Una sola familia humana, un solo destino en común
Frente a la amenaza de los cambios climáticos y la creciente depredación de recursos planetarios, resulta evidente la necesidad de una reconciliación entre el hombre y la naturaleza, definiendo los deberes y responsabilidades de los seres humanos hacia la Tierra como sistema natural de la vida.
La crisis del modelo de sociedad actual refleja otra más profunda: la del hombre en su relación con el medio natural que sustenta su existencia. Desde los principios de la Revolución Industrial, la evolución se destaca por la explotación de los recursos, la contaminación, la competencia, la dominación y la depredación humana sobre los ecosistemas naturales.
Uno de los grandes mensajes dejados por los astronautas que tuvieron el privilegio de caminar sobre la Luna surgió de la visión distante de la Tierra como un frágil punto azul flotando en el espacio.
Todos los hombres de la Misión Apolo declararon que, después de verla desde el espacio, cambiaron su forma de entender la relación hombre-Tierra. En el momento en que pudieron observar la totalidad de la circunferencia del planeta contenida en la pequeña ventanilla de una nave espacial, narraron con asombro el impacto emocional que causa ver la Tierra desde 30 mil kilómetros de distancia.
En la percepción de nuestro planeta que nos transmitieron los astronautas no hay diferencia entre la Tierra y sus habitantes, somos lo mismo y, sin duda, parte de un todo indivisible. Desde la perspectiva cósmica nos dirigimos como especie al entendimiento de la unidad esencial de las cosas, una conciencia holística o de “todo unificado” en el que nuestra responsabilidad es velar por el orden, la preservación y el mantenimiento del todo planetario.
Pensar globalmente, actuar localmente
Cualquier desarrollo civilizador debería contemplar como aspecto fundamental la responsabilidad de preservar el hábitat natural que da y mantiene la vida como actitud prioritaria de cara a las futuras generaciones.
Las tribus nativas de América del norte tomaban responsablemente sus decisiones, teniendo en cuenta a la séptima generación a partir de la que impartía el cambio. Los grupos étnicos, en general, desde los albores de su constitución como grupos societarios, propiciaron la conservación del hábitat y el manejo consciente de los recursos. Puesto a que han vivido siempre en relación y dependencia con el medio, llevan muchos años y numerosos relevos generacionales respetando a la naturaleza como un aspecto prioritario para su propia sustentabilidad y supervivencia. Nunca el hombre moderno debe olvidar el mensaje ofrecido por el gran jefe Seattle, de la tribu Dewamish, al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce cuando le dijo: “Tienen que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente. Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros.
Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia”.
Somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Es imperativo que los pueblos de la Tierra acepten su responsabilidad, los unos hacia los otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras.
Cada ser humano debe convertirse en guardián de su entorno, reconociendo todo ecosistema y cada forma de vida, independientemente de la utilidad que tenga para él. Si queremos respetar la naturaleza tenemos que encontrar, individual y colectivamente, otro estilo de vida basado en menores tasas de producción y consumo.
La pérdida de rumbo
La evolución debe ser entendida como el rumbo al caminar. Sin una referencia que permita ver con claridad hacia dónde queremos ir, no se llega muy lejos. Sin ella el camino puede conducirnos en direcciones no deseadas. En una orientación evolutiva dirigida al sostenimiento de un paradigma inverso como el actual, los destinos de la economía del sistema prevalecen por sobre la sustentabilidad ecológica a futuro.
El hombre se ha vuelto indiferente a la Tierra (y a la naturaleza) porque no la ve como su hogar sino como a un recurso a explotar. Cuando vacía el suelo, la desprecia y la abandona. Saquea la tierra de sus hijos y le es indiferente. El ser humano se ha acostumbrado a ver a la naturaleza como algo que estaba totalmente a su disposición: un almacén del cual extraer materias primas y un vertedero ilimitado donde arrojar sus residuos. Pero desde hace unas décadas, una serie de crisis ecológicas le ha demostrado que no se puede mantener por más tiempo esta actitud. Sin una perspectiva válida para todos y asumible por toda la humanidad, no existe un destino común en términos de evolución planetaria. La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros, o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la vida en el planeta. El surgimiento de una nueva conciencia global está creando nuevas oportunidades para construir un mundo basado en el objetivo futuro de producir un cambio rotundo en los paradigmas en los que se apoya la civilización actual. Debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad de preservación planetaria.
El concepto de integración universal no contempla la competencia entre el hombre y el medio que lo sustenta. El camino es de la unidad y la preservación y no de la dispersión y la depredación.
El momento es ahora
Es evidente que la sociedad actual vive en el centro de una formidable crisis de sentido ecológico y de falta de rumbo histórico en su relación con la naturaleza. El ser humano, antes que un habitante de cualquier nación, es un habitante de la Tierra. Cada ser vivo, cada insecto, ave, animal y planta representa una pieza irremplazable en el marco de un sistema interdependiente.
Todos los seres conectados entre sí forman un sistema inmenso y complejo. Las nuevas miradas de la Tierra como un sistema nos enseñan que la parte es fundamental en el correcto funcionamiento del todo. Naturalmente, todo está y existe, está donde tiene que estar. La Tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la Tierra. En última instancia, el respeto por la naturaleza es una cuestión de percepción. No podemos aprender a respetar a la naturaleza sin antes aprender a respetarnos a nosotros mismos.
Los astronautas de la Misión Apolo declararon que cambiaron su forma de entender la relación hombre- Tierra. Al verla contenida en la pequeña ventanilla de una nave espacial, narraron con asombro el impacto emocional que causa ver a nuestro planeta desde 30 mil kilómetros de distancia.