.
–¿Y vos sos consciente de tu propio carisma a la hora de encarar el personaje o te olvidás de Mario Casas?
–Convivo conmigo todo el día, soy consciente, pero no es un objetivo la imagen. Lo entiendo, vivimos también de eso, pero finalmente no es el hecho. Así que lo que hago con mis personajes es meterme lo máximo posible, no hay otra manera. Hay que ser honesto con este trabajo, y cuando uno crea un personaje, dar lo máximo posible, no sólo cuando te pones delante de cámara, pues si tengo que empezar meses antes a trabajar porque ya tengo el guion… ahí vamos. No llego una semana antes directamente a los ensayos; me gusta llevar una propuesta siempre al director, tener todo atado y muy claro lo que quiero para modificar junto a él y escoger un camino de su mano. Ese es mi estilo, dejarme la piel, no concibo de otra manera esta profesión.
–Este año ganaste el Goya por No matarás. ¿Qué significó para vos?
–Fue un momento bonito; que los académicos y la industria en España me den el máximo galardón al que un actor puede aspirar es para agradecer y vivirlo de una manera especial, como ha sido este año rodeado de mi familia. Pero cuando pasan los días uno se va olvidando; los premios son muy bonitos pero al final quedan en un lugar secundario, lo importante es seguir creciendo como actor y como persona.
–Hablando de actores, has tenido muy buenas experiencias con intérpretes argentinos. Trabajaste con Alejandro Awada en El bar, con Guille Pfening hace poco en El practicante, y en El inocente está Martina Gusmán. ¿Qué consideración tenés de ellos?
–Todos, no sólo en España sino en el mundo, creemos que la Argentina es la cuna de la interpretación, del teatro. Con Martina, ves la serie y hay algo que el actor argentino lo hace muy fácil, está bien siempre, no hay texto, no hay interpretación que se les resista: los argentinos llevan la actuación en la sangre. ¡Y el talento! Los tenemos en un lugar increíble; el de Martina me parece el personaje mejor construido de la serie, está fantástica en un rol muy difícil y con muchas aristas. Guille Pfening también fue un tipo fantástico, maravilloso. Pero al personaje de Martina lo coloco en el primer puesto.
–En estas casi dos décadas de carrera, ¿tenés alguna filosofía que te va guiando para tomar decisiones?
–No tanto. Leo los guiones junto a mi gente, me dan sus opiniones desde diferentes puntos de vista y yo tomo la decisión. Al final, lo que pasa siempre cuando uno acaba haciendo una serie o una película suele ser que lees las primeras escenas, quince o veinte minutos, y ocurre algo natural, muy de “quiero hacer esto ya”; me guío por eso, por la intuición. También me apetece enfrentar el desafío de algún personaje que no haya hecho, el director… Llevo tiempo metido en varios thrillers y me gustaría hacer una comedia loca. Algo para disfrutar, sobre todo en la previa, porque al final después es el mismo reto que en cualquier otro género, pero el pre se vive distinto. Construir la comedia y disfrutar de eso es algo que querría en los próximos meses o el año que viene.
–Para lograrlo, tendrías que volver a trabajar con Álex de la Iglesia.
–¡Sí, sí! Me parece que con Álex nos entendemos muy bien; somos la noche y el día, pero no comprendo por qué en la comedia nos reconocemos y conectamos al cien por ciento, hasta tenemos el mismo humor. Siempre se da algo mágico con Álex y espero que me ofrezca uno de esos personajes locos.
–¿Cuál ha sido el mejor consejo que te han dado a lo largo de tu carrera?
–Uf, he trabajado con grandes actores, como Antonio Banderas, José Sacristán , Luis Tosar... Al final es el trabajo y dejarse la vida en lo que uno hace. Intentar no decir “lo hubiese hecho mejor”. El día a día es muy importante, yo trabajo con un acting coach desde hace tiempo y seguimos entrenando aún cuando no hay nada. Ver cine, mirar series, leer, si se puede, hacer cursos, y trabajar diariamente para llegar lo mejor posible a cada cosa que haces.
–Última pregunta: El inocente plantea el tema de las segundas oportunidades en la vida. ¿Vos creés en esto de que siempre hay una segunda chance?
–Sí, vamos, yo creo en segundas, en terceras y en cuartas si hacen falta: la vida está para aprender a perdonar y a darse otras oportunidades. Entiendo que de acuerdo a lo que haya podido pasarle a cada uno sea difícil, pero hay que saber hacerlo. En esas segundas chances muchas veces está la redención.