UN AÑO EN PANDEMIA
Hoy se cumplen doce meses del inicio de la cuarentena obligatoria en el país. Qué pasó en el mientras tanto, qué aprendimos como sociedad, quiénes fueron los héroes y villanos de una película de ciencia ficción jamás imaginada. Retazos de un tiempo dantesco.
En el especial pandémico de South Park, la única serie capaz de tomar radiografías sociales y hacer sonrojar a todo el mundo por igual, Randy (el personaje que encarna las miserias, el descaro y la ignorancia moderna) viaja a China con Mickey Mouse y, en pleno descontrol, tiene sexo con un murciélago y un pangolín. La escena, aunque ficción, alimenta y, fundamentalmente, deforma la teoría del comienzo de esta “especie de fin” que fue, es y sigue siendo el coronavirus. Un año clavado de esto. Un año de algo que no esperábamos. Un año que no dejó mueble sin mover, costumbre sin cambiar y convención sin corromper.
La vida en pandemia comprimió imágenes insólitas, como la del tendal infinito de fanáticos de Diego Armando Maradona haciendo fila para despedir al más grande astro del fútbol mundial. Y, en su reverso ascético, el paso del claustro de los primeros meses de la cuarentena al uso sorpresivo de ese otro protagonista que fue, es y sigue siendo el barbijo.
Año deforme, año distinto. Un año de marzo a marzo. Con el verano 2020 visto borroso, como esa fotografía que se desintegra en Volver al futuro, aquel marzo del año pasado oficializó el comienzo de una nueva normalidad que, por ese entonces, carecía de marco teórico. El coronavirus, la amenaza más grande de nuestros tiempos, se expandía por el mundo, y al mundo no le quedaba otra que adaptarse.
Enseguida, la primera cuarentena estricta dio tiempo para expandir el sistema de salud que, de mínima, venía deteriorado. Hubo aplausos para los médicos. También, recetas de pan de masa madre. La cocinera Paulina Cocina se convirtió en una celebridad de carácter regional creciendo de a 10 mil seguidores por día. Hubo boom del delivery, boom de los vivos de Instagram, boom de los videojuegos, boom de streamings, boom de zooms. Boom de consumo. Boom de boom: el mundo hizo boom.
Es difícil caer en la cuenta de todo lo que pasó. Si en la perspectiva de los balances anuales siempre se pianta alguna mueca de extrañamiento, esta cosecha 20/21 hizo que el más agrio de los pesimistas se quedara cortísimo. Y tanto fue así que los responsables de Black Mirror, que suelen jugar a la ucronía incómoda y gozar húmedos con el ejercicio experimental del what if…, movieron los flejes de la ficción y terminaron haciendo un documental. “Black Mirror, hold my beer”, diría el meme.
Aunque se infló demasiado con algunas parodias, la pretensión de Death to 2020, el documental autoconsciente de Netflix, se emplaza recordando los aspectos “más sobresalientes” de estos 365 días para el olvido. Por ahí, el virus brotando de Wuhan, el asesinato de George Floyd, la negación y el contagio de Boris Johnson y la invitación de Donald a ingerir desinfectante. El furor imparable de las fake news, las conexiones vía webcam adaptando “lo social” y los youtubers juntándola en pala.
Y, en la vida real, parte del ecosistema reconfigurándose por la ausencia del hombre y la máquina. La incesante quema de humedales; los incendios del Amazonas, el patio de atrás del mundo, y los de Chubut, el último de nuestros dolores. Como si fuera poco, en medio de una crisis global, la carrera por la presidencia de los Estados Unidos. Entre el ruido, el tuit de abril de 2020 del periodista Christian Martin asegurando que habría vacuna. “El 2020 fue el año que vivimos en peligro”, repitió una y otra vez Víctor Hugo Morales, el hombre capaz de pintar con palabras.
Hubo marchas anticuarentena y los aplausos a los médicos se guardaron en el cajón. Como un Fahrenheit 451 todavía más utópico, se quemaron barbijos, una de las más efectivas herramientas para la prevención del contagio. Así las cosas, la vacuna rusa Sputnik V, la vedette de la temporada, todavía no contaba con el aval de The Lancet pero, aún así, el Gobierno argentino ya se adelantaba con algunas dosis. Mientras tanto, siguen los enfermos, el dolor, la muerte. Y los médicos, personal de salud, cajeros de supermercados, recolectores, conductores de transporte público y una lista de trabajadores esenciales poniendo el pecho 24 x 7, todos los santos días, de todos los santos meses, de todo este santo año.
¿Cuándo pasó cada una de estas cosas? El tiempo se condensó, mezcló y congestionó. Ante el retorno de la educación presencial, el recuerdo de un largo y cuidadoso período de clases virtuales. Los pibes que rapeaban en las plazas se montaron en competencias de Discord. Se soñó con movilidad urbana, con bicicletas eléctricas, con evitar la conglomeración. Se murió el centro de la política, como escribió el detallista Martín Rodríguez por allí, en una pirueta discursiva que terminó jubilando al Centro, a la City porteña, a sus bares y cafetines. Dándoles el pésame a las persianas bajas que ya no volverán a subir.
