Narcos

 

SE VIENE UN NUEVO RELATO DE LA VIDA DE PABLO ESCOBAR GAVIRIA SUBIDO A UN FENÓMENO TAN INQUIETANTE COMO ARRASADOR: LA LOS SUPERCAPOS DE LA FASCINACIÓN MUNDIAL POR DROGA.

No llegaron a veinte los años de sus actividades de traficante y no llegaron a diez los de su fama en vida. Pero en los 17 años que transcurrieron desde 1976– cuando comenzó en el mundo del delito– hasta que murió, en 1993, se produjo un cambio tan significativo en Colombia, que ya nunca nada pudo volver atrás. Pablo Escobar Gaviria inició el narcotráfico a gran escala en América latina y se transformó en un héroe-villano del que no se deja de hablar. Él es el protagonista central del “fenómeno de las narconovelas”, un conjunto de series latinoamericanas y estadounidenses que cuenta distintos aspectos de este nuevo mundo en que la producción y el consumo de drogas crecieron en forma sideral cambiando definitivamente las sociedades en las que se despliegan.

Hoy, en los titulares de los diarios se unen la huida del Chapo Guzmán, el mexicano más conocido entre los narcotraficantes actuales, con la llegada de la serie Narcos (a partir del 28 de agosto por Netflix), que propone otra mirada sobre la historia de Escobar, el héroe-villano colombiano que inició la forma actual de este negocio. ¿Héroe? En algún sentido, su violenta vida es una épica, la que recorre el arco de la pobreza a los más altos grados de poder y dinero. Una épica cruel y villana que ha dejado un tendal de dolor, claro. Pero –piensan algunos– también lo son otras que enarbolan ideales más altruistas. Lo que sí es seguro es que, en nuestras sociedades, el poder y el dinero se han convertido en valores tales que quienes los ostentan son admirados e idealizados, sin volver la vista hacia el horror en el que se montaron. No es menor, en la fascinación que ejercen estos personajes, el halo deslumbrante que rodea a quienes enfrentan a los poderosos, a quienes detentan tradicionalmente el poder y se erigen en custodios de la ley. Y ni hablar del efecto de admiración que causan las excentricidades y fabulosas locuras que se permiten. Algo de todo esto hay en el combo que ha hecho más que rentables las series que despliegan desde diversas perspectivas el relato del narcotráfico, en las que, obviamente, hay también sobredosis de violencia y sexo.

Después del éxito fulminante de El patrón del mal, la megaproducción basada también en la vida de Pablo Escobar que se estrenó en Colombia en 2009 pero que no deja de recorrer el mundo, Netflix decidió contar su versión. “Imaginen que nacieron en una familia pobre, en una ciudad pobre, en un país pobre, y que se encuentran a los 28 años de edad con más dinero del que podrían contar.” Así comienza el relato de Narcos, a cargo de un agente de la DEA, que agrega: “No por nada el realismo mágico nació en Colombia”. Y pronto aparece la imagen de un joven Escobar que se para frente a los policías que intentan detener sus camiones de contrabando: “Señores, yo soy Pablo Emilio Escobar Gaviria haciendo negocios. Ustedes deciden: ¿quieren plata o plomo?”. El rostro de quien se presenta con esas palabras es el del actor brasileño Wagner Moura, que reúne la justa dosis de calidez y frialdad que, cuentan, tuvo su personaje en la realidad. La mexicana Stephanie Sigman, quien muy pronto aparecerá en la nueva película de James Bond, es la amante de Escobar.

De impecable factura, por lo menos en sus primeros capítulos, la serie de Netflix se presenta como la historia de “los esfuerzos de los Estados Unidos y Colombia para luchar contra el Cartel de Medellín durante la guerra de la cocaína, en la década de los ochenta”. El director es el también brasileño José Padilha, con quien Moura ya trabajó en Tropa de Elite. “Nuestra idea es contar la historia verdadera de cómo la cocaína se volvió un problema enorme en los Estados Unidos y Europa, y cómo todo comenzó en Medellín”, comentó Padilha, mientras Netflix asegura que no se parecerá en nada a lo que se ha visto antes.

 

El hombre en cuestión admiraba a García Márquez y, en algún sentido, fue uno de sus personajes, además de ser el protagonista de su libro de non-ction Noticia de un secuestro. El fundador del narco-terrorismo, que podía hacer estallar un avión en vuelo matando a 100 inocentes y tuvo unos diez mil muertos en su haber, fue también visto como un Robin Hood que, literalmente, sacó del basural a quienes vivían allí y les construyo casas en un barrio que todavía lleva su nombre. Llegó a ser uno de los diez hombres más ricos del planeta, con una fortuna de 30 mil millones de dólares. La suya, se dice, es una de las tumbas más visitadas del mundo, junto con la de Elvis Presley y la de Jim Morrison. A su funeral fueron 200 mil personas.

El éxito de las narco-series no comenzó con Pablo Escobar sino con otra mirada sobre el fenómeno, cuando la cadena Caracol de Colombia lanzó en 2006 Sin tetas no hay paraíso, la historia de una chica que se pone siliconas para ascender a través de la conquista de los adinerados hombres del narco. El autor de la novela, Gustavo Bolívar Moreno, se convirtió en el segundo escritor más vendido en Colombia, después de Gabriel García Márquez. Inmediatamente, la crítica lo bautizó como el creador del “realismo trágico”. El último capítulo de la serie batió el récord de audiencia en Colombia, convirtiéndose en el programa más visto hasta ese momento, con 63 puntos de rating. El éxito se mantuvo en la televisión por cable y satelital de América latina. Hubo una versión española, otra estadounidense y países como Italia, Rumania y Rusia adquirieron los derechos para hacer lo propio.

Aunque distinta en su concepción y su realización a la mayoría de las narco-series, es imposible obviar a la sorprendente y ya de culto Breaking Bad, que construye a un narco estadounidense a partir de un profesor de Química que se entera que pronto morirá de cáncer. La decisión de dejar a su familia protegida económicamente lo va transformando en un violento traficante que cocina una cuidada metanfetamina. Al revés que Sin tetas…, vino del norte y tuvo una versión (mala) en Colombia, que se llamó Metástasis.

En este extraño cruce entre ficción y realidad, es interesante el caso de Andrés López, a lias “Florecita”, ex narco colombiano que en la cárcel escribió El cartel de los sapos, donde cuenta sus andanzas, su entrega a la DEA y cómo se convirtió en informante. De ahí salió la serie El cartel, para la que Florecita también hizo los guiones. Presentado como “el escritor colombiano que perteneció al Cartel del Norte del Valle, antes de pagar una condena en una cárcel de los Estados Unidos”, López es también responsable del libro de la serie El señor de los cielos, que cuenta la historia de Aurelio Casillas, líder del Cártel de Juárez. Ahora Florecita prepara la historia de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, “el Chapo”, que se acaba de fugar por segunda vez y a quien ya se lo compara con Pablo Escobar. Este ar raigo en la realidad es, sin duda, otro de los elementos del éxito de estas series.

Un diario publica en estos días una infografía con un rostro partido al medio: la primera mitad pertenece a Pablo Escobar, la otra, al Chapo Guzmán. Se comparan fortunas, métodos, curiosidades. Por el momento, Guzmán es el heredero de esa curiosa mística. Habrá que ver cómo da en televisión.

 

 SE DICE QUE LA DE PABLO ESCOBAR ES UNA DE LAS TUMBAS MÁS VISITADAS DEL MUNDO, JUNTO CON LA DE ELVIS PRESLEY Y LA DE JIM MORRISON.

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