Je suis Anna Allen
El caso de la actriz española que se creó una exitosa vida paralela en Hollywood a través de Twiiter encendió el debate: ¿Cuánto hay de real y cuanto de ficticio en lo que decidimos mostrar a través de las redes sociales? En esta nota, un especialista en el tema analiza el fenómeno.
¿Quién es Anna Allen?
La historia es corta y podría considerarse un clásico de la cultura pop de las últimas décadas. Marge Simpson encuentra un vestido Channel en una barata cerca de Springfield y sólo por llevarlo puesto en la estación de servicio es invitada a formar parte de la alta sociedad de la pequeña ciudad amarilla. Claro que no puede usar siempre el mismo vestido. Febril y nocturna, con máquina de coser y agujas en la boca emprende la delirante tarea de cambiar decenas de veces el aspecto de ese tallieur rosa que le dio fama y amistades.
Anna Allen es Marge Simpson. La imagino cada noche escaneando y bajando fotos de famosas inalcanzables de Hollywood para agregarles su ambiciosa sonrisa. Durante casi dos años, la actriz española subió a redes sociales fotos y textos modificados en donde hacía creer a sus seguidores y a toda España que estaba triunfando en Hollywood.
Como aquellos viejos inmigrantes que mentían a sus familias en las cartas que cruzaban el Atlántico, Anna publicaba fotos abrazada a George Cloone y, contaba que trabajaba con Larry David y que se había sumado a The Big Bang Theory, hecho del que nadie dudaba ya que se la veía en una foto con el equipo en la mitad de las grabaciones. Claro que esa foto, como todas las que subía a Twitter o Instagram, eran modificadas. Bah, no eran modificadas, eso sería darle un nombre amigable a su photoshopeo brutal . El la reemplazaba, cambiaba, truchaba cada foto en donde aparecía otra actriz para poner su desafiante rostro.
Fake!
Todo se desmoronó cuando se jactó ante los medios españoles de ser la única española en la alfombra roja de los Oscars 2015. Un error de edición fotográfica alcanzó para tirar del ovillo. Rápidamente miles de usuarios empezaron a revisar foto por foto
Cuáles son los motivos que llevan a alguien a vivir una vida falsificada? Qué es lo que hace que la pobre Anna haya vivido pendiente de su máscara más que de su propia vida? Detrás de todas las razones posibles, encontramos la clave de esta nueva vida digital que llevamos: se es mientras se muestra. Se existe mientras se publica.
Anna Allen somos todos
Antes de reírnos impiadosamente de Anna (los memes con su #BigFail llegaron a 50.000 y los tuits burlándose de ella superaron los tres millones) pensemos en nuestra propia vida ¿A caso no somos Anna cuando publicamos una foto sacada por otro en vez de darle retuit? ¿O cuando nos sacamos fotos desde diversos ángulos para tapar peladas, panzas u ojeras prominentes? Todos (algunos más conscientes que otros) photoshopeamos nuestras vidas. Es algo que existe desde que decidimos usar las paredes de las cavernas como galería. El arte es nuestro diferencial, aquello que nos permite soñar una vida distinta.
Y la división entre la vida que vivimos El epítome de la locura virtual de Anna Allen se vio reflejado en esta portada que muy alegremente subió a sus redes sociales, donde cuenta que despertó la envidia de sus compañeros de The Big Bang Theory al ser portada de la revista Variety. Nadie puede negar el talento de la actriz española para el manejo del Photoshop. y la que soñamos vivir muchísimas veces pasa por cómo contamos a los demás nuestra vida. Sin embargo, desde el nacimiento de las plataformas de redes sociales esa línea se ha vuelto más borrosa que nunca. .Se es quién se es, o se es quien se muestra? .Existe una nueva identidad digital o es sólo una suma de deseos de techies trasnochados? Para resolver estas cuestiones, durante un año realicé un experimento social en mi cuenta personal de Twitter. Desde @foier tuitié 35 veces mi registro de carrera de una conocida marca deportiva. Saben de que hablo, muchos de sus contactos seguro lo hacen. Habrán visto algo así como “Acabo de terminar una carrera de 7,93 km con un ritmo de 4’02”/ km…” con un link al geoposicionamiento del recorrido correspondiente.
A lo largo de 2013 y 2014 fui mejorando mis tiempos de 6 minutos el kilómetro hasta llegar a un registro esperanzador de 3 minutos. Recibía el aliento de mis followers runners y cargadas de los que no se dignarían a moverse de su silla. Recibí, también, consejos: qué comer antes y después de entrenar, qué zapatillas me convenían.
Cada vez que me encontraba con un seguidor de Twitter elogiaba mi estado con frases como “se nota que estás entrenando, debería salir a correr también”. Es un clásico ejemplo de cómo se potencia nuestra vida “real” con las herramientas de lo virtual. Con un solo detalle: nunca corrí en todo el año más que unos metros para parar un taxi bajo la lluvia. Cada publicación y cada recorrido con GPS era sacado de otros usuarios de Twitter. Ni siquiera con cuidado, porque si entraban al link un día corría por Madrid, otro por Cartagena de Indias, y así. Pero la tesis a investigar fue demostrada: somos relato.
