Luis Ortega: El hijo pródigo

EL QUINTO HEREDERO DE PALITO Y EVANGELINA SALAZAR DESLUMBRA EN SU ROL DE DIRECTOR Y GUIONISTA CON HISTORIA DE UN CLAN, EL  UNITARIO QUE COMANDA SU HERMANO SEBASTIÁN. FÓBICO A LA PRENSA, SE CONFIESA EN UN REPORTAJE SIN PRECEDENTES Y POSA POR PRIMERA VEZ PARA UNA PRODUCCIÓN DE TAPA. HONESTIDAD BRUTAL DE UN HOMBRE QUE DEJÓ DE SER PROMESA.

 

 

Tiene el pelo revuelto y unas ojeras que por momentos oculta detrás de unos lentes oscuros estilo Ray-Ban. Echado en uno de los sillones de Underground, la productora que comandan su hermano Sebastián y Pablo Culell, el quinto hijo del clan Ortega se permite hablar pausado, lejos de comodidades y frases marketineras. Con cierta honestidad brutal y sin temor al grabador encendido, asegura: “Agarré este laburo para pagar deudas, por encargo”. 

 

“Este laburo” es Historia de un clan, el unitario de Telefé que cuenta lo siniestro de los secuestros de la familia Puccio en una Argentina marcada por la doble moral, en aquel camino de transición en la década de 1980.

 

–¿Cuando ves Historia de un clan, lo sentís tuyo?

–Sí, al final terminó siendo un laburo inspirador y creativo. No le tenía fe, pero se transformó en una película de diez horas. Sebastián y Pablo confiaron en mí; yo nunca lo hubiera hecho, no soy un tipo de géneros, pero mi hermano creyó que podía.

 

Sebastián no se equivocó. Encontró en Luis al director capaz de jugarse por entero en escenas que sobrepasan los límites de lo seguro y al guionista capaz de animarse a filosos diálogos que bordean un humor tan oscuro como tajante, palabras que escribió junto a Pablo Ramos y Javier Van de Couter. “Aún me parece raro verlo en la tele. Para mí es el momento más crítico, donde se pone al máximo la adrenalina. Ya en la mesa de edición viste todo lo que estaba bien, pero después, en la tele, ves todo lo que está mal.”

 

–¿Con el cine te pasa lo mismo?

–Tengo una experiencia tan frustrante con el cine... Es muy duro encarar los  estrenos y sentir las salas vacías.

 

–¿Estás enojado con eso?

–No, no estoy enojado con el cine, simplemente es doloroso. El cine me causa dolor. Se te termina yendo toda la energía en un montón de cosas que no sabés hacer, como sumar bien, buscar plata, coordinar gastos, encontrar los equipos, cargarlos, guardarlos en tu casa,  confeccionar planillas. Todo lo que acá, en Underground, lo hacen cien personas, te lo cargás vos solo. No tenés tiempo para escribir, dirigir, pensar, crear. Terminás siendo una especie de personaje solitario, peleando para algo que en definitiva no termina mostrando lo mejor de vos, donde la energía es consumida y estás bien lejos de lo creativo. Te hacés mala sangre. Me gustaría hacer una película con un productor, con uno que pueda traerte una idea, como hizo Sebastián, que se encargue de la plata.

 

–¿Sentís que tus películas no muestran lo mejor de vos?

–Me gustan Caja negra, Dromómamos y Lulú, que se estrena próximamente. Incluso Verano maldito. Verano tiene algo de vida gracias al trabajo de mi hermana Julieta y de Alejandro Urdapilleta. Fue un proyecto con muchos problemas. 

 

–¿Tus otros largos te gustan?

–Monobloc es una película malísima. Los santos sucios tiene una fotografía genial, alguna que otra cosa que vale la pena.Deberían ser sólo películas de 15 minutos y no de 80. Fueron pasos en falso.

 

–¿Dar esos pasos es parte de un aprendizaje?

–Son muestras de que estás aprendiendo en público y con los pantalones bajos. Errores que sufrís mucho y que capitalizás en cuestiones de oficio. Si de algo sirve la adultez, el paso del tiempo, es que te ayuda a aprender. Es cierto que nunca aprendés nada, por lo menos en términos muy trascendentales, pero te da las herramientas para poder encarar diferentes proyectos. Con Historia de un clan es la primera vez que trabajo en un contexto de mucha responsabilidad, de organización. Todas mis películas fueron hechas con mucho esfuerzo. Lulú (con Nahuel Pérez Biscayart, su ex pareja Ailín Salas y Daniel Melingo) recibió un apoyo del Instituto, pero a la hora de nivel de producción seguís siendo medio pelo. No quiero hacer películas que queden a mitad del camino. O las hago sin nada o dame esto (hace referencia a la calidad de  producción de Underground). No quiero seguir cometiendo los mismos errores, no quiero seguir fracasando.

