El mundo según Paul McCartney

Desde tiempos de Let It Be y varias décadas antes de las redes sociales, el ex Beatle vive embanderado en las causas más nobles del planeta, y aún hoy, a sus 78 años, sigue contagiando su militancia por los derechos de los animales. Todas las luchas, todos los activismos del sir de Liverpool.

La vida y su mera existencia en la Tierra resultan de una asombrosa serie de coincidencias. El maquillaje físico de nuestro planeta y su posición en el sistema solar desembocan en un delicado equilibrio de condiciones climáticas que no existirían si estuviésemos apenas más cerca del Sol o ligeramente más lejos. Gracias a esas condiciones, la Tierra se convirtió en el hogar de millones de especies de plantas y animales. Incluidos nosotros, los humanos. Y, entre todos ellos, Paul McCartney, que a sus 78 años sigue contagiando su activismo por los derechos de los animales.

“No sé ustedes, pero yo creo que la naturaleza inspira”, lanzó el ex beatle en su documental One Day a Week (2017), desde donde milita activamente para que, una vez por semana, dejemos de consumir productos animales. Ahí, junto a su hija Stella, su ex compañera Linda y los actores Emma Stone y Woody Harrelson, aboga por los recursos naturales y reflexiona sobre el presente y el futuro de la humanidad.

Con ese envión, McCartney le mandó una carta personal al Presidente argentino, Alberto Fernández, con el objetivo de hacerle conocer los antecedentes de la campaña y las razones que lo impulsan, como el impacto de la ganadería, su incidencia en los gases de efecto invernadero y su consecuencia en el cambio climático. Por supuesto que semejante remitente terminó en los titulares de todos los diarios del país.

Por caso, según informó la Unión Vegana Argentina (UVA) en sus cuentas oficiales, uno de los puntos clave de la carta fue invitar a la República Argentina a sumarse al movimiento Meat Free Monday (Lunes sin Carne) promoviéndolo e implementándolo en escuelas, oficinas gubernamentales y otras dependencias públicas del país. A la sazón, contó Manuel Martí, presidente de la UVA, que Fernández le dijo que si llevaban a Paul a su despacho y le cantaba “Blackbird”, él se hacía vegano.

“¿Qué puedo hacer como individuo para ayudar? Hay un modo sencillo pero significativo de ayudar a proteger el planeta y a todos sus habitantes. Y comienza con tan sólo un día por semana. Un día sin comer productos animales puede tener un impacto enorme para mantener ese delicado equilibrio que nos sustenta a todos”, arremete Paul desde su documental.

Por caso, en una entrevista de 2017 con Susan Goldberg, la editora en jefe de National Geographic, McCartney contó el origen de su vegetarianismo: “Estábamos con Linda en una granja, y habían nacido corderos. Y un día estábamos comiendo pata de cordero e hicimos la conexión. ‘¿No deberíamos intentar no hacer esto?’, nos preguntamos. Lo hicimos y nunca miramos atrás. Básicamente, fue por compasión a esos corderos que recién habían nacido y cuyas vidas terminarían pronto”.

Así las cosas, desde 1975 que el británico mantiene una dieta vegana y un activismo que, por su estatus de celebridad, entre otros miles de gestos, lo llevaron a torcer el destino de uno de los personajes más importantes de la cultura pop: Lisa Simpson. Para aparecer en Los Simpson, la exitosa serie animada de Matt Groening, Paul pidió una estricta condición: que Lisa, quien es algo así como “la encarnación de la conciencia” de la ciudad de Springfield, se hiciera vegetariana por el resto de la serie.

Por eso, después del recordado episodio de la séptima temporada “Lisa, la vegetariana” (aquel de “¡No vives de ensala-da, no vives de ensala-da!”), McCartney posicionó a una exegeta verde dentro de uno de los productos culturales más importantes de la historia de la TV. Desde ahí, gracias a aquel cameo de Paul y Linda (y con la ayuda invaluable de Apu), se torció para siempre el arco narrativo de Lisa. Un ejemplo nítido de la influencia que puede tener McCartney y de su sagaz inteligencia al implantar una bomba activista dentro de una serie popular. Militancia orgánica, le dicen.

Y más acá, en el pico de la comedia criolla y en uno de los hipervínculos de Babilonia Gaucha más absurdos en la historia, un carnicero de Alta Gracia, en Córdoba, bautizó a su local como Paul Mac Carne. El chiste no hay que explicarlo porque la referencia está delante de sus ojos: sí, un juego de palabras tan simple como delicioso. Los rumores dicen que el detalle llegó a los oídos de Paul y, lejos de ofenderlo, le pareció hasta gracioso. “Paul es vegetariano, ni se va a enterar”, apuntó Pablo Arona, su dueño, en 2015. Product placement por otros medios.

