El socio del Silencio

Fue el más callado de los cuatro y, quizá, el más influyente dentro del grupo. Deliberadamente dejo que sus compañeros tomaran el centro de la escena para que nadie lo molestara, pero fue el quien les cambio la cabeza llevándolos a la India.

 

The Beatles fueron tan genialmente enormes que podíamos tener nuestro beatle favorito sin ser una fan histérica o un fan cabezudo. Me decía Ricardo Soulé un par de semanas atrás, hablando de Abbey Road: “¿Sabés qué pasa, Bobby? Eran tres solistas y un baterista ubicado. No eran una banda de garaje con mucho ensayo, eran tres solistas como Van Morrison en una banda”.

 

 

John Lennon fue el guitarrista rítmico más creativo de la historia, un poeta inigualable y un rebelde que apoyaba todas las causas perdidas que apoyaban todos los jóvenes. Paul Mc- Cartney, el bajista romántico original, baladista sensacional y yerno soñado por las madres sesentistas. Ya lo decía George Martin: Paul tenía peor carácter que John, tomaba más drogas que John y era capaz de peores cosas que John en esos tiempos, pero como tenía cara de chico bueno y sano, al que revisaban en los aeropuertos era a John. Así es que entre ellos, los Beethoven y Chaikovski del siglo pasado, aparece George Harrison, unos años menor y primer guitarrista de la banda.

 

 

Mi beatle favorito

 

 

A veces ocultaba ese rasgo de mi personalidad en reuniones de amigos y ante algunas familias de novias. Hasta bien entrado en la madurez me costó mucho confesar que yo prefería a George antes que a John y Paul. No diría que he perdido relaciones por esto, pero sé de gente que comenzaba a esquivarme en las radios y en los boliches de Belgrano.

 

 

Una vez le pregunté al divino de Juan Alberto Badía (referencia ineludible para cualquier argentino medio cuando se habla de los Beatles) si no pensaba que la memorabilia beatle sería diferente si en vez de quedar vivos Paul y Ringo los sobrevivientes fueran George y John. No me respondió. No reply. (Qué gran tema de Lennon y McCartney.) Lo que sí, en lo personal, no lo veo a John de 70 años haciendo un popurrí de baladas de Paul en escena, y no lo veo a George remozando outtakes de Revolver con Dhani. Dhani es Dhani Harrison, su hijo igual a él, que toca tan bien como él, amigo de Tom Petty como él y protegido de Dylan como él, pero que no compone como él. Anyway, Dhani está en another.

 

 

Con respecto a mi devoción por George, hoy ya es casi una obviedad que el beatle favorito para los que empezamos con los discos en los comienzos setentistas es George Harrison. Me lo explicó Pelo Aprile yendo a la casa de Luisito en Iberá. Pasa que a nosotros, los que empezamos a escuchar música con Los Beatles ya disueltos, el primero de los cuatro que nos pixeló el cerebro como solista fue Harrison. El primero que tuvo una banda en serio, pos-Beatles, fue George, el primero que tuvo un number one pos-Beatlemanía fue George Harrison, que también fue el primero en patear al fucking orden mundial organizando el primer megafestival a beneficio de Bangladesh y llevando la recaudación en persona.

 

 

 

 

Un festival inigualable con Bob Dylan, Leon Russell, Billy Preston, Badfingery su soulmate hindú, Ravi Shankar. Y también era obvio que al terminar la época beatle de sus vidas, al que más canciones le habían quedado en el cajón de la cómoda era a Little George. Además veíamos cómo John intentaba hacer de Yoko algo parecido a él, musicalmente hablando, ligero y absolutamente comprensible error de enamorado en el que persistió hasta el final de su vida. Igual que Paul, el único que vio en Linda Eastman algún talento musical, incluyéndola en sus discos de la misma manera. A ojos básicos de preadolescentes en plan de hacerse de una vida, dos pollerudos que se extrañan tanto que pusieron en sus bandas a sus mujeres. Pelotudeces que uno piensa porque es un párvulo aún sin vuelo. Pero George andaba de tumbos con las mujeres, especialmente con su novia de la época, Patty Boyd, Patty Anne Boyd, un bombón londinense que con su minifalda y su flequillo rubio se la pasaba rompiendo corazones.

