Maricel Álvarez, la elegida
Actriz, directora, profesora y coreógrafa, se hizo conocida por su papel en la multipremiada Biutiful junto a Javier Bardem. Puro talento y estilo que se imponen sobre hitos de la industria tan rotundos como haber sido señalada por Woody Allen.
Con su tablet nueva a centímetros nomás, Maricel toma papel y lápiz y anota las actividades que le demandará en los próximos días la promoción de Mi amiga del parque, el filme de Ana Katz que se propone indagar sobre la maternidad desde diferentes experiencias. No usa celular y dice que no es “ni remotamente una fruta madura en el terreno del cine”, aún después de Biutiful, Las insoladas y Días de vinilo. Es que su trayectoria en teatro es la que le recuerda la transpiración sobre el escenario y la que la tiene con pocas horas de sueño al momento de hacer esta entrevista, apenas unos días antes de estrenar la ópera El limonero real en el Colón.
“Hablar de mi nariz me parece de una superficialidad que da cuenta de la estupidez del otro. Como se habla de las tetas de una, se habla de mi nariz. Es anecdótico."
–Tu personaje de Renata en Mi amiga del parque aparece poco pero genera una gran incomodidad. ¿Fue ese desafío el que te atrajo?
–A mí lo grande o pequeño no me resulta demasiado relevante cuando hay un material que merece la pena ser contado y donde creo que puedo hacer un aporte interpretativo. Desde ya me interesó el rol de Renata por ese corrimiento que mencionás. Y reflexionando sobre la película en conversaciones con Ana nos preguntábamos si es la maternidad un mandato, porque no es solamente la posibilidad biológica de dar vida sino una decisión, una toma de posición acerca de si maternar o no maternar. Justamente, este personaje ha dado vida pero en un punto toma una decisión que se corre de lo que culturalmente se le ha impuesto. Me interesaba muchísimo hablar de esto. La película plantea ese contrapunto, hay dos personajes que están en las antípodas: mientras uno está descubriendo con sumo placer –pero también con mucho padecimiento y no pocos problemas– de qué se trata maternar, hay otro que se está retirando claramente y por voluntad propia de ese espacio.
–¿En lo personal, vivís el prejuicio de tener 41 años y no tener hijos?
–Con el tiempo, la gente que me rodea ha comprendido mi decisión al respecto. Lo que no quiere decir que no sientan esta fricción. Yo trato de que se respete la expresión de mi deseo de vivir mi vida como quiero, incluida la posibilidad o no de ser madre. Hay una idea de que eso, de alguna manera, nos completa como mujeres, pero es un problema de los otros, es parte de una construcción cultural porque es algo que nos ha sido impuesto como pensamiento. Sigue siendo muy difícil que no nos eduquen para ser madres, se sigue transmitiendo eso de generación en generación. Es muy personal, además. Ya no sé si es una cuestión de género. Es muy subjetivo.
–En los últimos meses las mujeres de Hollywood alzaron su voz en relación a la desigualdad de género: que ganan menos que los hombres, que no tienen las mismas oportunidades. ¿Cómo se vive en la industria argentina?
–Todavía hay un desfase, es evidente. Soy actriz y directora y me doy cuenta de que todavía en algunos lugares hay cierta resistencia a aceptar directivas que provengan de una mujer. Encubierta, si se quiere, porque lo políticamente correcto hoy manda. No se puede maltratar abiertamente a una mujer o manifestar disgusto por recibir órdenes de una mujer, pero te puedo asegurar que en algunos espacios aún sigue siendo difícil hacer valer la propia voz. Seguimos perteneciendo a una minoría, no en términos numéricos, claro, sino por cuestiones que tienen que ver con la cultura y la educación que contamina nuestras vidas. Aún está muy arraigado el tema de qué cosas son competencia del mundo de lo femenino y cuáles del masculino. Es algo que se traslada a todos los ámbitos y a veces se manifiesta en situaciones pequeñas y cotidianas. A veces siento que se tiene que hacer un doble esfuerzo y me pregunto por qué. El reclamo es interesante, me parece válido; la queja, no. Yo no me quejo, yo laburo. Y cuando hay que manifestarse o denunciar, acompaño. Me parece que esa es la tarea. Acompañar cuando es necesario, como lo que ocurrió con la gran manifestación del 3 de junio. Pero después, cotidianamente, como parte de una sociedad, es hacer una labor de micropolítica, te diría.
