IMAGINACIÓN SIN LÍMITES
El diseño gráfico marcó el camino de esta pareja, que elige los principales spots gastronómicos y les da una identidad sofisticada y fascinante para que luego el mundo hable de ellos.
Tal vez los conozcan por bares como Boticario, Niño Gordo, Chori, La Churrería (Juan Pedro Caballero), Bilbo Café, La Gintonería, Divisadero o Donut Therapy. Esta pareja de diseñadores aventureros está detrás de la creatividad, la ambientación, el diseño y la estética de estos lugares que despiertan la curiosidad y el asombro de todos los que los visitan. Emilia Molina Carranza es diseñadora y se dedica a diseñar espacios gastronómicos a través de su estudio, Eme. Alan Berry Rhys es diseñador e ilustrador, trabaja para grandes marcas en el exterior y sus obras trascienden países, culturas y continentes. Cuando se juntan, logran crear universos que son insignias y lugares de pertenencia para muchos.
–¿Cómo y cuándo se conocieron?
Eme Carranza: –Los dos somos diseñadores gráficos; él fue mi docente hace ocho años. Creo que hubo una conexión más de nuestras cabezas que física, más de admiración.
–Es muy fuerte la identidad que generan en los lugares que crean, a tal punto que hubo gente que se tatuó el logo de Chori.
E.C.: –Cada lugar que hacemos termina siendo una entidad independiente, algo contundente. Para mí, Chori, por ejemplo, es una persona, y la gente quiere ser amiga de esa persona.
–¿Cuándo empezaron a trabajar juntos?
Alan Berry: –Trabajamos juntos pero separados, yo laburo solo en casa. Trabajo mucho para afuera como ilustrador, acá mi cliente fijo es Cinzano, y también ilustro para la marca Revolver, ahora estoy haciendo camperas. Me sumo en lo de ella porque viene con ideas que son una locura.
E.C.: –Él se involucra en mis proyectos desde el diseño y la ilustración. Todo lo craneamos juntos igual. Por lo general, cuando arranco, hago una presentación donde le muestro al cliente por dónde llevaría el proyecto, y él se incorpora después. Yo soy la que va a las reuniones. Alan tiene el mejor trabajo del mundo, yo hago lo más sucio (risas).
A.B.: –En casa yo me ocupo de los perros, de hacer las compras, de cocinar, de organizar la casa, de lavar la ropa…
–¿Qué sienten que se aportan el uno al otro?
E.C.: –Yo de Alan aprendo mucho de su templanza, su capacidad de no decir lo primero que se le viene a la cabeza. Tal vez me estoy yendo a reunir con un cliente y siento que no voy a tener claro qué voy a decir, y lo llamo y él me calma, me tira frases motivacionales, analogías con el deporte.
A.B.: –Al final soy un psicólogo (risas). Es que a mí me encanta el deporte, jugué mucho al rugby y siento que hay analogías todo el tiempo con la vida.
E.C.: –Él es mi opuesto total, entonces eso es lo que me ayuda a decir: “Bueno, calmate”.
A.B.: –Cuando yo estoy preparando muestras, por ahí ella viene y me cuestiona: “¿Por qué esto, por qué lo otro?”. Es terrible ese momento porque me da bronca; pero después de un rato digo: “Tiene razón”, y reseteo todo. Ella me empuja a romper, a encontrar qué decir. Ahora estoy trabajando mucho el tema de la pesca del Paraná, “Carnada viva” se llama la obra, y aborda todo ese lenguaje.
–Pensando en los bares y lugares que diseñaron juntos, ¿cuál fue el que más los marcó?
E.C.: –El primero que hicimos, Boticario, fue muy significativo. Arrancamos haciendo la identidad gráfica y yo ya sabía que quería meter más mano, entonces creamos una historia, un personaje y trascendimos el diseño, hicimos murales calados, intervenciones con plantas, sonidos. Para mí no hay límites, lo importante es encontrar qué decir.
–En la Churrería (Juan Pedro Caballero), por ejemplo, ¿cuál sería el concepto?
A.B.: –Craneamos juntos al churro como el pecado original. Ahora que está de moda todo lo fit, que está demonizado lo frito, nos pusimos a jugar con la idea de “vení a pecar”, entonces fuimos por lo satánico: la manzana de Eva, el churro rodeado por la víbora de Adán. Va cambiando mucho de acuerdo con el proyecto. Con La Gintonería de Tato Giovannoni –hicimos una en Rosario y otra en Córdoba–, él nos dijo: “Quiero que piensen en algo tipo Cariló en los 70”, y fuimos por ahí.
“No somos una sola persona. Por eso no tenemos un nombre de estudio, ahí deja de existir el espacio individual. Respetamos el tiempo, la forma y la metodología de cada uno.”
–¿Cómo funciona el proceso creativo?
E.C.: –Es como un yin-yang, hay un equilibrio constante. Ambos tenemos muchísima energía, no paramos un segundo de laburar; pero también respetamos mucho el espacio privado, es decir, no somos una sola persona. Por eso no tenemos un nombre de estudio, porque ahí deja de existir el espacio individual. Respetamos el tiempo, la forma, la metodología de cada uno, hasta que hay un lugar donde hacemos la comunión, el encuentro.