La estrella fugaz

Hijo de un almirante, fue un chico solitario, un lector obsesivo, un poeta descomunal y el inventor del mejor personaje de los últimos tiempos: el rockstar. Vivió poco, pero marcó la huella por la que terminaron caminando casi todos los demás.

 

 

En1940, el primer submarino nuclear de la US Navy, al mando del almirante Morrison, surcaba los océanos trasladando su carga horrorosa de un continente a otro. Tres años más tarde, el almirante y su esposa engendraron a su hijo James. Jim. Jim Morrison fue un niño sin amigos debido a las constantes mudanzas de sus padres, lo que lo convirtió en un lector obsesivo. Sus amiguitos eran los libros y sus juegos eran raros. Muchos años después escribiría que en todos los juegos de los niños subyace la idea de la muerte. Eso seguramente le pasó por leer a Rimbaud y a Baudelaire tan tempranamente.

 

 

 

Dicen que cuando llegó a Los Ángeles, a los 19, para estudiar cine en la UCLA, donde tuvo como compañero nada menos que a Francis Ford Coppola, fue testigo ocasional de un accidente callejero donde murió un indio. Según la tradición cherokee, si alguien presencia la muerte de uno de ellos, su alma se instala dentro de uno para siempre.

 

 

A mí siempre me llamó la atención su forma de bailar: me recuerdo una vez en la radio diciendo que, en escena, Miles Davis baila como si estuviera boxeando, y Jim Morrison baila como si fuera un indio celebrando la danza de la lluvia. Lo de Miles se explica porque siempre practicó boxeo, y lo de Morrison se explicaría por eso. Pero todo puede ser una gran mentira.

 

 

 

Una noche, con un Jim Morrison de 24 recién cumplidos, los Doors se aprestaban a dar un concierto en Connecticut. El estadio estaba repleto y las fans acosaban a Jim todo el tiempo. Es que más allá de ser considerado un verdadero sex symbol, y pese a estar absolutamente enamorado de su novia de toda la vida, Pamela, Jim Morrison se la pasaba cogiendo. Esa noche Jim encontró a una fan desesperada por él, y él, tratando de superar su pánico escénico, la invitó cordialmente a intercambiar fluidos en la pared del fondo, cosa de subir más relajado al escenario. En medio de la faena fueron sorprendidos por un policía, que decidió hacer justicia por mano propia y le empezó a dar macanazos en la cabeza a Jim, que intentaba defenderse mientras se subía los pantalones al mismo tiempo que entraban en escena los otros Doors, más asistentes, más curiosos, para explicarle al botón a quién le estaba pegando. El tipo sólo atinó a decir que no sabía que era el cantante de la banda y que a él le habían dicho que por allí solamente podían andar los integrantes y allegados al grupo. La chica se vistió y se fue, Jim se vistió y se fue, y todos se vistieron y se fueron. Ya en el escenario, Morrison, totalmente volado de ácido y en medio de “Five to One”, comenzó a  contar lo que había sucedido minutos antes y empezó a hablar mal de ese policía “y de todos los policías que están acá, que son una mierda, ignorantes y violentos”. A partir de ese momento, los policías que estaban haciendo un cordón de espaldas al escenario para proteger a la banda se dieron vuelta y empezaron a correr a Jim, que totalmente en pedo se entregó enseguida y con cara de loco para las cámaras, convirtiéndose así en el primer artista estadounidense detenido en medio de su show, un honor que compartiría más tarde con el genial Lenny Bruce, quien fue sacado por una docena de policías en medio de un monólogo bastante subido de tono para la época, básicamente porque hablaba pestes del gobierno y demás autoridades republicanas.

