Érica Rivas: ella y su virtuosismo
Hizo historia en la televisión argentina con su personaje de María Elena, la vecina neurótica e iracunda de Casados con hijos. Ahora regresa al cine con un papel consagratorio: la novia despechada de Relatos salvajes, la última genialidad de Damián Szifron, donde su brillo es absoluto.
Intentar condensar en una nota de determinada cantidad de páginas el pensamiento y sentir de una persona representa una gran dificultad, y hacerlo con Érica Rivas resulta un desafío aun mayor. El mismo que a ella le representa interpretar sobre el escenario las palabras de un autor con la fidelidad con la que fueron escritas. La minuciosidad con la que analiza cada proyecto en el que se embarca se puede comparar con el buen humor con el que encara una situación que, aun después de tantos años de profesión, le resulta ajena, como lo es posar para una cámara de fotos y hablar sobre ella misma frente a un grabador. Pero el mundo es como es, y ella apoya el estreno de la última película de Damián Szifrón, Relatos salvajes, en la que interpreta a una novia desquiciada, por eso hará ambas cosas al pie de la letra y sin perder la sonrisa.
–¿En qué momento, desde que se te presentó la oportunidad de este proyecto, dijiste “lo tengo que hacer”?
–Desde el primer momento que Damián me convoca, antes de leer nada, yo ya sentía que lo tenía que hacer. Desde siempre, desde la primera vez que leí algo de él, hace muchos años, me interesó. Su mundo, su mirada. Así que para mí es un regalo.
–El “desde siempre” sonó un poco a “lo sigo desde Cemento”.
–(Risas) Claro, es verdad.
–No hay dudas de que es un distinto. ¿Pero qué es lo que tiene de distinto Szifrón?
–Tiene una capacidad lúdica muy grande, tiene el juego permanentemente instalado en su cotidiano. Eso es algo sagrado. Siempre está mirando las cosas desde el lugar de la inocencia de los chicos. Cuando sos chico te proponen hacer de piloto y aunque estés en un banquito de plaza vos sos eso y jugás con todo, y los que están jugando con vos avalan esa situación y la expanden. Él es un tipo que te señala algo que no existe y que existe a través de sus ojos. Y eso que te señala tiene frescura, está vivo. No es que está haciendo creerte que está haciendo una gran cosa sino que solamente está jugando.
–Todos los personajes de la película traspasan un límite que los pone en situaciones extremas. ¿Creés que hay algo en la vida que a vos pueda sacarte tanto de tu eje?
–Me pueden sacar las cosas que le puedan pasar a gente querida, por supuesto. Pero sacarme con cosas cotidianas no. No, no, no. No lo necesito, porque para eso actúo. Descargo, exploro, me veo a mí misma, me pienso, digo “no, no está bueno”, porque eso genera otras cosas. Actuar te ayuda a verte como persona, podés pensarte en distintas posibilidades tuyas, qué harías, cómo sería esa consecuencia. Como actriz se celebra eso permanentemente. Porque yo no me quiero casar, me casé mil veces en la ficción, entonces no lo necesito. Pero me imagino que si no hubiese sido actriz me hubiese gustado casarme. Todo esto lo digo y todo esto me pasa porque soy actriz. Entonces eso me amortigua la furia (risas).
–¿Antes de aceptar un personaje, le das muchas vueltas?
–Sí. Primero tengo que tener la sensación, y no hablo de la cosa concienzuda e intelectual sino de la intuición, de que lo que el autor quiere decir yo también lo quiero decir. O no lo quiero decir; justamente estoy en contra de lo que quiere decir. Eso también es una potencia para mí, que es lo que me pasa ahora. Estoy ensayando una obra de Strindberg que siempre me incomoda, como autor me deja como una furia. Será porque fue muy misógino y hay algo que siempre me duele de eso. La obra es Ojo por ojo. La Ley del Talión, una adaptación de Acreedores. La realidad también es que no estuve haciendo mucho teatro últimamente, porque vivo lejos y me cuesta por los tiempos que me lleva (N. de la R.: aunque ella no lo confiese, está confirmado que reemplazará a Bertuccelli en Escenas de la vida conyugal para ir junto a Darín a Mar del Plata el próximo verano). Pensá que además tengo una hija, Miranda, de 13 años (N. de la R.: junto al actor Rodrigo de la Serna).