 

 

–¿Le tenés temor a la repetición?

–La gente vive repitiéndose hasta que se muere.

 

Luis nació un año antes de que la mala racha económica golpeara a los Ortega. Fue un 12 de julio de 1980. Tiempo después, Frank Sinatra pisó suelo argentino y empujó a los Ortega a hacer frente a una gran deuda e instalarse en Miami. Con cuatro años, el quinto hijo de Palito y Evangelina Salazar llegó a los Estados Unidos. Seis años después, se encontraría en la empobrecida Tucumán, con un papá como gobernador de la provincia. 

 

–Recientemente, en una entrevista, tu hermano Sebastián dijo que para vos llegar a Tucumán fue muy enriquecedor, porque lo que hacés hoy como director y artista apareció allí. 

–No sabía que él sabía eso.

 

–¿Apareció realmente en Tucumán?

–Sí, apareció allí. En los Estados Unidos es muy fácil sentirte como un ser humano en el medio de una maqueta, sobre todo si sos latino. En Tucumán tuve los primeros encuentros con la gente que me gusta, porque allí hay mucho caminar en la calle. En Miami no se camina tanto, te manejás en coche, el cruce con la gente no es tan natural como se da acá. En Tucumán todo el día te cruzás con gente, y de todo tipo. 

 

–Después llegaste a Buenos Aires y descubriste San Telmo.

–Un viaje sin escala, Miami-Tucumán-Buenos Aires. Una mezcla de colores impensados, un cachivache. Ahora siento que aquel triángulo me dio herramientas. Mi infancia en los Estados Unidos fue muy importante, la viví solo, como aislado, y es ahí cuando te hacés la cabeza, cuando empezás a pensar en Dios en lugar de salir a jugar. Todo eso, de alguna manera, lo puse en escena.

 

Ana María Picchio, amiga íntima de Evangelina Salazar y la tía que todos los Ortega aman, fue la que le hizo recorrer a un Luis adolescente, de 15 años, los cines, los teatros, la cultura. “Ella me abrió un mundo”, recuerda ahora. Fue una época de experimentación, entre anfetaminas, cocaína y LSD.

 

–Sos un tipo que prefirió las vivencias a la educación formal. Empezaste a estudiar Filosofía y Letras y dejaste. Después cursaste unos meses en la Universidad del Cine y decidiste agarrar la cámara y hacer Caja negra.

–Fue una profesora de Filosofía la que me dijo: “Esto no sirve de nada”. Me salvó la vida, me mandó a estudiar cine. Y fue en la plaza de Paseo Colón y Estados Unidos, en San Telmo, después de escaparme de una clase de la Universidad, que conocí a Eduardo [Couget], y junto a Dolores [Fonzi, su pareja en ese momento] armamos Caja negra. Siendo fiel a esas frases hechas, como “En casa de herrero, cuchillo de palo”, Luis se acercó a la música por casualidad, y los primeros rasgueos de guitarra no los dio con Palito ni con Emanuel, sino con un amigo que paró un tiempo en su casa y le enseñó lo básico para que se acompañara y se animara a componer. “La música es lo mejor para mí, es la anestesia más inmediata. Me sanó. Pero sé que no soy músico ni cantante”, reconoce.

 

–Pero te animaste a salir a tocar con Los Quietos (la banda que armó con María Eva Albistur, Samalea, Willy Crook, Patán Vidal y Daniel Melingo) y grabaste un disco en solitario. 

–Con Los Quietos era disfrute, zapar, era pura complicidad. Entro igual fue un disco que hice con amigos. No toco bien, no canto bien, pero puedo escribir una canción, me gusta la narrativa. La palabra es inmediata. En tres minutos podés contar toda una vida.

 

–¿Pensás seguir trabajando con Sebastián?

–Quiero hacer una película, y seguramente la haga con él. Una sobre Robledo Puch, el asesino múltiple más importante de la historia criminal argentina. Estoy intentando convencerlo, pero él cree que vamos a quedar muy pegados a toda esta oscuridad. Prefiere que hagamos una comedia.

 

–¿Te ves haciendo una comedia?

–No hubo consenso todavía. Le dije que lo de Robledo puede ser una comedia. Pero él no lo ve así. Para mí, Historia de un clan tiene mucho de comedia; si no usás el humor sólo te queda oscuridad, sólo lo malo. No sabemos qué haremos, pero algo saldrá. Nos llevamos bien y nuestra primera sociedad salió perfecta.

 

 

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