Barberías
CON LA BARBA OTRA VEZ DE MODA, ESTOS MÍTICOS LOCALES VOLVIERON A SER TOP, COMO EN SUS MEJORES MOMENTOS. MUY ARRIBA EN LA PIRÁMIDE DE LAS NUEVAS TENDENCIAS URBANAS, SON UN PUNTO DE REUNIÓN SOCIAL, CON TRAGOS, DECORACIÓN VINTAGE, MÚSICA Y SHOWS EN VIVO. BROCHAS, NAVAJAS Y MUCHO MÁS.
Las barberías tradicionales están de regreso. Tanto en Buenos Aires como en otras grandes ciudades del mundo: Nueva York, Londres, París o México D.F. La nueva demanda está sostenida por un universo de hipsters de jopo y barba tupida.
La moda parece un viaje hacia los tiempos de una Buenos Aires color sepia, cuando había cientos de barberías donde los caballeros de entonces –traje con chaleco, moño y sombrero de copa– no sólo se acicalaban, sino que además conformaban una suerte de cofradía. Entre ellos, el cuidado del pelo era una excusa para compartir un café, un whisky, escuchar música y conversar. Las barberías, en esa Buenos Aires de antaño, eran un lugar para salir de la rutina y, de paso, embellecerse.
El estilo reinante en las nuevas barberías, que cada vez son más, emula a aquellos cálidos lugares. La tendencia también incluye a clientes nostálgicos que buscan adentrarse en un universo que se imaginaba perdido, repleto de objetos vintage y donde el pelo y el lifestyle conviven en perfecta armonía. Su estética evoca cierto aire inglés y allí reinan la calma y las pretensiones de caballeros coquetos. Muy al estilo Downton Abbey, pero criollos.
NUEVAS TENDENCIAS
El Salón Berlín (Humboldt 1411, Palermo) fue el gran iniciador de la movida, con su idea de recrear aquellos entrañables ambientes tan del Buenos Aires de las décadas de 1920 y 1930. Allí se atiende sólo a caballeros, en el marco de un viaje particular, con música en vinilo, tragos exquisitos, tapeos y una decoración que transporta, quizás, a una barbería clásica del cine estadounidense.
Las especialidades son el corte de pelo y el recorte de barba y bigote; también realizan afeitadas más tradicionales. Todo bajo supervisión de su fundador, Fernando Elo, un especialista en la materia, que además aplica sus conocimientos a su propia (tupida e impecable) barba. “Sin el oficio no hay nada de lo otro”, remarca Fernando.
El Berlín, como todo el rubro en general, está en plena expansión: pronto abrirán una sucursal en Rosario y otra en San Isidro. En los planes de Elo también figura crear una escuela de barbería. “Tenemos consultas de todo el país y del exterior, hay un fanatismo que no deja de asombrarme”, dice. ¿Cuál fue la clave del éxito? “Llegan los clientes indicados, a los que no les molesta esperar, que vienen a pasar el rato, se toman un trago y charlan con el resto”, explica Fernando. “Yo armé mi mundo acá y creo que logramos recuperar el brillo de las barberías de los años 20, sobre todo revalorizando el oficio del barbero”, agrega.
EL SALÓN BERLÍN fue el gran iniciador de la movida, con su idea de recrear aquellos entrañables ambientes del BUENOS AIRES DE LAS DÉCADAS DE 1920 Y 1930.
The Barber Job, en Arévalo 2843 (Las Cañitas), recoge también la “antigua tradición” de las típicas barberías inglesas. Inaugurada en 2015, se define como un “club de caballeros”, donde el
cliente puede disfrutar del “arte del barbero”. Claro que aquí el servicio no está limitado a un corte, sea de pelo o barba. También hay tragos y música para amenizar la espera. Es decir que mantiene la ascendencia tradicional del concepto de barbero, pero incluye nuevos servicios en función, dicen, “de la demanda del caballero de estos tiempos modernos”.
“Nuestra visión es crear una atmósfera de club de amigos, donde el cliente pueda, de manera distendida, elegir cualquiera de los servicios ofrecidos”, cuenta Mariano, encargado del lugar.
El primero en abrir el juego con esta tendencia en Buenos Aires fue Miguel Ángel Barnes, el creador de la barbería La Época, ubicada en Guayaquil 877, en el barrio de Caballito. En 1998, La Época abrió sus puertas adornada con todas las chucherías que Miguel Ángel había coleccionado hasta entonces: jabones, lociones, frascos y sillas de ratán. A todo esto le sumó un novedoso concepto: además de cortar pelos, rasurar barbas y peinar jopos, incorporó tragos, café y espectáculos en vivo.
Esta barbería es considerada por la National Geographic uno de los diez museos más importantes del mundo en el rubro peluquerías. La BBC de Londres sube la apuesta y la ubica entre los cuatro más destacados. Y dicen, también, que Miguel Ángel es el mayor coleccionista del rubro en toda América. Sus clientes lo apodan “el Conde”, como para alimentar el aura señorial que rodea a todo el local.
UN POCO DE HISTORIA
Hacerse habitué de alguno de estos espacios implica también un cambio de costumbre. Si alguna vez ir a cortarse el pelo fue sinónimo de una espera interminable leyendo revistas del corazón, ahora esa experiencia puede transformarse en algo mucho más disfrutable. Y justamente a eso apuestan quienes pensaron (y recuperaron) este formato: vivir una experiencia que va más allá de la estética.
Algo de todo esto se remonta a siglos pasados, en los que ir a una barbería también podía significar otra cosa. A principios del siglo XIX, los barberos realizaban extracciones dentales, sobre todo en pequeños pueblitos. Con el tiempo esas actividades fueron dejándose de lado y hacia 1850 las peluquerías se masificaron. Además, los barberos comenzaron a tener prestigio social, una ascendencia también basada en la capacidad de conversación y en el atesoramiento de secretos que quedaban sepultados en honor a la irrompible relación con el cliente.
Es cierto: muchas barberías han desaparecido. Las más selectas estaban en bares y confiterías de renombre; en círculos de la alta sociedad, como el Jockey y el Club Progreso, y en grandes tiendas, como Harrods y Gath & Chaves. Justamente, el año pasado, Harrods, hoy un espectral edificio desocupado, fue el escenario de un evento con los barberos como protagonistas. Cuenta Fernando Elo que, cuando ingresaron, la imagen parecía salida de un cuento: “Todo el lugar estaba intacto, un poco tétrico, pero fue una experiencia increíble. Esas son las cosas que me inspiran”.
Estos artistas del pelo y amantes de esta tradición mantuvieron a flote su esencia y espíritu. También su mobiliario, herramientas de trabajo y productos. El barbero sigue de pie junto a la silla de ratán, dándoles forma e identidad a nuestras cabezas.