UN NUEVO DESPERTAR
Casos destapados, documentales escandalosos y furcios en las redes sociales son sólo algunas de las señales de este nuevo escenario reconfigurado en el que la relación tradicional entre fan y artista parece tambalear.

No era necesario que saliera el nuevo documental de HBO sobre el que todos están hablando –y con razón– acerca de los abusos cometidos por Michael Jackson, para percibir que la relación fan-ídolo ya no es lo que solía ser, dejando atrás la estela de idealización y mutando hacia algo cada vez más crítico por parte de la industria y el público. Y es que desde el advenimiento de las redes sociales y la cultura del 24/7, pero sobre todo con movimientos contemporáneos como el #MeToo, la reconfiguración de la opinión pública ante los escándalos o abusos de sus ídolos, parece marcar un indefectible antes y después. Cuesta tener una mirada benévola sobre productores que abusan de su poder para aprovecharse de las mujeres, directores sexistas que sostienen el paygap o actores que terminan por exponer su homofobia en las redes.
Desde luego que la misoginia no es patrimonio exclusivo del sexo masculino (ver los tuits discriminatorios de Roseanne Barr, estrella de la sitcom homónima que fue cancelada), y que tampoco pueden ponerse a igual nivel comentarios desafortunados o furcios y las conductas indebidas. Pero a raíz de una coyuntura más reflexiva y una audiencia más atenta, lo cierto es que la posibilidad de separar obra y artista se está volviendo más difícil.
Nueva ética de consumo
Muchas cartas abiertas de fans y notas sucedieron al documental Leaving Neverland, reflexionando entre otras cosas sobre lo que parece el dilema de consumo pop más grande que se le presenta a muchos fanáticos hoy: ¿qué hacer con artistas que cometen actos políticamente incorrectos o directamente aberrantes? ¿Podemos seguir consumiendo su arte? ¿Debemos continuar aportando a una maquinaria de negocios que promueve valores con los que no estamos de acuerdo? En otras palabras, ¿merecen nuestros ídolos ser penalizados cuando sus conductas no se alinean con cierta ética o humanidad básica? Muchos se responden que sí, motivo por el cual se explica que tanta gente dejara de ver los films de Woody Allen o los programas de Louis C.K. a raíz de sus acusaciones, por citar algunos ejemplos recientes en donde la obra entera del artista es puesta en tela de juicio. Inclusive las empresas y canales han empezado a tomar nota de estos vaivenes en la opinión pública cuidándose de no herir sensibilidades (HBO retirando los especiales de C.K., el estudio de Guardianes de la Galaxia separando a James Gunn, Netflix cancelando House of Cards con Kevin Spacey o CBS el show de Jeremy Piven).Mientras que algunos afirman que es imposible seguir escuchando la música del rey del pop sin pensar en la red de pedofilia armada casi en complicidad con las familias de estos niños (y miembros de la industria) que iban dormir con su ídolo, otros se preguntan: ¿acaso estas determinaciones no están dañando la forma en que disfrutamos del arte? ¿Demasiado políticamente correctos? ¿Babysitting intelectual? En cualquier caso una de las peores cosas que sucede es cómo nuestro vínculo emocional con determinados consumos y figuras se tiñe, irreversiblemente, con el conocimiento de estas conductas y crímenes.

Sin dudas que este es un juicio de valor que sólo puede hacerse con conocimiento de la información y en tiempo presente, y que no invalida que algunos de estos productos puedan seguir viéndose o estudiándose como hitos pop. “No es trabajo de la audiencia pretender que no conoce hechos desagradables sobre el actor para poder disfrutar de una ficción. Es trabajo del artista nunca poner en este lugar a la audiencia para proteger su inversión emocional en el arte“, dice tajante el crítico de Vulture, Matt Zoller Seitz. Y tiene lógica. ¿Quién podría desoír una vez escuchados los relatos de Wade Robson sobre ser abusado sexualmente desde los 7 años?De hecho, hasta podríamos hablar de un nuevo nivel de responsabilidad no sólo de realización por parte de los creadores de contenido, sino también de consumo del espectador. Sobre todo en un momento como este donde la coyuntura política y social permeabiliza tanto el arte. Demandar cierta coherencia, sensibilidad o ética de nuestros ídolos es lo mínimo que podemos hacer como espectadores –sugieren otros–y esta época pone todas las herramientas a nuestra disposición para realizar ese enforcement.
Ídolos consumibles
Por otro lado pensar en los ídolos como objetos consumibles tal vez sea otro paradigma que está llegando a su fin. En esta cadena de producción continua que sigue sosteniendo, a grandes rasgos, la cultura del espectáculo actual, una mirada crítica, una sociedad hiperconectada y fenómenos de denuncia “redsocializables” como la #cancelculture, sólo pueden exacerbar el circuito de producción de estrellitas (que se estrellan y luego se vuelven a producir), o parar en seco el modelo. Si bien el paradigma de ídolos cada vez más accesibles y cercanos con los que el público pueda empatizar acercó el “todos pueden ser estrellas” a las aspiraciones de la audiencia, esta nueva vuelta de tuerca demanda más consistencia y cautela con los ídolos, que después de todo, son humanos.Asimismo, la identificación entre ídolo y fan también podría verse alterada por estas nuevas dinámicas. ¿Si los ídolos son cada vez más como nosotros, por qué queríamos ser ellos? Y, ¿qué pasa cuando, además, el ídolo comete un crimen?
Un negocio en peligro
De más está decir que al tiempo que los movimientos críticos y las manifestaciones cada vez más vocales de los fans proliferan, la inquietud en Hollywood crece. No hablamos de otra cosa que un multimillonario negocio en donde un paso en falso o un hecho pasado descubierto en el momento incorrecto (un tuit, una foto, un dicho), pueden hacer peligrar conferencias de prensa, premieres o proyectos enteros.
No parecen detalles que a raíz del documental de Michael Jackson, la serie Los Simpson haya retirado el capítulo protagonizado por el rey del pop, o que varias radios de Nueva Zelanda y Canadá (dos sitios donde las políticas contra la pedofilia son fuertes) anunciaran que dejarían de pasar su música por completo. Y siguen las firmas. También ha habido escándalos a raíz de dichos y desdichos de otras figuras, como el caso de Barbra Streisand que salió a defenderlo y luego se desdijo.
Respecto de la posibilidad de que el emporio Jackson sufra con estas nuevas revelaciones, una nota de la Rolling Stone contó que Sony Entertainment gastó 250 millones de dólares para asegurarse los derechos de su música durante siete años más, y que la venta de merchandising y derechos de imagen, pocos días antes del estreno del documental, no se habían visto afectadas. Puede que sea demasiado pronto para apreciar la magnitud del impacto, y todavía resta ver los estragos en redes sociales.
Algunas voces críticas con las protestas contra MJ alegan que la posibilidad de una mirada crítica del autor en relación a la obra recae en el ámbito exclusivo de lo personal y de la propia sensibilidad. Quizás olviden que hoy más que nunca, lo personal es político.