Dafne Cejas • De la Argentina al mundo

Vivió toda su infancia y adolescencia en Villa María, Córdoba, hasta que fue descubierta mientras trabajaba volanteando en Cosquín Rock. A la semana siguiente estaba tomando su primer vuelo a Nueva York. Historia de una modelo internacional que conquistó todos los fashion weeks y hoy triunfa en el mercado asiático. 


“Cuando empecé como modelo en París lo primero que me dijeron fue: “Shut up and be Beautiful” (callate y sé bonita). Me lo dijo Ricardo Tisci, el diseñador de Givenchy. Era el primer desfile que hacía en mi vida, la primera vez que caminaba en una pasarela, directo de Córdoba al Fashion Week de París. Fue tremendo, estaba aterrada y Tisci, que me había fichado para Givenchy como su nueva musa, me dio ese consejo que quedó como un mantra”.

Esta anécdota resume una parte fundamental en la vida de Dafne Cejas, 28 años, 1.82 de altura, ojos felinos y cejas tupidas que hacen honor a su apellido. De sus días en Villa María recuerda las tardes tranquilas, la serenidad que marcaba el pulso de sus días y una calma que se vio interrumpida cuando a los 19 años le propusieron irse a trabajar como modelo a Nueva York y comenzar una rutina salvaje de aviones, castings y desfiles que la llevó a encontrar un nuevo modo de vida.

"Me acuerdo de que en medio de la Semana de la Moda en Nueva York tuve que ir por unas horas a Londres a hacer un editorial y colapsé, me broté toda. Al regresar, estaba sin dormir y, literal, tenía veinte castings ese día. Yo lloraba y hablaba con mi mamá, me quería volver a casa, y a nadie le importaba, me decían: ‘Es Fashion Week, a llorar a otra parte’."

-¿Cómo es la historia de tu descubrimiento?

-La verdad es que nunca pensé en ser modelo. Estudiaba Derecho en Córdoba y agarré un laburito en un stand de Cosquín Rock, repartiendo volantes, y ahí fue que pasó una Booker de una agencia y me propuso mandar fotos mías a una agencia en Buenos Aires. En ese momento estaba todo mal en mi vida, dejé la facultad, tenía conflictos con mi viejo, así que acepté la propuesta.

-Lo más loco es que no te fuiste a Buenos Aires, sino casi directo a Nueva York…

-Sí, yo nunca había viajado en mi vida y cuando vieron mi material afuera me dijeron de ir a hacer castings. Me mandé casi sola, estuve los primeros días con mi manager y después me dejaron ahí sola con mi alma hablando muy mal inglés. Fue súper duro al principio.

-¿Cómo fue que a la semana de esa llegada traumática terminaste en el desfile de Givenchy?

-Bueno, empecé todo el circuito de castings, que era una locura, y me llamaron de varias marcas y diseñadores diciendo que me querían conocer, porque era la chica nueva de la agencia. Mientras mi manager de allá iba tejiendo con todo el mundo para darme manija hasta que le habló a Ricardo Tisci y me consiguió una cita. Hasta que de un día para otro me dice: “Bueno, no haces más castings porque te confirmaron exclusiva para Givenchy”. Entonces me quedé diez días en Nueva York sin hacer nada, porque no podía trabajar para ninguna otra marca, hasta que me volaron a París para que mi debut absoluto sea con Givenchy en esa semana de la moda. Fue una locura.

-¿Te fuiste a vivir a París así nomás?

-Me iba por la temporada, ahí fue cuando empecé a seguir las temporadas de los diferentes Fashion Weeks del mundo. París, New York, Londres,  Milán…

-¿Qué sentiste al llegar a París?

-No entendía nada, en mis planes ni siquiera estaba ir a New York, eso ya me parecía un montón, así que imagínate lo que era terminar en París. Ahí sí que realmente estaba perdida con el el idioma, con todo. No entendía como se trabajaba, no entendía el mundo de la moda… Recién me cayó la ficha cuando pude volver a Buenos Aires después de esa primera temporada.

-¿Cómo te pegó emocionalmente toda esa situación?

-Primero pasé por un momento de desarraigo en el que extrañaba Villa María, a la familia, al perro, a mi novio de ese momento, que me terminó dejando porque no se banco la distancia. Y después me tuve que adaptar a lo demandante que se volvió el trabajo: iba a Londres por 24 horas a hacer una fotos y volvía a New York sin dormir y al día siguiente tenía doce castings, cosas así. El ritmo era tremendo.

