Feeling Good, las complejidades del amor millennial
La revolución de las identidades de género en los últimos veinte años, sólo para fijar alguna fecha, ha derivado en la diversidad de relaciones posibles. La monogamia, el matrimonio, la unicidad en las elecciones sexuales, todo está en cuestión.
Es un poco eso lo que refleja esta comedia agridulce que Netflix emite en su primera temporada -digo esto porque hay noticias que anuncian una secuela- protagonizada por la comediante y estandapera canadiense Mae Martin quien también la creó y escribió (en colaboración con Joe Hampson), tan inspirada en su propia vida que el pesonaje de la serie lleva su nombre.
Mae es una profesional del standup canadiense, que escapando de unos padres muy particulares, llega a Londres para probar suerte en el viejo continente. Es un reconocible personaje de nuestro tiempo, que, preferentemente lésbica, se define como ‘no binaria’, ha pasado por la adicción a las drogas y el alcohol y le cuesta un poco terminar de aceptar su imagen.
Por otra parte, es una criatura adorable en su torpeza. Lo mismo parece pensar George (Charlotte Ritchie), una treintañera hasta el momento straight que se apasiona por ella cuando la ve en el escenario.
Mae es un personaje a quien el afecto le ha sido esquivo, cuya comunicación con sus padres se limita a unas líneas de diálogo semanales por Skype pautadas por la desopilante Lisa Kudrow (la Phoebe de Friends), su madre en esta historia, femenina, elegante y profundamente neurótica, que maneja los tiempos y el tono de unas conversaciones que no tienen desperdicio. Esta soledad y el desafío de enamorar a la ‘chica de la película’ hace que se embarque en un romance complicado desde el principio, al que deben buscarle un formato, lleno de secretos (Georgina quiere mantener oculta la relación, Mae no se atreve a confesar que debería volver a Narcóticos Anónimos, ambas dudan en presentar a la otra sus respectivas familias), pero que va desenvoviéndose entre situaciones más o menos imprevisibles, algunas divertidas, otras dramáticas, como va desenvolviéndose en el siglo que corre la búsqueda de un formato más plástico donde quepan nuevas formas de vincularse.
El show tiene 8 capítulos breves. Todos los rubros, la dirección de actores, el delineado de los personajes, la fotografía (a veces un poco irreal y algodonosa, que recuerda a Euphoria, otra serie de amores atípicos), la música con una gran presencia de Billie Ellish en la banda de sonido, son exactos.
No desperdiciaron una línea de diálogo, lo cual se agradece, y creo que definitivamente Mae y George se merecen una segunda temporada.