PUSSY RIOT · CERCA DE LA REVOLUCIÓN

Aparecieron en 2012 como un grupo punk de protesta y a partir de entonces sus presentaciones son una incógnita. Emblema del activismo feminista ruso, encabezan el colectivo artístico anarquista por el que Putin se pone nervioso. Todo el mundo se pregunta: ¿volverán para el Mundial?


[dropcap size=big]E[/dropcap]  l año 2012 fue el del fin del mundo; mientras en la Argentina encarábamos la recta final de ese verano, tres chicas rusas entraron en la Catedral de Cristo de Moscú y, luciendo vestiditos y pasamontañas de colores, cantaron a los gritos su plegaria punk: “Envía y escolta a los manifestantes a prisión/ para no ofender a Su Santidad./ Las mujeres deben parir y amar./ Virgen María, madre de Dios,/ ¡echa a Putin!, ¡echa a Putin!”. Eran las Pussy Riot, emblema del activismo feminista del país que será sede del Mundial. Son la banda punk que encabeza el colectivo artístico anarquista por el que Rusia se pone nerviosa. Nadie sabe realmente si van a desplegar alguna de sus performances durante los partidos; dos minutos de canciones y pintadas en espacios públicos contra cualquier atentado a los derechos humanos.

Tres gacelas multicolores, Nadezhda Tolokónnikova (de 22 años en ese entonces), María Aliójina (24) y Yekaterina Samutsévich (30), llegaron, ese verano en la Catedral rusa, a la zona restringida del altar, donde se arrancaron la ropa y soltaron los acordes de una guitarra eléctrica. Bailaron y saltaron durante un minuto y medio, mientras los policías rusos, absolutamente dubitativos, intentaban agarrarlas. Las monjas echaban del templo a los feligreses y las chicas se arrodillaban y besaban el suelo mientras se hacían la señal de la cruz y gritaban: “Virgen María, madre de Dios,/ ¡hazte feminista!,/ ¡hazte feminista!,/ ¡hazte feminista!”.

Faltaban dos semanas para las elecciones que debían devolver a Putin a la Presidencia por tercera vez. Horas después de anunciar su anticipada victoria, las autoridades detuvieron a Tolokónnikova y a Aliójina por vandalismo y odio religioso. Días más tarde fue arrestada Samutsévich por los mismos motivos. El lema “Free Pussy Riot” (“Liberen a las Pussy Riot”) se expandió en todo el mundo y la causa se convirtió en símbolo internacional de la libertad de expresión. Madonna, Sting y Paul McCartney son algunas de las figuras públicas que se manifestaron en su defensa, además de cientos de organizaciones de distintos países. “Habríamos cantado la canción hasta el final. Hay que escucharla entera, no sólo el estribillo”, dijeron durante el juicio. Samutsévich fue liberada a los dos meses, pero sus dos compañeras permanecieron 22 meses en prisión, hasta que el Parlamento firmó una amnistía tres meses antes de que cumplieran su condena, con motivo del 20º aniversario de la Constitución rusa. “Si hubiera tenido la posibilidad, hubiera negado a la amnistía. No creo que en nuestro caso sea un acto humanitario, es una acción propagandística”, dijo Aliójina en su primera conferencia de prensa, recién salida de la cárcel.

Tolokónnikova y Samutsévich no eran principiantes. Habían fundado, junto a Pyotr Verzilov, compañero de Tolokónnikova, el colectivo anarquista Voina (“Guerra”), que funcionó desde 2007 hasta 2010. Una madrugada ventosa de ese año, mostraron al mundo lo mejor de su arte punk desde el puente levadizo Liteyny en San Petersburgo. A la velocidad de lo que cambia la luz de giro, pintaron con aerosol fluorescente un superpene hiperbólico, pocos minutos antes de que se eleve. El superpene se irguió enhiesto y brillante por detrás del ex cuartel de la KGB como un rey sol visible desde cualquier punto de la ciudad.

Antes habían intervenido supermercados. Una vez se colgaron en la sección de lámparas y bombillas para simular el ahorcamiento de inmigrantes y homosexuales. Se autodefinían como creadores comprometidos del arte de protesta. Para las autoridades eran díscolos peligrosos. Para otros artistas, como Banksy, que ha llegado a poner dinero de su bolsillo para sacarlas del calabozo, eran luchadoras por la libertad.

"Nadie sabe realmente si van a desplegar alguna de sus performances durante los partidos; dos minutos de canciones y pintadas en espacios públicos contra cualquier atentado a los derechos humanos."

Tres años después de su plegaria punk, todas las Pussy Riot dijeron lo mismo: seguirán militando por los derechos humanos en causas de todo el mundo. Lo dijeron apenas quedaron en libertad y así lo hacen pese a las detenciones y a los golpes del poder ruso. En 2014 lanzaron Mediazona, una publicación independiente centrada en el periodismo de investigación independiente que denuncia al sistema judicial y penitenciario. Durante los Juegos Olímpicos de Sochi, ese mismo año, recibieron latigazos de los cosacos sin uniforme que reprimieron su performance. Esta fuerza paramilitar de la época de los zares recibió estatus oficial durante los años de Putin. De hecho, las autoridades de la región sureña de Rostov, donde se disputarán cinco partidos del Mundial, movilizarán para la ocasión 200 miembros de ese grupo, incluyendo 30 que patrullarán a caballo.

“Todos pueden ser Pussy Riot”, dijeron alguna vez, “por eso usamos máscaras, para no personalizar”. Un paseíto breve por las redes sociales alcanza para ver cómo se replica su estilo entre los activistas de todo el globo. Rusia permitió que el documental sobre ellas, Pussy Riot. Una plegaria punk (de Mike Lerner, productor de BBC y HBO), sólo se viera una vez en el país, la censura de las autoridades no ha permitido mayor difusión. Las chicas permanecen en movimiento, montando sus casas de país en país. Tienen su ojo crítico sobre Putin y sobre otros salieris, como Donald Trump.

Para financiarse, el colectivo punk lanzó en abril una línea de ropa, que incluye remeras y medias con insignias anticapitalistas, feministas y LGBT, además de sus clásicos pasamontañas de colores rosa, verde, celeste y amarillo. “Esta colección está inspirada en aquellas personas que eventualmente e inevitablemente harán su revolución en Rusia. Porque Rusia también les pertenece a ellos, no a Putin exclusivamente”, explicó Tolokónnikova. Los precios van de 20 a 40 dólares, y lo que recauden será destinado, entre otras actividades, a la edición de Mediazona. Tal vez ahí publiquen su agenda durante el Mundial.

 


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