–En cuanta nota se escribió sobre vos se hace alusión a tus facciones. El New York Times habló de tu “nariz majestuosa” cuando se estrenó Biutiful. ¿Cómo te cae que tu estética sea un tema de conversación recurrente?
–Me choca mucho, pero no porque me disguste que se me califique de una u otra forma; me disgusta que se haga de eso un tema cuando yo no lo considero uno. Porque esas categorías, como puede llegar a ser la belleza, son una construcción subjetiva que responde a una percepción personal. Me parece que quienes me convocan o descartan la posibilidad de convocarme por algo relacionado a esa cuestión se quedan en la superficie de las cosas, entonces deja de interesarme. Yo voy siempre al hueso, entonces hablar de mi nariz me parece de una superficialidad que da cuenta de la estupidez del otro. Como se habla de las tetas de otra, se habla de mi nariz. Es anecdótico. Pero siento que se me impone porque está en la agenda del otro, no en la mía. Cuando estoy hablando con una periodista de un suplemento cultural no me pregunta sobre eso. Pero si la revista tiene otro alcance parecería que de eso hay que hablar porque soy “la que trabajó con Bardem sin ser linda”. “Si tantas chicas más lindas hicieron ese casting, ¡¿cómo puede ser que se lo hayan dado a la narigona?!” También uno es vulnerable, no te creas que es tan canchero. Hay casos en donde uno necesita rearmarse y estar seguro, pero en mi caso no necesariamente tiene que ver con sentirme que estoy más bella, sino con creerme lo que estoy haciendo, con que sea verosímil o útil. Es encontrar la belleza en eso.
–Después de la experiencia con González Iñárritu, ¿no estaba muy alta la vara?
–Hubo un momentito en el que yo dije: “Ay, pero ahora…?”. Un momento de transición en el que tuve que viajar para promocionar la película, en el que conocí a un montón de gente y un montón de gente me conoció y parecía que “ahora tu vida va a ser así”. ¿Quién dice? Lo mejor que hice en ese momento fue volver al trabajo, volver a lo real, te diría. Pero tuve esos cinco minutos y fueron cinco minutos que había que vivir, no estaba mal. Me pasaron cosas lindas: viajé, me entrevisté con Woody Allen para hacer un bolo en su película... Después, acá, me querían hacer notas y yo aclaraba “pero es un bolo”, y me decían “¡igual!”. Yo venía diciendo “pero miren que no es para tanto” y parecía que no era posible, que había que subirse a la cresta de esa ola, y a mí eso me da mucha vergüenza. El otro día hablaba con alguien que me decía “estamos grandes, tengo 43”, yo le digo “bueno, yo tengo 41”, y me dice en chiste “bueno, pero vos trabajaste con Bardem”. Y yo me quedé mal porque pensé: “¿Ese es el hito en mi carrera?”. Para mí, todo lo que vino después o todo lo que había pasado antes, en un punto, había sido bisagra. Aquellas experiencias fueron las que construyeron los cimientos que me fortalecieron. Fue un comentario que a mí me aniquiló. Quizás para el afuera ese es el hito. Mirá, a los dos años de haber rodado Biutiful hice Un paraíso para los malditos, donde actué con [Alejandro] Urdapilleta. Y cuando lo vi, le dije: “Este era mi sueño, no trabajar con Bardem”. Me daba ilusión de verdad. Yo me formé viendo lo que hacía con [Humberto] Tortonese y Batato [Barea] en el Parakultural. Era un artista al cual admiraba profundamente, entonces podía decir, de alguna manera, que se me estaba cumpliendo un sueño. Le manifesté mi amor y admiración cada día que nos tocó compartir de rodaje. Nos quisimos al minuto uno.