–Que con esa edad seguro te adora y quiere ir a todos lados con vos, ¿no?
–Sí, justo.(risas). Ya soy lo menos, pero bueno…
“Si sos una persona a la que le parece que es alucinante todo lo que se produce en tele y no te gusta nada de lo que te ofrecen, sos un hinchapelotas. Pero la verdad es que yo no la miro porque no me gusta, no estoy de acuerdo con los contenidos que se bajan. No creo que la gente mire eso porque le guste solamente eso.”
–¿Te tomás este momento de preadolescencia con humor o lo padecés un poco?
–Me lo tomo con humor, con dolor, con amor, como todos los padres, en todos los momentos de la vida de la persona que más amás en el mundo. Está todo junto y eso es lo más hermoso. Muchas veces la miro y me pongo a pensar en lo privilegiada que soy de estar tan cerca de una persona como ella. Padezco la adolescencia porque, como te decía, en esta edad, claro, deben destronar a los padres, nuevamente y para siempre. Esto es así, lo sé, ¡pero cómo cuesta bajarse del trono!
–En lo que respecta a la tele, ¿sos muy selectiva?
–No sé, es todo un punto de vista. Si sos una persona a la que le parece que es alucinante todo lo que se produce en tele y no te gusta nada de lo que te ofrecen, sos un hinchapelotas. Pero la verdad es que yo no la miro porque no me gusta, no estoy de acuerdo con los contenidos que se bajan. No creo que la gente mire eso porque le gusta solamente eso. Yo confío en que la gente necesita y quiere otra cosa, porque además me lo dicen en la calle. No te estoy hablando de altos contenidos intelectuales, te digo algo distinto. También pasa que uno no sabe mirar cuadros hasta que se pone a mirar cuadros. Si no te ponés a mirar un cuadro no sabés cómo es; si alguien no te explica cómo se mira, si no tenés el ojo acostumbrado, te aburre, te cansa, no lo entendés. Si todo el tiempo ves lo mismo, ves culos, tetas, peleas… Y no te estoy hablando de Shakespeare adaptado para tele. Detesto que parezca eso. Yo de verdad pienso que Casados con hijos era algo distinto y no estábamos haciendo Shakespeare. Incluso rompió con mis propios prejuicios.
–En general das pocas notas. ¿Querés darle cierto misticismo a tu trabajo de actriz y que cuando el público te vea sea siempre en personaje, o simplemente no querés que nadie te moleste?
–Las dos cosas. Primero, no me gusta mucho hablar sobre mí porque no me siento muy interesante, soy una persona normal más allá de mi trabajo. Y después siento que la proyección que la gente puede hacer sobre una actriz, cuanta más mediatización haya, es peor. Porque uno se supone que tiene que ser una cosa neutra donde la gente pueda proyectar cierto personaje. Si vos contás todo sobre vos misma, eso se tamiza, es inevitable que aparezca en la imaginería de las personas que vienen a verte. Entonces pretendo que eso no se sepa, ser una hoja en blanco.
–Se acercan los 40, ¿hay alguna inquietud que aparezca con el número redondo? ¿Algún balance de esos que la gente se hace sin saber muy bien por qué?
–No sé. Puede ser. Nunca fui admiradora de los números redondos. Quiero decir, nunca me conmovieron particularmente. Pero si te referís al peso de los años, lo siento como algo bueno, la verdad. Amé y amo a mis abuelas, a mis tías, a mis amigas más grandes que yo, a la gente que fue y es sabia y viejita. Entonces pienso que por ahí voy a amar más y también me van a querer cuando yo sea mayor, porque apunto a ser cada vez más abierta, más libre, más feliz, mejor persona, mejor mamá, mejor amiga, mejor actriz, mejor amante, etcétera. Más sabia, en resumen. Ojalá lo logre. O por lo menos creo que el intento ya es algo interesante, ¿no? Y eso te lo dan los años. Nada más. Ni nada menos.