Tan cerca que ni la ves
La isla de Hydra es uno de los secretos mejor guardados del Egeo. A tres horas de Atenas en ferry, ofrece paisajes, paseos y playas increíbles sin el hormigueo humano que invade los lugares turísticos tradicionales.
Todos las hemos visto decenas de veces en fotos o en escenas de películas. Y todos hemos dejado volar la imaginación cuando suenan los nombres de las famosísimas Mykonos, Santorini, Corfú, Creta. Pero en Grecia hay mucho más, montones de secretos escondidos, entre ellos una pequeña perla que, como la carta robada de Poe, se encuentra a tiro de piedra de la capital griega y que se ha constituido en los últimos tiempos en el refugio de los millonarios y jet-setters atenienses.
Esa isla, de la que pocos conocen siquiera de nombre, lleva el mitológico nombre de Hydra. Y su belleza convierte en piedra a los que la ven por primera vez.
AHÍ NOMÁS
Junto a Egyna y Poros, Hydra forma parte del grupo de las islas Sarónicas, que se encuentran muy cerca del continente, en el golfo del mismo nombre. Esta cercanía, junto con su paisaje escarpado, sus hermosas playas y su pintoresco puerto (en el que no es infrecuente encontrar amarrados los barcos de los millonarios atenienses) la han convertido en uno de los destinos favoritos de los magnates que quieren huir del tórrido verano continental sin caer en el frenesí de, por ejemplo, las fatigadas Cícladas.
Una vez visitado el puerto, pequeño y en forma de medialuna, el viajero deberá perderse por alguna de las muchas callejas de piedra que remontan la cuesta central, a lo largo de las cuales observará primero las antiguas mansiones diseñadas por arquitectos venecianos y genoveses, la antigua catedral y el magnífico palacio de Bellas Artes, para internarse insensiblemente en las nuevas residencias de verano de los armadores griegos y figuras de la sociedad local.
En verano hay varios ferrys que parten desde el Pireo hacia Hydra. El viaje tiene una duración aproximada de tres horas y vale la pena tomar los primeros barcos de la mañana para tener tiempo de recorrer las calles, probar las ricas frutas que ofrecen los comerciantes en las veredas, almorzar pescado fresco en el puerto y regresar mientras el sol se funde en el Egeo y la brisa nos acompaña.