El show del escándalo

 

La tele nos agota con personajes que alcanzaron la fama por ser ridículos o estrafalarios, cuando no ignorantes y dañinos. Cuanto más ruido hacen, mejor les va. ¿Será la consecuencia de una sociedad que perdió la mayoría de sus valores?

Muchas personas educadas y formadas en sistemas de valores de tiempos pasados anhelan la vuelta a los principios sociales que hicieron famosa a la Argentina de nuestros abuelos. La dignidad y los valores que distinguen a las personas de bien –y que son fundamentales para la gestación de una sociedad digna, respetuosa, justa y virtuosa– nunca debieron perderse; por el contrario, deberían haberse fortalecido con el tiempo para solidificar los pilares sobre los cuales se construye toda nación con dignidad.

 Los medios de comunicación, con su poder, han logrado imponer la voz del chisme, la pelea, la vulgaridad y la fama ganada mediante el escándalo como parámetro de éxito y modelo a seguir por todo aquel que cae bajo su falso encantamiento. Por propia aceptación se fue gestando un modelo de sociedad carente de valores, bajo el cual los límites entre realidad y ficción se convirtieron en una frontera laxa y en el que todo recurso parece estar permitido. Ya es extenso el debate que cuestiona si los medios reflejan la realidad o si construyen una realidad propia que encierra una agenda de intereses políticos.

 En esta nueva sociedad, el mundo del espectáculo y el deporte se han convertido en una universidad hacedora de políticos en la cual la fama parece ser el principal requerimiento. El fútbol y los shows de baile pesan más que la corrupción, el hambre y la inseguridad.

 Los medios llenan sus espacios con el desle incansable de personas que alcanzan popularidad por la falta de vergüenza, por la magnitud de sus escándalos y el tamaño de sus siliconas. Los loros mediáticos propalan sin ruborizarse sus íntimos secretos con discursos vulgares y vacíos, desvirtúan con cada palabra los valores que deberían regir toda sociedad que se precie de ser culta y elevada. La mediocridad es la norma establecida, y criticarla es considerado “moralismo”. Las nuevas estrellas que desnudan su alma y muestran su negrura espiritual son, astronómicamente hablando, verdaderas estrellas frías, agujeros negros que agotaron su luz. Mientras los popes del espectáculo cuentan billetes a bordo de sus lujosos aviones, gran parte de nuestra sociedad cae presa del aletargamiento y el efecto zombi que le producen la masificación y la vulgarización de los reality shows que muestran miserias.

 La televisión es el medio de influencia de masas más ecaz que se conoce y muy lejos quedó su potencialidad como herramienta de la cultura. Se ha llegado a un punto sin retorno en el que la televisión ha ganado espacio fuera de la pantalla, los policías se convierten en actores en acción y los actores mediáticos se transforman en asesores en seguridad para los candidatos políticos que los necesitan para ganar popularidad. Si queremos un país en serio… ¡cortemos la bocha!


LA MEDIATIZACIÓN DE LA VIDA

Es el hombre quien produce y consume todo lo que muestran los medios, y para modificar el contenido es indispensable producir un cambio de conciencia en la sociedad. Analizando la actual televisión argentina es lamentable aceptar eso de que los medios son reflejo de la sociedad. Es muy triste que millones de personas valoren la mediocridad que se les ofrece por considerarla un distractor de sus problemas. Y lo que es peor, que se encumbre a las personas sin principios tan sólo por ser parte de ese show que los ayuda a escapar de la realidad.

Una nueva norma parece reinar en los medios: si no hay noticias que acaparen la atención, la solución es presentar escándalos. Atrás quedaron los noteros que lograban rating con naves alienígenas, extraterrestres, duendes y bizarras historias como las que José de Zer presentaba en vivo para Nuevediario, el noticiero de Canal 9 en la década de 1980. Sus crónicas (a dúo con su el camarógrafo Chango) sobre gnomos, casas encantadas e insectos disecados por la radiación emitida por ovnis son historias de Disney comparadas con los escandalosos casos que ocupan hoy los noticiosos, donde los verdaderos monstruos son personas de carne y hueso que violan y matan a miembros de su propia familia.

DE LOS MEDIOS A LAS REDES SOCIALES

En una sociedad globalizada, donde día tras día los medios de comunicación y las redes sociales invaden toda órbita, el acceso juega un papel fundamental en los procesos de transformación. Todo se encuentra en internet: forma parte de la cultura moderna y pertenece a su idiosincrasia. La tecnología produjo un efecto “mediatizador” donde el usuario expone voluntariamente su intimidad como parte del fenómeno de “pertenencia online”. Es como si existiese una necesidad inconsciente de protagonismo en la cual cada usuario que se suma a la comunidad global de las redes sociales utiliza el sistema para crear una identidad disociada a la que presenta en su vida real.

Existe un efecto de masificación de la información y la comunicación en el cual todos nos convertimos en comunicadores y utilizamos las redes como si se tratara de una redacción activa las 24 horas.

La pluralidad de medios ha logrado crear un antídoto para el veneno de las noticias escandalosas, favoreciendo así la impunidad de las estructuras de poder y de los gobernantes, quienes, sin importar lo corrupto de sus actos, no ven afectada su imagen por el anestesiamiento de la opinión pública.

La realidad y la ficción no encuentran diferencias y es en esa nebulosa donde el ciudadano perdona todo, actuando bajo una conciencia dormida por el acostumbramiento.

En este género escandaloso de la vorágine mediática, la realidad es como un fast food: todos conocen los perjuicios que produce su consumo, pero nadie deja de elegirla a la hora de consultar el menú televisivo.

Se preere sufrir las consecuencias antes que dejar de disfrutar de su atrapante sabor. El escándalo atrae, atrapa y gusta, es un efecto hamburguesa en el que el mal hepático es el precio aceptado con tal de disfrutar del morbo mediático. Hay mucha carne podrida en la televisión, pero a pesar de ello sigue ocupando el mismo espacio de privilegio que en el mostrador de la carnicería.

“Trabajar para ganarse un puesto” ya no es la consigna. Hoy el camino más directo es el de “mostrar y pelear para rápido llegar”. Ya no es transparente quien demuestra ser sincero sino aquel que no deja intimidad por ventilar. Como dijo el genial Krishnamurti: “No es ninguna medida de la salud estar bien adaptados a una sociedad profundamente enferma”.

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