Durante la primera explosión de la pandemia de coronavirus, en abril de 2020, mientras Paul cumplía con la cuarentena en su casa de Sussex, Inglaterra, fue entrevistado por el estadounidense Howard Stern. “Realmente espero que esto provoque que el Gobierno chino diga: ‘OK, muchachos, realmente tenemos que ponernos superhigiénicos por aquí’. Seamos sinceros, es un poco medieval comer murciélagos”, sacudió abogando por la iniciática teoría de la “sopa”.

Sin embargo, aquella no fue la primera vez que McCartney embistió contra los chinos. Basta recordar cuando en 2005 se negó a volver a tocar en la República Popular China después de ver una filmación en el mercado de pieles de Guangzhou, en el sur del país oriental. “Es desagradable. Va en contra de la humanidad. No podría ir allí”, afirmó a la BBC. Allí, también cuestionó a Pekín, que acogió los Juegos Olímpicos de 2008. “¿Cómo puede una nación anfitriona de los Juegos Olímpicos permitir que los animales sean tratados de esta manera terrible?”

Desde antes de antes, McCartney sostiene un discurso coherente y consecuente. ¿Quién otro entronizaría mejor el “Non videmus manicae quod in tergo est” (“No podemos ver la carga que llevamos en nuestras espaldas”) que el autor de “When I’m Sixty Four”, la obra que pintó la vejez cuando apenas andaba por sus veintis?

En el camino, creó junto a su ex esposa una empresa alimenticia libre de ingredientes genéticamente modificados (Linda McCartney Food), cuestionó a líderes religiosos como el dalái lama (“¿Por qué comés carne?”), llevó adelante campañas para salvar el Ártico (Save the Arctic), narró videos para PETA (“Glass Walls” sobre la industria cárnica) y enfrentó a líderes políticos como David Cameron (“Perderán el apoyo de los amantes de animales como yo”, le espetó al primer ministro británico a propósito del tratamiento de la ley contra la caza de zorros).

“Si le decís a la gente: ‘Soy vegetariano desde hace cuarenta años y es genial, ustedes también deberían ser vegetarianos’, es demasiado para asimilar. Significa que tienen que cambiar todo su estilo de vida. Lo que descubrimos es que, si le decimos a la gente ‘prueben un día’, lo pueden hacer y quieren hacerlo. Dicen ‘esto es bueno’, y por ahí prueban hacerlo dos días, y así”, reflexionó ante Goldberg, de Nat Geo, empleando un activismo realista ante las diversas coyunturas sociales.

“Puedes influenciar a la gente sin estar acusándolos”, decía Apu, a.k.a. “el quinto beatle”, en aquel episodio de Los Simpson. Y en esa estampa que vale más que mil campañas propagandísticas, Paul le asegura a Lisa: “Si tocas ‘Tal vez me sorprende’ (‘Maybe I’m Amazed’) al revés se oye la receta de una rica sopa de lentejas”. Bueno, y además de todo esto, el cantautor de Liverpool hizo “Let It Be”, “Penny Lane”, “Eleanor Rigby”, “Helter Skelter”, “Yesterday”, “Hey Jude” y “Get Back”, motivo suficiente como para cuidar la Tierra, el único lugar donde vive sir Paul.


TRES PARA TODO

Por Daniel Bajarlía

En los momentos de su vida en los que Paul McCartney se encontró más solo, grabó un álbum. Pero no es que simplemente compuso todos los temas (nada fuera de lo normal en él), sino que también se puso en la piel de productor y tocó absolutamente todos los instrumentos. McCartney III es el cierre inesperado de una trilogía registrada cien por ciento por el ex beatle, que encerrado en su casa por la pandemia empezó a experimentar en su estudio y cuando se dio cuenta tenía doce canciones nuevas, tal vez las más osadas en mucho tiempo. ¿El mundo necesitaba en este momento un nuevo disco de Macca? Los números demuestran que sí: fue su primer número uno en ambos lados del Atlántico en 31 años, y a fines del año pasado logró que las ventas de vinilos tuvieran su mejor semana en la historia desde 1991.

En 1970, Paul McCartney sentía que su mundo se caía a pedazos. Con The Beatles había generado una revolución cultural sin precedentes, pero en ese momento se encontraban al borde de la separación. Si bien los álbumes Abbey Road y Let It Be demostraban que seguían siendo los mejores, su relación había sufrido mucho desgaste desde que asumieron el control de sus finanzas cuando falleció su histórico manager, Brian Epstein, en 1967. John Lennon había planteado su deseo de abandonar el grupo y Macca estaba enfrentado con sus compañeros por la decisión de haber contratado a Allen Klein, uno de los personajes más nefastos de la historia de la música, para manejar todos los asuntos de la banda.