El Gobierno saltó con el IFE, el ATP y diversas ayudas sociales para detener la resquebrajadura de algunos tejidos. Aparecieron los incels criollos, los libertarios gritaron fuerte. Hubo acusaciones trasnochadas y locuras cocinadas al calor de la www: que las antenas 5G, que el Nuevo Orden Mundial, que la “plandemia”, que el chip de Bill Gates. Como sea, ganó la ciencia. Por las preocupaciones, el sexo mermó. La guita se ajustó. Los newsletters, podcasts y contenido informativo triunfaron.
Se esperaron los reportes de contagios diarios como quien aguarda el sangriento saldo de una guerra. Se cancelaron festivales y conciertos. A los cinco minutos, muchos se volvieron digitales. No quedó otra. Los portales porno regalaron su contenido y después, inmediatamente después, casi que al segundo después, recogieron cable y volvieron a cobrar por su material. Porque, como dice el adagio, “el primero te lo regalo, el segundo te lo vendo”. La sociedad incorporó nuevos conceptos, como “test”, “hisopado”, “contacto estrecho”, “aislamiento”, “burbuja sanitaria” y otra madeja de palabras que, ojalá, no volvamos a usar jamás.
La pandemia sigue aún entre nosotros pero ahora, por fin, se yergue con una nueva perspectiva: la distribución de las vacunas significa inmunidad y, también, la chance de, en algún momento, poder dar vuelta la página.
Las criptomonedas, con el bitcóin y su pico de 58 mil dólares a la cabeza, pegaron estirones que asustaron y envalentonaron a más de uno. Algunos restaurantes atendieron “barrani” hasta que llegaron los “protocolos”: alcohol en gel, barbijo y distancia social. Respeto y más respeto. Algo de lavandina, espacio abierto, mucho de desinfectante en aerosol. “Al virus lo paramos entre todos”, dijeron los diarios. Hubo cooperación política, algunos medios se abrazaron. Hubo ilusión de un carro tirado por todos, pero se diluyó al mismo tiempo que los recitales en balcones y las fiestas online. Un principio prometedor, un nudo confuso, un desenlace horrible.
Se estrenaron series fatto in casa, hubo reuniones de castings (gracias, John Krasinski y su Some Good News por la meeting de The Office). El actor Gael García Bernal tuvo que adaptar su flamante serie de entrevistas, Pan y circo, en las que comía con invitados de toda índole, a un nuevo formato remoto. Lo mismo le pasó a Jimmy Fallon, John Oliver, Jimmy Kimmel y a todos los late nights. Se perdió la interacción física. Y si para 2019 el 44 por ciento de las empresas se negaba al home office (el dato es de la consultora Owl Bals), 2020 subvirtió ese orden cuando el 63 por ciento de los trabajadores manifestó sus ganas de seguir trabajando a distancia (el dato es de la Red Internacional de Educación para el Trabajo).
Entretanto, la consecuencia involuntaria del home office se entronizó en el efecto Día de la Marmota (o Hechizo del tiempo, filme de 1993): todos los días son el mismo día. Se postergó el sueño de matchear en Tinder, Badoo, Grindr, OkCupid, Happn, Bumble y demás. El levante se hizo chicloso, sinuoso, difícil. Pero hubo que acostumbrarse. Más allá, los gamers se hicieron ricos y el Kun Agüero, máximo goleador extranjero en la historia de la Premier League, se volvió aún más rico con KRÜ, su team de e-sports, mientras sigue desarrollando su amistad con Ibai, el streamer más importante de habla hispana.
Leo Messi casi se va del Barça y terminó yéndose el uruguayo Luis Suárez, uno de sus mejores amigos. Volvió el fútbol sin público, luego con algunos invitados y ahora ya se diseña un plan para que regresen los hinchas a los estadios. En las pantallas, Tenet, la película-tanque de Christopher Nolan, lideró la vuelta a los cines de nuestro país con 75 mil espectadores durante su primer fin de semana. ¿Huele a poco? Hace unos días nomás, la cantidad de espectadores en los cines era literalmente cero.
En los Estados Unidos se quemó el Capitolio, ganó Joe Biden, festejó Lady Gaga y se lamentó Donald Trump. En la Argentina, el Gobierno autorizó el autocultivo de cannabis para uso medicinal y, finalmente, el aborto es seguro, legal y gratuito. Google fue bombardeado con búsquedas de “coronavirus”. Los médicos siguieron poniendo el pecho. Llegó la autorización de la Anmat y el sello de The Lancet para la Sputnik V. Celebró el Gobierno, la oposición apretó sus dientes.
Las vacaciones fueron bien domésticas: o en casa, o cerca de casa, o en algún lugar que, eventualmente, permitiera volver rápido a casa. Se abrieron nuevos certificados de circulación, la provincia de Buenos Aires abrazó a todos sus coterráneos. La Costa Atlántica explotó de veraneantes y, felizmente, gracias a la atención brindada en el primer tramo de la cuarentena, no reventó el sistema de salud.
Sí, parece mentira pero todo eso pasó de marzo a marzo, y nunca nadie, jamás, ni el más cínico de los guionistas de Hollywood, se animó a tanto. La pandemia sigue aún entre nosotros pero ahora, por fin, se yergue con una nueva perspectiva: la distribución de las vacunas significa inmunidad y, también, la chance de, en algún momento, poder dar vuelta la página. De marzo a marzo se cumple, redondo, un año desde el inicio oficial de la pandemia. Año atroz, año veloz, año sedentario, año de mierda.