 

 

Así es que ni el mismísimo mejor amigo de George, Eric Clapton, zafaría de perder la cabeza entre las piernas de Patty. Eric y George hablaron al respecto y George le dijo: “Llevátela nomás, que se vaya a tomar por culo, que le va a hacer bien a la vista (o algo así) y se acabó el problema, ahora seguí tocando”.

 

 

Tan linda era Patty que a su inspiración debemos nada menos que “Something”, de los Beatles, y “Layla”, de Clapton cuando estaba con Derek & the Dominos. Es que George Harrison era un tipo superior, desde que fue a la India, desde que se vinculó al gurú, desde que agarró una cítara. La verdadera vida de George era espiritual. Él andaba entre mantras y karmas, meditando con sus premis, dándole bola a Maharishi, aprendiendo a dominar la cítara. Desde ahí George Harrison fue otro tipo, el mejor tipo. Capaz de comprender a Patty y a Eric casándose, y tocando en memorables discos con Clapton hasta siempre. Capaz de embargar su casa y gastarse hasta el último chelín que tenía en el banco con tal de que los Monty Python pudiesen terminar de filmar La vida de Brian, según mi primo el gordo, la última biblia aparecida en la humanidad después de la original y de la del sueco Swedenborg en 1600. (La vida de Brian fue la controversia del año en Londres, con debates en la tele, marchas a favor y en contra donde se estrenara y demás exageraciones.) Capaz de agarrar a trompadas al agresor que encontró en sus jardines y lo acuchilló hasta que llegaron su esposa Olivia y los guardias del palacio, que los separaron, llevando a George al hospital desangrándose y al fan enfermo a la comisaría. Cuando salió del hospital, George lo fue a perdonar. Y capaz, también, de dejar todo unas semanas y volar a Río para ver a su adorado amigo Jackie Stewart ganar la carrera de Fórmula 1 en Jacarepaguá.

 

 

Así es que pasamos los 60 viéndolo hacerse hombre en los Beatles, en los 70 convirtiéndose en genio musical y haciendo, por fin, sus propios e inolvidables discos: All Things Must Pass, Living in the Material World y, esto es personal, Extra Texture, con la maravillosa “I Can’t Stop Thinking About You”. Comenzó los 80 escribiendo su autobiografía, la que enojó a Lennon por no haber sido nombrado y quizás por eso la muerte de John lo tiró tan para atrás hasta que hizo el maravilloso Cloud Nine, con Jeff Lynne, quien también lo acompañaría en la gran aventura/broma/supergrupo The Traveling Wilburys, con George y Jeff Lynne, ex Electric Light Orchestra, más Tom Petty, Bob Dylan y el eterno Roy Orbison, que se murió ahí nomás, cuando planeaban una gira. Para reemplazarlo llamaron a Del Shannon, el de “Runaway”, pero tuvo la mala idea de suicidarse, así que adiós sueño de ver a los Wilburys en vivo. Sin embargo, en el 91 unos shows en Japón nos dieron la última posibilidad de verlo con su banda más Clapton. Luego, algunas colaboraciones con Paul, Ringo, algunos tributos a Dylan y a su amado Carl Perkins, algunas guitarras en discos de Lynne y Tom Petty, hasta que un cáncer lo hizo despertarse de este sueño que es la vida en 2001. Sólo voy a decir en el final lo que me dijo Spinetta cuando nos cruzamos en esa semana del final de George: “Ahora el mundo es un poco más violento”. Pero a no llorar por que se murió, sino a celebrar que vivió. Buenas noches.

 

 

George fue el primero en tener una banda en serio pos-Beatles, el primero en alcanzar un number one como solista y el primero en patear el orden mundial organizando un megafestival a beneficio de Bangladesh.

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