Sumido en una profunda depresión, se recluyó en su hogar, y mientras circulaba el rumor de que había muerto grabó en secreto su primer álbum en solitario. No era la primera vez que tocaba todos los instrumentos (en “Martha My Dear” y “Wild Honey Pie”, del Álbum Blanco, Paul es el hombre orquesta) ni que producía (ya lo había hecho en los primeros trabajos de Badfinger y Mary Hopkin), pero sí fue una novedad que haya decidido que todas las tareas recayeran sobre él. El resultado fue McCartney, un trabajo con una atmósfera pastoral en la que el autor de “Hey Jude” tomó una dirección completamente diferente a la que estaba yendo The Beatles, con el himno “Maybe I’m Amazed” y la folkie “Junk” a la cabeza. Con este LP, el compositor fue un precursor de la estética “do it yourself” (“hazlo tú mismo”) que adoptaron el punk y el rock independiente desde fines de los 70 en adelante. Su lanzamiento provocó la ruptura definitiva de los Fab Four, ya que con su salida, Paul fue el primero en anunciar públicamente que ya no pertenecía al cuarteto de Liverpool.

Diez años más tarde, Macca se encontraba en una situación similar pero con Wings, la banda que había formado en los 70 con su esposa Linda. Mientras definía si continuaba o no con ese proyecto, pasó el verano en su granja ubicada en Escocia experimentando con sintetizadores y secuenciadores. El resultado fue McCartney II, su propia lectura de la new wave y el synthpop, que fue más criticado aún que su antecesor, pero que con el tiempo adquirió el estatus de clásico de culto. Para muchos, el ex beatle se anticipó al pop electrónico que vendría después, aunque rápidamente retomaría su sonido característico con Tug of War, sin Wings y bajo la supervisión de George Martin.

De una manera un tanto extraña, fue el mítico productor fallecido en 2016 el que lo empujó a grabar McCartney III. Revisando el material extra que iba a incluir la nueva edición de Flaming Pie (1997) que salió a mediados del año pasado, apareció una vieja canción que había registrado en una de las sesiones que produjo Martin en 1992 llamada “When Winter Comes”. Para Paul, la composición fue un gran descubrimiento y a pesar de que en su momento había sido un descarte, esta vez consideró que merecía un destino más digno que el de un mero bonus track. Su idea inicial fue lanzarla por separado acompañada por un video animado realizado por Geoff Dunbar.

Cuando Macca entró en el estudio que tiene en su hogar en medio de la campiña inglesa para registrar una pequeña introducción instrumental para el video, la pandemia frenó al mundo y él se quedó en su casa. Con tiempo de sobra, esa canción de menos de un minuto, titulada “Winter Bird”, se convirtió en “Long Tailed Winter Bird”, en donde apoyado sobre un irresistible riff se van superponiendo múltiples capas de instrumentos mientras Paul canta “¿Me extrañás? ¿Me sentís?”. McCartney III abre con este viaje que dura cinco minutos, en el que parece advertir desde el comienzo que no está dispuesto a hacer concesiones, como suele hacer en sus álbumes.

Sin embargo, McCartney no puede con su genio y siempre termina entregando buenas melodías. “Find My Way”, elegida como sencillo, tal vez sea una de sus mejores composiciones de este siglo. Escrita en pleno confinamiento, describe los tiempos que corren: “Nunca tuviste miedo a días como estos, pero ahora estás abrumado por tus ansiedades”. En esa misma línea, “Seize the Day” es un mantra para salir de esta crisis mundial con más fortaleza: “Estaremos bajo techo esta noche/ Cuando lleguen los días fríos y las viejas costumbres desaparezcan /No habrá más sol y desearemos haber celebrado el día/ Aprovecha el día”.

El álbum se completa con bocetos que el músico tenía archivados y a los que recién ahora pudo darles su forma definitiva y otras canciones que surgieron de experimentos que fue probando en el estudio. Esta vez, y a diferencia de lo que sucedió con sus predecesores, Paul tomó un rumbo más claro, siempre al servicio de la canción. El punto más alto es “Deep Deep Feeling”, una especie de R&B progresivo de más de ocho minutos cuya intensidad va creciendo en espiral hasta el final. Es el tema más largo de la trilogía y a la vez uno de los más contundentes. “Slidin’”, por su parte, está construido sobre un riff que surgió de una zapada durante la prueba de sonido de un recital. Grabó una toma con su banda en las sesiones del álbum Egypt Station (2018), pero no conforme con el resultado fue dejada a un lado hasta ahora.

No estaba en los planes de Paul McCartney cerrar una serie que empezó hace cincuenta años. Sin embargo, el mundo recibió esta tercera entrega con los brazos abiertos. En Inglaterra debutó en el primer lugar de los rankings, algo que no sucedía desde 1989, cuando salió Flowers in the Dirt. En los Estados Unidos llegó rápidamente al puesto número uno luego de desbarrancar a Taylor Swift, que había editado su álbum Evermore la semana anterior. De hecho, Macca aceptó posponer una semana el lanzamiento para no coincidir con la joven cantante. Por si fuera poco, McCartney III se convirtió en el tercer vinilo más vendido en su primera semana desde 1991 –cuando se empezaron a medir las ventas de LP– y fue fundamental para que el clásico soporte tuviera su mejor año en tres décadas. A los 78 años, Paul lo hizo de nuevo.

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