 

 

Cómo ese chico retraído y con un altísimo coeficiente intelectual llegó a involucrarse con el rock es historia conocida. Terminada su etapa en la UCLA, Jim decidió empezar a drogarse con peyote y LSD mientras escribía poemas y cepillaba a su novia a diario en una terraza abandonada que servía de refugio para estudiantes en Santa Monica. Una tarde, en Venice Beach, Jim le leía sus poemas en voz alta a alguien y sin querer lo escuchó un pianista llamado Ray Manzarek, que se interesó por esos versos y le propuso unirse a su banda. Después llegaron el baterista John Densmore y el genial guitarrista Robby Krieger, todos fans del ácido y acólitos del gurú Maharishi. El nombre del grupo está tomado de un libro de Aldous Huxley, The Doors of Perception (las puertas de la percepción). Literatura hippie muy de la época afirmaba que si uno abría las puertas de su percepción cerebral personal se encontraría con la esencia de lo que es un hombre, que es ser infinito. Bueno, hay que tener en cuenta que en esos años no existía el sida, todavía ninguno se había muerto por sobredosis y los jóvenes de la época pregonaban el amor libre, el fin de las fronteras y la abolición de la autoridad, uno de los sueños sociales más hermosos del siglo XX que quedó destrozado cuando en un concierto de los Stones en Altamont los Hell’s Angels mataron con tacos de billar a un joven negro y el clan Manson –unos hippies que vivían en comunidad– se cargó a Sharon Tate de Polanski y varios más en su casa de Beverly Hills, lo que motivó que el mismísimo John Lennon declarara “The dream is over”.

 

 

 

Pero volviendo al comienzo, The Doors debutaron en el Whisky a Go Go de Los Ángeles y poco tiempo después se convirtieron en el show principal del local. Una noche Jim empezó a recitar “Five to One”, que parece que le encendía la chiripiorca, y en medio de la canción empezó con “Padre, te quiero matar. Madre, te quiero coger”. Y ahí nomás subió el dueño y los sacó a patadas en el culo.

 

 

Curiosamente, esa noche estaba ahí Paul Rothchild, dueño de Elektra Records, que los buscó en la vereda y ahí nomás los contrató. Lo que viene después es historia conocida. Sólo algunas apreciaciones. Fui uno de los que durante muchos años pensó que Jim Morrison hubiese sido Jim Morrison con tres cualquiera atrás de él, mientras que Densmore, Manzarek y Krieger, sin Morrison adelante, hubiesen sido cualquier cosa menos celebridades. Hasta que el tiempo, que siempre acomoda todo en su lugar, nos demostró que esos tres hacían brillar hasta al más desastroso de los humanos.

 

 

 

No componían demasiado, es verdad, pero cuando estuvieron en Baires con Ian Astbury, de The Cult, el bueno de Ian por momentos parecía un semidiós. Y, por otro lado, el legado de mister M es tan grande en la historia del rock, la música más universal del siglo XX, que es inevitable que los buenos cantantes, desde Mick Jagger hasta Luca Prodan, en algún momento, en cualquier escenario, nos remitan a él. Además, si como músico adquiere la inmensidad de un universo aparte, como poeta no estará jamás en la mesa de liquidaciones.

 

 

 

Ni hablar de sus performances escénicas, ni de los miles de libros de fotos que se consumen cada vez con mayor fervor aún por seres humanos biempensantes que podrían ser sus nietos. Es uno de esos rockers que uno desearía haber visto envejecer, como tantos de sus contemporáneos a quienes hoy, siendo abuelos, los seguimos viendo como ex jóvenes persistentes.

 

 

Por algo su tumba en un cementerio de París no deja de recibir peregrinos todas las tardes. Ni sus canciones dejar de sonar en cuanta radio de música exista. Y salir de casa al mundo después de escuchar a los Doors te impregna de sensación Jim Morrison. Lo que si bien no te convierte en JM te deja la sensación JM, y siempre es mejor salir con sensación Jim Morrison que salir sin ella. Buenas tardes a todos.

 

 

 

El legado de mister M es tan grande en la historia del rock, la música más universal del siglo XX, que es inevitable que cada buen cantante, desde Mick Jagger hasta Luca Prodan, en algún momento, en cualquier escenario, nos remita a él.

 

 

 

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