Vida real, virtual y aumentada
Cuando William Gibson acunó hace unas décadas atrás el término “ciberespacio” y “realidad virtual” el mundo era otro. Seguía siendo analógico y lo digital empezaba a rodear nuestras vidas. Las primeras aproximaciones a internet fraguaron el mito de una segunda vida, distinta de la que llevábamos a diario. Así nacieron los chats, los foros y por último Second Life, estrella de la “vida virtual”. .Se acuerdan de Second Life? Los medios prometían que nuestra vida iba a migrar a esta plataforma gráfica. Cada día salía una noticia nueva: el primer negocio de mascotas en Second Life, el primer periodista argentino en tener un programa en Second Life o lo que sea. Hasta el hartazgo.
Pero de un día para el otro, se dejó de hablar de la plataforma y se comenzó a hablar de una página inventada por un adolescente estudiante de Harvard llamado Mark Zuckerberg para conectar estudiantes universitarios. Hasta el éxito de Facebook, internet era libertaria y anónima. Una de las principales banderas de los usuarios era no tener que demostrar identidad y disfrutar de la tranquilidad que sentían en el anonimato.
Ese es el principio que llevó a desarrollar la vida virtual. Aquí no importa quién sos sino quién querés ser. Así, un adolescente apocado de Belgrano podía caracterizarse como un gigante azul de tres metros en Second Life. Vidas separadas, avatares separados y una doble vida sin costo. Como en Matrix, ese adentro y afuera quedaba claro y definido. A partir de Facebook (y luego Twitter, Instagram, Linkedin y demás redes sociales) dejamos de inventarnos una nueva personalidad para potenciar la que traemos desde la cuna. Somos nosotros mismos, con nuestros nombres, fotos y datos que nos caracterizan.
Fakes de uno mismo
¿Pero qué nosotros somos? .Somos en redes exactamente tal cual nos ven? Todos sabemos que no. Elegimos publicar algunas cosas y otras no. Fotos de algunos momentos y no de otros. Un viejo meme dice “Nadie es tan feliz como aparece en Facebook, ni irónico como se muestra en Twitter, ni cool como luce en Instagram, ni tan inteligente como aparece en Linkedin”, lo que nos da una pista acerca de nuestra identidad. En redes no nos mostramos “como somos”, sino que somos en cuanto nos mostramos. Los investigadores adoptaron la idea de “realidad aumentada” para hablar de esto. Sí, la base somos nosotros, pero los rasgos que elegimos destacar están aumentados. Cualquiera que haya ido a una cita con alguien que “conoció de internet” sabe de lo que estamos hablando: la persona es la misma que en la foto, pero hay algo que se ha perdido en el relato.
@Dios, hágase la luz
Nos escandalizamos con nuestra pobre Anna, pues ha llevado al extremo el aumento de su relato. Pero todos nosotros somos fakes de nosotros mismos. Ya que hemos hablado de la operación que genera photoshopear nuestros relatos en la vida online, bien vale hacer una pregunta inversa. .Modifica nuestra vida offline nuestro relato online? Absolutamente. El impacto de esta vida potenciada sobre nuestras vidas cotidianas es enorme. Generamos relaciones, trabajos, conceptos y miedos en las redes para ser incorporados en nuestro entorno. Investigaciones en neurociencia han demostrado que el sólo hecho de enunciar algo modifica nuestra estructura cerebral. Para darle razón a la Biblia, en el comienzo fue el verbo y luego de mencionar a la luz, la luz se hizo. Formamos parte de la primera generación en la historia de la humanidad que comparte su vida dejando registro de eso y modificando así su propia existencia.
Cada tuit, cada publicación en Facebook o foto de Instagram no está retratando nuestro día a día sino que termina creándolo, dado que el impacto es mayor que el hecho en sí. Quizás, en vez de reírnos de Anna Allen deberíamos verla como en lo que se ha convertido. La mejor de nosotros, la adelantada que decidió levar anclas de su aburrida vida de actriz provinciana para codearse con la que siempre quiso ser en sus sueños. En cinco años lo sabremos. Mientras tanto, cuidado con lo que publiquen al ser fakes de sí mismos: están creando un mundo allá afuera.
El epítome de la locura virtual de Anna Allen se vio reflejado en esta portada que muy alegremente subió a sus redes sociales, donde cuenta que despertó la envidia de sus compañeros de The Big Bang Theory al ser portada de la revista Variety. Nadie puede negar el talento de la actriz española para el manejo del Photoshop.
“SE ES MIENTRAS SE MUESTRA, SE EXISTE MIENTRAS SE PUBLICA”, IMPONE LA NUEVA VIDA DIGITAL.