SI YO FUERA MARADONA… · NAZARENO CASERO

… viviría como él. En pleno rodaje de la serie sobre el mejor jugador de fútbol de la historia, el joven actor de rulos y piernas marcadas asume sin miedo la responsabilidad de interpretar los primeros pasos del diez y se hace tiempo también para la reflexión: incertidumbres, la educación de sus padres, la violencia de género, los amigos, el cuerpo. Un mano a mano a fondo, sin vueltas; una entrevista, como en el patio de su casa.   


Los rulos le tapan la cara hasta hacerlo casi irreconocible. Ese pelo indomable es su cabellera natural, aunque no le tenga mucha simpatía y siempre haya luchado por tenerla corta, prolija. Ahora está igual al Diego cuando era joven, cuando aparecía haciendo jueguito con la porra en la cabeza y la camiseta ajustada.

La transformación incluye el arito en la oreja, las piernas depiladas y el cuerpo fuerte, entrenado, como un deportista de elite. También, aprender a gambetear como el Diez, a hablar como el Diez y a darle vida a uno de los personajes más famosos del mundo.

–¿Te asusta la megaexposición que vas a tener con este papel tan importante?

–(Piensa) Si lo hago mal, yo voy a ser el primero pidiendo mi cabeza. Y si algo no te genera vértigo es que no estás tan alto. Si mirás para abajo y decís: “Guau, ¡qué miedo! Vamos, dale”, es porque estás haciendo las cosas bien. Todos tenemos miedo, el asunto es poder capitalizarlo, que no te paralice y ser capaz de avanzar, porque te repito, todo el tiempo todos tenemos miedo de todo. Y para atrás, ni cuando tomo envión.

“No siento que me corresponda hablar sobre el feminismo porque soy hombre. Simplemente voy a decir que lo que está pasando es una reacción natural a una situación en la que nunca hubo justicia.”

–Justo ayer vimos en televisión la denuncia de Thelma, y hasta el día de hoy estamos conmovidos con lo que pasó. ¿A vos cómo te afecta?

–No siento que me corresponda hablar porque soy hombre. Simplemente voy a decir que lo que está pasando es una reacción natural a una situación en la que nunca hubo justicia. El género masculino siempre se impuso sobre el femenino, entonces no hay justicia, y donde no hay justicia, hay violencia. Estamos atravesados por mucha violencia.

–¿Tenés alguna explicación de por qué estamos tan violentos?

–Voy a pensar en voz alta: la civilización es un pacto de no violencia que hacemos los seres humanos que nos permite no tener que estar todo el tiempo alertas pensando que va a venir otro y nos va a comer, nos va a matar, nos va a atacar. Eso es lo que nos diferencia del salvajismo animal. Pero el instinto está. Y cada vez hay más situaciones que generan confrontación: Boca-River, Macri-Cristina, villero-cheto, aborto-no aborto… Y de alguna manera la sobrecomunicación hace que te digas cosas todo el tiempo y te midas intelectualmente con todos de todas las maneras, y ahí es cuando te sale lo primate de querer dar vuelta una mesa. Vivimos muy contenidos, pero en cuanto uno cruza mal la calle le pegas una puteada enorme.

–¿Se te crió en una cultura machista?

–Bueno, yo soy varón cis hétero, soy la norma patriarcal, por eso digo que no me corresponde hablar.

“De chico, con mi vieja nos íbamos al Parakultural, donde laburaba mi viejo, y a mí me hacían una camita arriba de un ataúd de utilería mientras me cuidaban unas travestis famosas antes de hacer su show.”

–¿Qué valores te transmitieron tus padres?

–Mis padres pueden haber cometido errores, pero son muy íntegros los dos, y siempre la norma inquebrantable es que a la mujer no se la maltrata. Mi hermana me cagaba a palos, pero jamás se me hubiera ocurrido tocarle un pelo. En mi casa siempre se protegió el lugar de la mujer; no había Midachi, no había esa cosa de mirarle el culo a la mina y apoyarla como cosa graciosa. Eso se los agradezco mucho a mis padres. En mi casa siempre se habló de todo. Yo tenía cuatro o cinco años y vivíamos en Moreno, y como era peligroso quedarnos solos en esa casa con mi vieja nos íbamos todos al Parakultural, donde laburaba mi viejo, y a mí me hacían una camita arriba de un ataúd de utilería mientras me cuidaban unas travestis famosas antes de hacer su show. A mi viejo le decían “la Casero” y a mí “la Caserito”, y nunca hubo ningún tipo de rollo con nada. Así me crié yo, totalmente atravesado por lo bueno y lo malo que mis padres me pudieron dar.

–¿Cómo te llevás con tu hermana famosa?

–Muy bien. A Minerva le llevo trece años, yo viví con ella y mi papá hasta que cumplí 18 y me tuve que ir de casa. Yo era tan bardo que mi viejo me mandó a vivir solo. Al principio me costó mucho, a veces le tenía que hablar al perro para hablar con alguien porque me había levantado y en tres horas no había emitido un sonido. Y como no había internet ni siquiera podía chatear.

–¿Y te arreglaste solo?

