Joaquín Furriel · PAPELES EN EL TIEMPO
El actor vuelve a la carga con Hamlet, la obra de teatro que el año pasado colmó el San Martín y reafirmó el gran presente de este artista multifacético.

En el Teatro San Martín, un día de semana a las cinco de la tarde, todavía no hay cola para entrar a ninguna obra. Quienes circulan por ahí a esa hora son, en su mayoría, empleados y actores que se alistan para sus respectivas funciones. Otros tan sólo pasan por ahí para comprar o retirar entradas y se sientan a tomar un café y a leer en el barcito que está al costado del hall central.
Joaquín Furriel es uno de los tantos actores que arriba al teatro. Pide un minuto antes de la nota para terminar de charlar con Jorge Telerman, el director general y artístico del Complejo Teatral, y ultima detalles de lo que será el reestreno de Hamlet. Su protagónico en la obra dirigida por Rubén Szuchmacher causó furor y una abultada venta de tickets. Después de la temporada del año pasado a sala llena, este clásico de Shakespeare, que sigue sin conocer el paso del tiempo y se posiciona como una fuente inagotable de discusiones existenciales, vuelve al Teatro San Martín y permanecerá en cartelera hasta fines de abril.
A lo largo de toda su carrera, Furriel alternó papeles en teatro, cine y televisión. Empezó de a poco y sus primeros pasos los dio con algunos textos clásicos mientras estudiaba en el Conservatorio de Artes Dramáticas. Pero la popularidad le llegó con la pantalla chica y se convirtió en el prototípico galán de fan club. Ese mote lo transformó en un infaltable en las telenovelas y por un tiempo su cara pasó a habitar el territorio de los programas y las revistas de chimentos. Hasta que llegó su protagónico en la película El patrón. Radiografía de un crimen. Su papel de Hermógenes Saldivar le retribuyó todo lo que había estudiado y lo devolvió a su lugar de actor. “Ese trabajo para mí fue muy revelador como actor. Tuve que hablar como un santiagueño del sur, que esdrujula las palabras como los cordobeses. Tuve que investigar.”
–¿Qué otra cosa destacás de ese personaje que hiciste en El patrón?
–Nuestra formación es extraña porque pareciera que es abstracta. Te vas formando para algo que no sabés si después lo vas a poder aplicar o no. Cuando estudiaba en el conservatorio quería hacer lo que hago ahora pero no sabía si iba a poder aplicar todo el entrenamiento vocal, corporal. El entrenamiento corporal no es tener aire, es tener conocimiento del cuerpo de diferentes ámbitos: la danza, el mimo, el clown, la rítmica. Esa formación integral me la dio el conservatorio. También tenía seminarios de hablares regionales, y ahí pude apreciar un poco la posibilidad que existe en otras industrias. El patrón reunía todas esas complejidades y pude involucrar todo mi conocimiento.
–¿La televisión no te da tantas posibilidades en la composición de un personaje?
–En la Argentina está un poco instalado que si el carisma del actor o de la actriz funciona, se puede sostener durante toda su etapa laboral. La idea de la composición no es tan habitual en la televisión, sobre todo en las tiras diarias. En ese sentido, El patrón fue muy radical para mí, empecé a trabajar en otras dinámicas.
–¿Qué fue lo que más te costó hacer en Hamlet?
–Una primera dificultad que se me apareció como parte de lo que tenía que trabajar es todo lo que la historia le hizo a la obra. Todos dicen “guau” y muchas veces preguntás si leyeron la obra y te das cuenta el fenómeno de marketing que tiene Hamlet. Como actor, sentí que no sólo iba a tener que interpretarlo sino también asumir que tenés que pasar por alto lo que todo el mundo tiene para opinar sobre la obra.
–Es un papel que convoca muchos aspectos de la humanidad, y para el actor que lo interpreta debe de ser como rendir un examen.
–Es más que eso. Más que rendir un examen, es como si entraras en un cuento de Ray Bradbury y tuvieras una posibilidad futurista de ver el actor que vas a ser. Es tu identidad interpretativa como actor. Expone lo que el actor tiene y lo que no tiene. Cada Hamlet es lo que un actor logró hasta ese momento en su identidad interpretativa. El personaje pasa por diferentes situaciones. Requiere manejo de filosofía, humor, un humor más intelectual, un humor mucho más escatológico... Es una obra que toca temas filiales, temas políticos.

–¿Cómo convive un actor con su ego?
–Cualquier profesión que tenga la necesidad de la aprobación externa tiene que prestar atención a la autenticidad. Si no, sos como el Señor Papa, un juguete que le regalé a mi hija al que le podías poner el bigote en la cabeza, el ojo en la nuca y la boca en la pera e igual funcionaba. Acá es lo mismo, cada uno va a dar su opinión de lo que le gusta. El ego es un elemento necesario, eficaz, si uno lo tiene observado. De lo contrario te podés confundir y verte arrastrado a eso. Tiene que ver con los interrogantes; cuando uno cesa con los interrogantes empieza a entrar en una zona muy poco palpable.
–¿Sentís que con la televisión conseguiste el reconocimiento necesario para hacer que tu nombre trabaje por vos?
–Cuando hice Soy gitano me dio la sensación de que empezaba a tener un reconocimiento, pero no lo veo como algo especial. Siempre sentí que el reconocimiento fue por sumatoria de trabajo. Bastante tengo con la ficción que hago como para hacer de mi vida una ficción más. Es cierto que la televisión te da popularidad, pero si tenés objetivos la podés conducir hacia algún lugar. No creo que hubiese podido hacer Hamlet si no hubiese hecho toda la televisión que hice. Todo me ayudó.