DIARIO DEL TELETRABAJO

En plena pandemia de coronavirus, la gran mayoría de las empresas del mundo recurrió a este formato que, a pesar de ser una modalidad ya establecida, hoy vive su mejor momento de desarrollo y profesionalización.


En el poema número 11 del primer libro de Odas, el poeta latino Horacio creó un tópico literario y, un poco, la idea de un non-future cercana a los Sex Pistols pero también al confinamiento tecnologizado: el carpe diem, una expresión que usualmente se traduce como “aprovechá el día”. La pandemia invirtió la usual apuesta por el futuro en una supervivencia del presente. Ya lo cantó el Indio Solari y el mundo se cansó de escucharlo: “El futuro llegó hace rato”. Y sobre esta ocurrencia, la avanzada del teletrabajo, una noción 2.0 que es mitad esclavización moderna y mitad utopía hedonista, mitad supervivencia tecnosocial y mitad fantasía pop.

Según un informe de 2019 de la consultora Owl Labs, realizada antes de la explosión del coronavirus, el 44 por ciento de las empresas se negaba al home office. Sin embargo, la necesidad del teletrabajo para frenar la propagación del virus demostró que los equipos virtuales podían tener alguna respuesta posible. “Estamos viviendo algo inédito que también va a tener una resolución en esa dirección, es decir que no sabemos cómo va ser, pero sí que va a requerir cambios, cuidados, ajustes, y lo mejor sería que pongamos buena predisposición”, comenta Damián Supply, licenciado en Psicología especializado en grupos y vincularidad y profesional de salud del Hospital Italiano.

El derecho al trabajo no tiene oposición. Hay, por supuesto, un nuevo cuestionamiento a ciertas formas del trabajo: en concreto, a un flamante mindset que pone al hogar como espacio laboral. Ya no es ciencia ficción apocalíptica ni drama futurista: trabajar como si uno no existiera como lo que es, una rara experiencia de personalización despersonalizada. ¿Es el home office el futuro del trabajo? “De ser así, ojalá sea por elección y por mutua conveniencia”, desea el psicólogo.

Y, desde ahí, toma fuerza la idea del “multitasking” hogareño: se es padre, hijo, cocinero, estudiante y trabajador, todo al mismo tiempo, en el mismo lugar. Por eso, entonces, estos nuevos usos y costumbres cambiaron los ecosistemas laborales. “Estamos muy habituados al ritual social”, sugiere Supply. Sobre eso, el profesional agrega: “Hay que cuidar los espacios, nuestros roles. Por más mínima que sea cualquier conducta que nos preserve un poco, va a ser positiva en este multitasking que nos está tocando vivir dentro de casa”.

La desregulación de los mercados, la globalización, el trabajo informal, las desigualdades, la fluidez de lo virtual, la tecnología y sus fraudes, la contagiosa paranoia y, fundamentalmente, ahora, la dramática propagación de un virus mortal empujaron a los trabajadores hacia sus hogares. Al trabajo en solitario pero, a su vez, online y colectivo. “Creo que hay algo de la presencia, de la corporalidad, que es irremplazable y por eso cuesta acomodarnos”, continúa el profesional.

Una de las características fundamentales del teletrabajo es que la productividad no se mide en rangos horarios sino por objetivos. Por eso muchas veces es difícil implementar los límites de tiempo en el home office.

“Estamos empezando a medir la productividad. A priori, bajó, pero también es cierto que las condiciones son muy excepcionales, con familias conviviendo todo el día en ausencia física de instituciones educativas, con padres acompañando a sus hijos en las tareas a distancia, con anchos de banda limitados y compartidos entre todos los miembros del hogar, entre otras problemáticas afines”, asoma Matías Chamizo, director de Recursos Humanos de Invap, empresa dedicada al diseño y construcción de sistemas tecnológicos complejos. “Pero vemos una evolución positiva”, advierte Chamizo.

Es usual que en épocas de cambio sociales, económicos y políticos coexistan viejas y nuevas ópticas analíticas y que el avance del conocimiento (y, fundamentalmente, de la experiencia) no establezca una frontera nítida entre lo que es un accidente (o un incidente, como la pandemia del coronavirus) y lo que expresa una nueva configuración social (trabajar en casa, entre otras circunstancias). “Como estamos viviendo una situación tan inédita, es fundamental darle tiempo a la adaptación”, explica Supply. Y continúa: “Eso va a depender de cada persona, de su trabajo, de las condiciones en las que vive, del espacio físico y de sus recursos para sobrellevarlo”.

En la experiencia de Invap, en cuyo ADN se yergue el factor tecnológico, el cambio brusco también les trajo algunas dificultades. “En mi grupo de trabajo al principio nos costó, y esta modalidad tomó fuerza con la pandemia. Los primeros días estábamos un poco desorientados, pero a medida que pasaban los días fuimos encontrando el ritmo de trabajo, nos fijamos objetivos y tratamos de cumplirlos”, suma Chamizo. Y, con base en su perspectiva, remata: “De la retroalimentación que recibimos, entendemos que la gente se acomodó satisfactoriamente a la posibilidad de trabajar desde la casa”.

Entre los cambios positivos, los empleados encuestados destacaron como ventajas del home office el menor tiempo de traslado, la flexibilidad horaria, una mayor productividad y la posibilidad de pasar más tiempo en familia.

Entretanto, la consecuencia involuntaria del home office es el efecto Día de la Marmota (o Hechizo del tiempo, filme de 1983): todos los días son el mismo. “A diario nos enfrentamos a la situación de un problema externo que no se soluciona desde lo individual y se está tratando de afrontar desde lo colectivo, por eso es importante lo creativo para poder reinventarnos de alguna manera y poder percibir alguna diferencia en lo que vamos haciendo”, resume Supply.

En medio, las videollamadas, las virtudes del ocio, la sociología del living, los cruces de las esferas privadas y las laborales, el cansancio mental, el temor al burnout, la adaptación al cambio, la ansiedad, la volatilidad de los estados de ánimo, el miedo, la convergencia digital, los sentidos de pertenencia, el tiempo como un valor personal pero a su vez relativo, la alienación, la fábula del hogar como un centro activo de entretenimiento. “Hay demasiados juguetes tecnológicos”, dijo alguna vez el escritor Ray Bradbury, más cercano a la lectura que a la objeción, el autor que amó a Marte y que algo sabía sobre sci-fi.

Intempestivamente, casi sin transición y en seco, hoy se impone el home office desde la limitación y desde el cuidado, por eso se revuelve una encrucijada que quedó delante de todos (y nadie pidió, y acá está, y hay que enfrentar de una vez): mientras sucede, ¿es este el mejor momento para pensar si el home office es una salida posible? Y, una más, ¿cómo será la sociedad que afronte la “nueva normalidad laboral”?

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