-Me imagino el costo de todo eso…

-Sí, el cuerpo a veces no da más, y a eso sumarle que tener que llegar un sonreír, lidiar con gente, mucha gente todo el tiempo que te tocan, te miden, te maquillan, te peinan.

-¿Te convertís en un objeto?

-Totalmente. Me acuerdo que en medio del Fashion Week en NY tuve que ir por el día a Londres a hacer un editorial y colapsé, me broté toda. Al volver estaba sin dormir y literal tenía veinte castings ese día. Yo lloraba y hablaba con mi mamá, me quería volver a casa, y a nadie le importaba, me decían: “Es Fashion Week, a llorar a otra parte”. Así que tuve que seguir y cuando terminó esa locura me fui un mes a Villa María a ponerme en eje y prepararme para seguir.

-¿Cómo es el proceso de casting?

-Cuando vas a un casting, los clientes te quieren ver lo más simple posible. Te toman una foto polaroid a la mañana, sin maquillaje, sin peinado, sin las uñas pintadas, sin las cejas depiladas, y ellos con eso ven que te quieren hacer. Te van moldeando según el desfile o la campaña.

-¿Qué fue lo que más te impresionó de la industria de la moda?

-Que fuera tan dura. Antes era mucho más cruel que ahora. Llegaban chicas muy jóvenes, de todo el mundo, de lugares como Europa del Este o literal del Amazonas, y caían en esa olla hirviendo que era Nueva York y no entendía nada, a veces era algo muy duro de procesar. Es muy rudo que un cliente te diga, “sos fea”, o “bajá de peso”, o “no me gustas”... Hay gente que lo puede llevar y gente que no, sobre todo a esa edad. Tenes quince años y te destruyen. Ahora por suerte hay muchas cosas que no se pueden decir, pero en esa época no había piedad.

-Después de todo ese recorrido por las capitales típicas de la moda terminaste desembarcando en Asia, en la nueva meca de esta industria. ¿Cómo fue tu llegada a China?

-Siempre China fue algo que estuvo latente, pero al principio de mi carrera mis managers me decían que no era el momento. Y China justamente es un mercado que valora modelos más maduras, con cierta trayectoria, así que al principio decidimos esperar.

En ese momento tenía base en París y NY y me propusieron asentarme en Beijing, sola, lo que me parecía una locura absoluta. Me tomé un año para explorar otros mercados, estuve trabajando en Estambul y Australia, que fue una súper experiencia, hasta que me decidí a vivir la aventura China, y fue un flash, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.

-¿No te dio miedo?

-Al principio sí, pero una vez que estaba instalada allá me gustó, es un mercado gigante y vale la pena vivir la experiencia. Ellos buscan modelos occidentales, de piel muy blanca, altas, de ojos claros. Tienen una obsesión con eso.

-¿Qué fue lo que más te impactó de China?

-No sabía lo enorme y mounstruoso que es el mercado de la moda allá. Todo lo que se consume en el mundo sale de ahí, básicamente. Es todo tan inmenso que cada ciudad tiene su propia industria de la moda y cuentan con tanto presupuesto que se pueden dar el lujo de llevar modelos de todo el mundo a lugares que no son capitales.

-¿Se paga bien en ese mercado?

-Muy bien, la verdad que valió la pena, aunque al final se me hizo muy difícil por las costumbres, la distancia, la comida. ¡Los últimos tres meses no daba más!

-La contaminación del aire allá es tremenda…

-Sí, vos pensá que son la gran fábrica de todo el mundo y eso tiene sus consecuencias ecológicas. Hay días en los que ni podes salir de tu casa por lo contaminado que está el aire, es como una pelusa gigante que se respira.

-¿Qué hiciste durante el tiempo que tu trabajo se paró completamente por la Pandemia?

-Justo me casé dos meses antes de la Pandemia y cuando todo se detuvo me puse a estudiar Hitoria del Arte de manera on line, así que ahora muy ocupada y entusiasmada con eso. La Pandemia me puso un parate obligado en esta vida de locura y en un punto me vino bien para detenerme a pensar, a estudiar y a saber que puedo hacer otras cosas.

Que puedo hacer algo más con mi vida, que no tengo que estar viajando todo el tiempo para poder trabajar.

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