Daniel Barenboim: buscando un símbolo de paz

 Excelso pianista y director de reconocimiento mundial, reúne talentos musicales palestinos, árabes e israelíes en la West-Eastern Divan Orchestra haciendo sonar fuerte su nombre entre los candidatos al Nobel de la Paz. Una entrevista ineludible con un verdadero maestro.

En una época en la cual hay carencia de líderes, la figura de Daniel Barenboim emerge como una bocanada de aire fresco. Quizás el aporte sobresaliente de su labor como músico haya sido –nada menos– la creación de la West-Eastern Divan Orchestra (WEDO), como un microcosmos de la Argentina, según las palabras del director. “Cada vez estoy más orgulloso de volver a este país. Me doy cuenta de que de esos primeros nueve años que viví aquí, me quedaron cosas que aún conservo en la actualidad. Una de ellas es la absoluta normalidad que supone tener más de una identidad. Aquí no hay ningún problema con ser judío-argentino o italiano-argentino, no hay otro país en el mundo donde encuentre eso. Creo que la capacidad de aceptar todo eso es lo que me permitió crear la West-Eastern Divan Orchestra, que es –nada menos– una orquesta de enemigos.”

–Parece contradictorio lograr la armonía entre enemigos.

–No es fácil, pero se puede alcanzar.

–¿Qué tiene de especial la música para conseguir ese milagro?

–No es que la música sirva para eso, sino que la música da la posibilidad de dialogar, tiende puentes. Cuando un músico se incorpora a la WEDO, naturalmente está un poco perdido los primeros días. Pero después se da cuenta de que comparte con sus compañeros una gran pasión que los identifica; es por eso que funciona. Cualquier plan que aspira al contacto con el otro es muy importante y requiere coraje e inteligencia para mantenerlo. Nos ha pasado que los padres de dos músicos no permitieran que sus hijos se integraran a la orquesta e intercedí ante ellos para que accedieran a dejarlos compartir una semana. No tenía muchas expectativas cuando, un día después, fueron los jóvenes mismos quienes quisieron que convenciera a sus padres para poder continuar. Habían descubierto que el talento del otro era beneficioso para ambos.

–¿Por qué cree que en la Argentina se pudo dar ese modelo de convivencia?

–Quizás porque la inmigración fue más económica que política. Había otro estado de ánimo tanto en los que llegaban como en quienes los recibían.

–¿Cómo pudo trasladar esta experiencia de sus orígenes a sus músicos?

–La transmisión no es lo difícil, lo más complejo fue que unos aceptaran la mirada diametralmente opuesta del otro. No pretendo que trabajemos para la paz ni para el consenso político, porque no podemos conseguirlo, pero sí para la aceptación del otro.

–¿Aplicó alguna técnica para promover el diálogo?

–En la orquesta instauramos una tradición: hablar siempre de todo. Es así que cada vez que algún miembro plantea un tema especial nos reunimos y conversamos. El resultado son estos 16 años de trayectoria.

–¿Cuál es el efecto que ha tenido la convivencia sobre cada uno de ustedes? 

–La vida de cada uno de nosotros ha cambiado en todo sentido. Incluso, hubo espacio para las historias de amor: debe de ser muy excitante enamorarse del enemigo. El diálogo abre la posibilidad de demostrar sentimientos y pensamientos y, al mismo tiempo, despierta la curiosidad y la inteligencia para escuchar al otro.

–El mensaje está claro. Pero más allá del hecho artístico, ¿cómo es recibido por la comunidad internacional?

–Evidentemente, esta práctica de convivencia ha tenido una aceptación generalizada en muchos países, pero no ocurre lo mismo en la región que nos preocupa.

–¿Por qué?

–Porque la población que vive en la zona del conflicto pasa por otro estado emocional. Creo que es el momento de buscar otro camino porque la agenda periodística está con otros temas; ni se habla del conflicto entre Palestina e Israel.

–¿Cree que esa falta de atención es positiva?

–Probablemente sí, porque hasta ahora todas las soluciones que se buscaron fueron militares o políticas; pero en mi opinión no estamos ante un conflicto político entre dos naciones que se pelean por fronteras o petróleo. Es un conflicto humano entre dos pueblos que están convencidos de que tienen el derecho de vivir en el mismo popedazo de tierra. Y en esto no hay vuelta: podemos vivir juntos o al lado uno de otro, pero no dándonos la espalda.

–Por su posición en el conflicto árabe-israelí muchos lo miran con recelo. ¿Cómo sobrelleva las críticas extramusicales?

–A veces me pesan, pero es una sensación pasajera.

Con el mismo espíritu de la WEDO, Barenboim está abocado entre sus múltiples tareas a la apertura de una Academia en Berlín. Se trata de un proyecto destinado a generar estrategias de reflexión sobre la paz, cuya apertura estaba prevista para 2016.

–¿Por qué decidió adelantar la inauguración?

–En realidad, se abrirá en octubre, pero el edificio estará listo recién el año próximo. La idea es empezar con un proyecto pequeño de doce alumnos para ver qué podemos aprender, ya que trabajaremos con un currículum poco convencional. Se enseñará música, pero también habrá cursos de Filosofía. Es una lástima que el mundo no tenga educación musical; y creo que la música se puede aprender en la escuela como las otras materias. Por otro lado, los conservatorios no se ocupan prácticamente nada más que del aspecto técnico del instrumentista. Y para hacer música hay que tener en cuenta muchos otros aspectos.

Por su activa labor en favor del diálogo, Barenboim se convirtió en el primer israelí en obtener la ciudadanía palestina, marcando un hito sin precedentes en la historia del conflicto. En el mismo nivel de importancia, su nombre suena desde hace algunos años entre los candidatos a ganar el Premio Nobel de la Paz, cosa que para sus admiradores debería ser una consecuencia natural de sus denodados esfuerzos por priorizar el diálogo y la tolerancia entre los pueblos.

Habrá que dejar pasar más tiempo para ponderar el impacto que el activismo de Barenboim pueda o no provocar en la vida cotidiana del convulsionado Oriente Medio. Lo que es seguro es que en el presente su ejemplo está ganando cada vez más simpatía: la evidencia del poder del diálogo ya no le resulta ajena al resto del mundo.

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