Pepe Soriano: Actuar para vivir
Consagradísimo actor, a los 86 anos protagoniza la obra El padre y dice que seguirá haciendo teatro mientras la salud se lo permita. “Un privilegiado”, así se siente este artista por gozar de la libertad de subir casi todas las noches al escenario para hacer lo que mejor sabe: emocionar.
Nadie le dice José cuando llega al teatro. Ni los acomodadores, ni sus compañeros de elenco, ni la señora que está sacando las entradas para ver su obra. Aunque sus 86 años inviten a tratarlo de usted, José Carlos Soriano es Pepe, pese a la contradicción que genera el apodo aparentemente confianzudo. De miércoles a domingo, su rutina es clara. Se tiene que subir al escenario para hacer El padre e interpretar a Andrés, un hombre al que la edad ya le juega malas pasadas (y él al público, que debe aferrarse al pañuelo en más de una oportunidad). La finitud, el hijo que se convierte en guardián de su progenitor y todas esas cuestiones relacionadas a la vejez que tanto incomodan a algunos, Pepe Soriano se las toma con total naturalidad. “Esta es una obra que si hubiera existido en el período shakesperiano sería shakesperiana. Tal es la calidad de construcción. Transcurre casi como el agua cuando fluye mansamente. Entonces, qué más que agradecer que me toque hacer esto a una edad en que la mayoría de mis compañeros ya están muertos. O están vivos pero no en condiciones de trabajar. Es un privilegio.”
–¿Le resulta movilizante la obra? ¿Qué le pasó cuando la leyó por primera vez?
–Cuando la leí por primera vez, con la costumbre que tengo desde hace muchos años, dije que se la iba a llevar a mi analista. Pero no hubo necesidad cuando empezamos a trabajar, porque el camino, frente a obras que uno siente que tienen dificultad, es siempre trazar un canal. El Río de la Plata tiene canales, de lo contrario no sería navegable. Los canales están fijados por boyas, de manera tal que quienes conducen el barco saben por dónde entran y por dónde salen. Entonces hay que saber por dónde uno entra y por dónde sale.
–¿Pensaba que a los 86 años se iba a estar subiendo al escenario?
–Sí, sí, sí. Yo voy a estar en el escenario hasta que no pueda estar. Pero no lo voy a indicar yo, razonablemente. El cuerpo me lo va a decir o los demás me van a decir: “Ya no”. Es un lugar muy amado por mí, me siento muy bien ahí arriba. Además, tomo mis recaudos. Hace más de 50 años conocí a una médica que trabajaba en antienvejecimiento y me daba unas inyecciones de células. Pasaron años y un día me entero de que un conocido se dedicaba a eso, entonces lo fui a ver. Hace 16 años que estoy con él.
–¿En ningún momento se cansó de su trabajo? ¿Cómo logró no automatizarse?
–El tema es que de alguna manera, hasta inconscientemente, aparecen puntos nuevos, en frases, en silencios, que modifican el haber hecho esa noche algo diferente a la anterior. Siempre hay una búsqueda de un elemento nuevo o el encuentro casual de un elemento nuevo, que hace que esa noche sea distinta.
“EL CINE PUEDE PRESCINDIR DE LOS ACTORES, LA TELEVISIÓN PUEDE PRESCINDIR DE LOS ACTORES, PERO EL TEATRO NO. EL TEATRO NO TIENE ALTERNATIVA PORQUE ES UN TRABAJO EN CONTINUADO, SIN RED, CAMINANDO POR LA CUERDA FLOJA.”
–¿Entonces no es una frase hecha esa de que “cada función es diferente”?
–No, no, es verdad. Lo que pasa es que el teatro es el único hecho vivo donde uno se confronta con otro para contarle una historia. Los medios mecánicos pueden repetir hasta el infinito y lograr (como lo hicieron los italianos, que son el mejor ejemplo de aquellos años 50) que personas que no son actores, actúen como tales. Pero porque es un medio mecánico, es otra historia. El cine puede prescindir de los actores, la televisión puede prescindir de los actores, pero el teatro no. El teatro no tiene alternativa porque es un trabajo en continuado, sin red, caminando por la cuerda floja, y donde uno afloja un poco, se cae.
–¿Le queda alguna cuenta pendiente?
–Me queda la duda, es una duda y un deseo oculto, de saber qué pasaría si pudiera hacer una obra de Shakespeare con Kenneth Branagh. Esto no va a ocurrir nunca, es una fantasía casi infantil, pero me pregunto qué me hubiera pasado a mí en el medio de esa rosca. A lo mejor hubiera sido un papelón absoluto (risas).
–¿Tuvo alguna vez el anhelo de Hollywood?
–No, no. Yo estuve en Hollywood porque tenía un amigo actor radicado allá y estuve viviendo en su casa. Y es un mundo de una gran construcción artificial, de una gran producción propagandística. Los contratos son libros gruesos como la Biblia porque indican con quién puede uno comer, con quién no, dónde, cómo uno se tiene que vestir. Eso acá, de momento, no se conoce.
“ESTOY HACIENDO COSAS QUE CORRESPONDEN A MI EDAD. CUANDO NO PUEDA CAMINAR BIEN, ESTÉ DEMASIADO SORDO O NO PUEDA RETENER LA LETRA, SE ACABÓ.”
–Tiene muy poco de artístico, ¿no?
–Claro. Lo que pasa es que está muy ligado a la promoción mundial que tiene Hollywood, porque es como una empresa automovilística de primer nivel. ¿Quién no habla de Mercedes-Benz? ¿O de Ferrari? Todo el mundo. Hollywood es lo mismo. Porque no hay representantes, hay empresas que inventan la imagen de un actor, el actor se atiene a la inversión que hizo la empresa y eso es lo que se difunde en el mundo(...)