Pablo Bernasconi: La cabeza y el universo
DISEÑADOR GRÁFICO E ILUSTRADOR, LLEVA MÁS DE QUINCE AÑOS ENRIQUECIENDO PUBLICACIONES DE TODO EL MUNDO CON SUS CREACIONES. INSTALADO EN SU BARILOCHE QUERIDO, TRABAJA PARA THE NEW YORK TIMES, THE WALL STREET JOURNAL, THE TIMES Y LLEVA EDITADOS UNA DOCENA DE LIBROS.
"Me duelen la cabeza y el universo”, dice la cita de Fernando Pessoa que Pablo Bernasconi ilustró tan amorosamente en Bifocal, uno de sus dos libros para adultos (el otro es Retratos, del que se espera la segunda parte). Hay algo de alquimia en esos encuentros entre la palabra y la imagen que propone Bernasconi, algo que simplica los conceptos y allana los lenguajes para que se produzca finalmente un mensaje contundente. Esa virtud de comunicar, seguramente enriquecida por su formación como diseñador gráfico, es también una pulsión creativa que quiere expresar sin enrarecer y llevar a quien mira de lo más profundo a lo más llano. El último ingrediente, cuándo no, es la experiencia, apenas pasados los 40, Bernasconi tiene una carrera matemáticamente impresionante: empezó en 1998 ilustrando tapas de suplementos en el diario Clarín y terminó haciendo más de trescientas; es autor de diez libros infantiles (algunos de ellos traducidos hasta en ocho idiomas) e ilustró otra decena de volúmenes para autores de diferentes nacionalidades; participó en muchas muestras colectivas e individuales en América y Europa; colabora con las publicaciones más importantes del mundo; dicta conferencias y seminarios sobre ilustración, diseño y literatura en diferentes espacios y universidades; publica una columna gráfica de opinión todos los domingos en el diario La Nación (Medalla de Oro de la Society of Newspaper Design) y sigue y sigue, no para…
–¿Es verdad que nunca fuiste a una clase de dibujo?
Es verdad. Nunca hice un curso de dibujo, propiamente dicho. Lo que sí hice es una carrera universitaria, Diseño Gráfico, en la que se nos presenta el dibujo como herramienta, pero en la que no se imparten directrices desde las materias que nos enseñen a dibujar.
–¿Y cómo aprendiste?
–Considero que el dibujo es un estado de contemplación, de interpretación aplicada. Y difícilmente se pueda instruir a alguien sobre algo así. La técnica, la seguridad en el trazo, la morfología, las herramientas… son excusas posteriores que uno va asimilando de a poco, con la práctica y la paciencia. El ilustrador es básicamente un traductor a lápiz, y, justamente, es la técnica lo que considero como algo secundario.
–¿Qué le aportó el collage a tu trabajo?
–Inercia, lo que más aportó es inercia y desparpajo. La ventaja del collage, al menos en una primera etapa, es que no hay forma de hacerlo mal, no hay forma de que uno lo evalúe estéticamente y considere que no se llegó a un resultado. Pero lo que más me atrajo siempre del collage es la capacidad inmediata de producir metáforas, es una maquina retórica imparable.
–Parece una era a domar.
–Sí, ese es el punto; cómo domino esta máquina retórica, cómo proyecto ideas extensas y controladas que otro pueda entender, rescatar. Personalmente me involucré con el collage de una manera conceptual y volumétrica. Utilizo objetos reales que intervengo, pinto, quemo, corto, tuerzo, martillo… El resultado nal es más cercano a la escultura que al collage. Y mi impresión, por otro lado, es que de esta forma puedo partir desde el alma de cada creación, de adentro hacia afuera, no hay perímetro ni líneas como en el dibujo, sino que directamente creo desde el volumen, con esqueleto, textura y forma.
–Hasta hace unos años te sentías incómodo con el término “artista”.
–Sí, tenía que ver con mi formación como diseñador; siempre consideré al artista como un cultor de la arbitrariedad, de la expresión personal más que de un ejercicio de comunicación centrado en el otro. Por otro lado, el término se ha mezclado mucho con el personaje histriónico, basado en la personalidad más que en la obra. No por nada describe tanto a Susana Giménez como a Luis Felipe Noé, y, convengamos, no son lo mismo.
–Veo que continúa la incomodidad.
–No, últimamente me amigué con la palabra. Creo que la inclusión de las letras y la música abrió tanto el juego que la palabra artista empieza a abarcar mejor mi obra que la de autor. De todos modos, en los papeles de migraciones, lo último que pongo es “intérprete”. (...)