TEC · La ley de la calle

Trascendiendo los límites del formato y las fronteras, el cordobés interviene edificios de Buenos Aires y San Pablo y ya se dice de él que es el artista gráfico más importante de América latina.


[dropcap size=big]UNA[/dropcap]residencia de dos meses junto a artistas de todo el planeta. Ese fue el motivo por el que el argentino TEC llegó a San Pablo, ciudad que se convirtió en su hogar y el de su familia. El vínculo con esa megalópolis fue más allá de lo afectivo: sus paredes y asfalto se convirtieron en soporte de su arte.

El lateral de un edificio de 18 pisos exhibe una de sus obras, un mural junto a la autovía en la zona de Minhocao, que es el más grande de la ciudad. El Museo de Arte de San Pablo (MASP), uno de los más importantes de la región, exhibió su muestra De Dentro e De Fora. Trabajó con el carnaval urbano, diseñó un hombre gigante en la céntrica avenida Paulista, pintó un ratón y una lagartija en el barrio de Perdizes, estampó tres barriletes gigantes en diferentes calles de Americanópolis, fue parte de la Bienal, pintó obras sumergidas en el inmenso Parque do Ibirapuera. 

A modo de réplica, esa imagen gigante de 60 metros de altura también está –en versión mucho más pequeña– en avenida Forest y Virrey Avilés, en Chacarita. Es que, a pesar de estar instalado en Brasil, TEC mantiene vivo su vínculo con la Argentina.

El año pasado armó su propio taller en Villa Ortúzar, y realizó varias intervenciones aquí: un mural en Barracas que homenajea la lucha por los derechos de la mujer, pinturas en el asfalto en Caseros y dos bajopuentes en Boedo. “Para pintar necesito conocer el entorno, la esencia del lugar, lo que está pasando alrededor. Si no existe ese vínculo, el artista impone una obra de arte en un lugar. No es lo que busco”, asegura el cordobés.

–¿Qué disfrutás del trabajo en la calle?

–Tiene diferentes factores: lo efímero de esas obras, el diálogo con la gente y el lugar; pintar en el sitio en donde se va a ver. Hacer un mural es una semana de trabajo en la que entrás en una relación con el barrio que de otra manera sería imposible. No se trata sólo de pintar. También hay situaciones complicadas, pero es una elección, eso lo hace mucho más interesante. La obra fluye en el lugar: a veces llegás con una idea cerrada pero después aparece la improvisación. Siempre dejo un margen para agregar situaciones, historias o cosas que pasan allí.

–¿Qué buscás contar a través de tus murales?

–En lo que contás a veces hay una parte personal que se mezcla con el trabajo que venís haciendo, las temáticas, plataformas y entornos. Me interesa que el mural conviva y transmita lo que pasa en el barrio. Pinto algo de la realidad, una parte social y humana que está alrededor en ese momento.

“El arte necesita provocar un poco, si no, es otra cosa; puede convertirse en algo decorativo. Me parece que tiene que tener un factor sorpresa.”

–Empezaste haciendo grafitis y comentás esto de correrte de los márgenes. ¿Esa búsqueda sigue presente? 

–Sí, me parece que el arte necesita provocar un poco, si no, es otra cosa; puede convertirse en algo decorativo. Me parece que tiene que tener un factor sorpresa, tiene que provocar.
Además de la escultura, TEC trabaja en un proyecto audiovisual que implica filmar con un dron en stop motion. “En los últimos años incorporé el uso de la tecnología, que conversó con mi trabajo sin buscarlo”, cuenta sobre la iniciativa que lo vincula con sus inicios en el campo audiovisual, cuando cursaba Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires y era parte del grupo de experimentación FASE. “De pronto te das cuenta de que apelás a herramientas que adquiriste en otra época. Que pueda funcionar todo junto es excelente”, asegura. “En la pintura, el muralismo y el grafiti hay referencias y comparaciones de las que es difícil abstraerse. Pero hoy trabajo en la posibilidad de hacer algo novedoso”, explica quien se autodefine como multidisciplinario.

–Tu camino personal terminó abriéndote posibilidades en diferentes lugares. ¿Buscás que esos lazos se mantengan?

–Sí, pasa mucho, lo busco, aunque no sé si de manera consciente. La gente con la que trabajé tantos años en cada lugar termina abriéndome las puertas para diferentes proyectos. Cuando voy a Buenos Aires o a Córdoba lo hago en condiciones ideales, con un equipo de trabajo que ya conozco, con colegas. Vengo de FASE, un movimiento muy familiar que se gestó fuera del mercado. Hay una camaradería, algo colectivo, que se mantiene. También te invitan a propuestas nuevas y es interesante ir a una ciudad que no está tan acostumbrada a este tipo de arte. Llevás algo nuevo que sorprende, quiebra, genera interrogantes.

–¿Cómo fue el inicio de tu trabajo en San Pablo, cuando aún no tenías un vínculo tan fuerte con la ciudad?

–Empecé trabajando con una galería, hacía telas para muestras. De pronto me pidieron que hiciera el doble de cantidad: me enganché con cosas que vi, trabajé dos años con el carnaval urbano de San Pablo, la samba, los bares y boliches. Les gustaba que un argentino rescatara esas costumbres. Después me cansé de pintar sambistas. Y apenas pude volví a la calle. Empecé a pintar en el asfalto porque tenía costo casi cero, sólo implicaba tener la pintura. Me llevó cuatro años planear el mural de Minhocao. No sé si voy a volver a pintar algo tan grande: implica mucha logística, inversión, un despliegue… en la mitad del mural empezaron a aparecer gastos extra y hasta tuve que vender el auto para terminarlo.

 

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