–Siempre necesité a alguien que me dijera “¿hiciste tal cosa?”, “¿pagaste tal otra?”. Porque soy muy colgado, algunas cosas no me importan, como estar días sin luz o con el calefón roto y pasar meses sin agua caliente.

–¿Sos dejado?

–No es eso, es que tengo un poder de adaptabilidad tan alto que las cosas no me molestan, si hay que calentar agua en un tacho para bañarme lo hago sin problema, medio que me da igual. Por suerte con la edad esas cosas van cambiando y uno de a poco se ordena.

–¿Quiénes son tus amigos?

–Casi no tengo amigos famosos, tengo amigos de la vida. Del colegio tampoco, me cambiaban todo el tiempo porque nos mudábamos mucho y yo era muy bardero. No puedo culpar a mis padres por eso, en parte era responsabilidad mía, y las mudanzas eran por cuestiones de guita, vivíamos donde podíamos porque éramos pobres, hasta que mi viejo empezó a laburar en televisión teníamos que sobrevivir.

–¿Tenés algo que reprocharle a tu padre?

–Es difícil cuando vivís en un ambiente de locura y surrealismo y de repente te dice: “No podés ir a dormir a la casa de un amigo”. “¿Por qué?” “Porque sos mi hijo y tengo que ponerte un límite.” Y al final todo terminaba en nada y me dejaba hacer lo que quería. Me hubiera gustado que me pusieran más límites, tipo que me mandaran a estudiar inglés, que me obligaran a ir a cursos de cosas, que me pusieran un poco más de rigurosidad.

“Si me preguntás qué sé hacer, te diría que de todo un poquito, pero en concreto no sé hacer nada. No me considero una persona preparada, podría aprender, pero nunca necesité hacerlo. Si me das una hoja de debe y haber, no entiendo absolutamente nada.”

–¿Nunca te dio miedo dedicarte a lo mismo que tu viejo y tener que pasar por la misma inestabilidad que pasaste de chico?

–Y, era más o menos lo único que sabía hacer. Y en relación costo-beneficio era bueno, era divertido. Ahora, si me preguntás qué sé hacer, te diría que de todo un poquito, pero en concreto no sé hacer nada. No me considero una persona preparada, podría aprender, pero nunca necesité hacerlo. Si me das una hoja de debe y haber, no entiendo absolutamente nada.

–¿Eso te preocupa? ¿Qué te preocupa?

–Hay una frase que dice que si no te duele el mundo es porque no estás viendo lo suficientemente bien. Y es cierto, pero si ves todo no podés vivir, enloquecés. Y ni siquiera es que estás cambiando las cosas, simplemente las ves y sufrís más. El dolor es inevitable, el sufrimiento es optativo. Acá pasa últimamente que si buscás un poquito encontrás al toque: vas a ver qué hay debajo de un puente en Constitución y te podés encontrar con la India. Lo más triste es que no tengo esperanza de que nada cambie en lo inmediato ni a nivel local ni global. Hay que disfrutar de la manera que puedas y atesorar las cosas que son más difíciles de conseguir.

“Tendría un hijo solamente para ver qué clase de humano puedo dejarle al mundo, pero no como algo filantrópico sino como un experimento.”

–¿Quisieras tener hijos en este contexto?

–Solamente para ver qué clase de humano puedo dejarle al mundo, pero no como algo filantrópico sino como un experimento. Tener un hijo te deja mucha vulnerabilidad, si pasa algo y tenés que salir corriendo, ¿cómo hacés con un pibe? Si no me nace la necesidad de hacerlo, yo prefiero pasar.

–De cualquier manera, estás por protagonizar un proyecto de nivel mundial que, de alguna manera, te demuestra que tu camino de la actuación es el correcto.

–Bueno, en un momento, hace unos años, me pasó de darme cuenta de que me estaba haciendo muy vago, en el sentido de no dedicarme a fondo a las cosas. Hasta que me planté y dije: “¿Para dónde voy?”. Entonces empecé a cambiar, a hacer cosas distintas de las que venía haciendo, a tener más conducta. Darte cuenta de que te falta mucho para actuar bien es un gran paso, ser consciente de lo que deberías mejorar es muy importante. Incluso ponerme a entrenarme con constancia también fue algo que me sirvió mucho en este cambio. Lo importante es empezar a probar cosas distintas de las que venís haciendo.

–¿Llegaste a obsesionarte con la alimentación y el cuidado del cuerpo?

–No es que me obsesiono, pero tengo conducta y me cuido mucho. También depende del momento, si tengo que hacer unas fotos y sé que necesito estar bien, esa semana me cuido a rajatabla, y si me ponían en frente un lemon pie, decía “¡no!”, más que nada por la conducta. Si no trabajase en televisión con mi cuerpo, estaría más relajado. De cualquier manera, por una cuestión de salud, haber empezado a cuidarme tiene un balance muy positivo: me enfermo menos, se me curan más rápido las lesiones, me siento mejor.


Fotos: Guido Adler
Producción y styling: Gimena Bugallo y Florencia Herrera
Agradecimientos: El Don, Adidas

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