Damián Szifrón: un director salvaje

Guionista y director de cine y televisión, creador de la serie Los Simuladores. Nacido el 9 de julio de 1975 en Ramos Mejía, su padre era amante del cine y su madre disfrutaba de realizar trucos de magia. A los 26 años batió todos los récords posibles con la serie Los Simuladores. En uno de los pocos realizadores argentinos autor y artesano a la vez: sus películas tienen identidad propia pero no dejan de lado al público en ningún momento.

 

Como en un travelling cinematográfico, entramos en un edificio de estilo francés, coqueto y clásico. Una vez transpuestos los molinetes de seguridad, al bajar las escaleras, paredes y suelo se convierten en un cemento futurista y aparece una puerta de metal. Detrás se esconde la productora-búnker, donde nos espera el director Damián Szifrón, creador de Tiempo de valientes, El fondo del mar y, ahora, Relatos salvajes, su nueva película que se estrena en Buenos Aires el 14 de agosto y arrasó en Cannes. Café de por medio, cordial y relajado, nos revela su estampa más personal.

 

 

–Los automóviles coprotagonizan tres de las seis historias de Relatos salvajes. ¿Cuál es su relación con ellos?

 

 

–Como la de cualquier mortal; no es que me gusten o me aterren específicamente. En la vida cotidiana ocasionan muchos problemas: no tener lugar para estacionar, el tránsito… Es algo que posibilita y limita. A la hora de comprar uno te neurotizás bastante; pensás: “¿Quiero tener un auto?”. Cuando lo tenés en el taller sentís durante un Tiempo que la vida es mejor; después empezás a extrañarlo. Sí me parece que es un arma, una maquinaria que nos da cierto poder, desde ocasionar mucho daño hasta comparar una posición social con otra. Moviliza ver que alguien maneja un determinado auto, más de lo que pasa con las casas, que no las ves, o la ropa, que muchas veces no reconocés si es cara o barata, o un celular, que cualquiera se puede comprar uno caro. El auto es sinónimo de estatus. Que uno de los personajes viaje con aire acondicionado en un Audi y el otro no: ahí ya hay un caldo de cultivo de injusticia y violencia.

 

 

–Al respecto, en un viejo reportaje usted decía: “Cuando en una sociedad los modelos a seguir son ganar millones y tener autos costosos, la frustración, la angustia y el resentimiento son moneda común”. Hubo un capítulo de Los simuladores sobre una empresa de celulares, que usted dijo que lo “volvían loco”.

 

 

–Es que me siguen volviendo loco esas empresas, como las de internet. Este mundo y la lógica que lo rige me resultan desesperante y siento que distorsiona nuestro comportamiento y nuestros vínculos. Es un contexto tan antinatural que nos obliga a hacer cosas que no nos surgen naturalmente, como despertarse temprano; que la lógica sea que cuando vos necesitás seguir durmiendo suene un ruido siniestro y te tengas que levantar de la cama a hacer algo. Yo me imagino perfectamente un mundo donde eso no es así; donde cada uno se levanta cuando se levanta.

 

 

–Es que en esta sociedad hay que producir.

 

 

–Claro, pero ¿para quién? No se te permite tener tu propia mirada sobre eso. Ni hablar de los sistemas de tránsito, el pago de cuentas, la declaración jurada. Yo paso gran cantidad de horas haciendo realmente lo que amo. Ahora, también hay momentos que me vuelven loco: cuando me veo juntando papeles, facturas, durante todo un año, en una caja, que el IVA sí, que el IVA no, después un contador… Me parece todo un mecanismo incómodo, ridículo, que beneficia a muy pocos en relación a todos los que contribuyen. Uno quisiera creer que no, que en el fondo es lo que permite que este mundo sea así. Lo que pasa es que a mí no me gusta cómo es este mundo. Yo lo haría de otra manera, priorizaría otras necesidades. Yo tengo ahora una hija chiquita y me parece una barbaridad tener que despertarla a las 7 de la mañana.

 

 

“Cuando termino un guión consulto a gente diversa que creo que me va a dar una opinión honesta para bien y para mal: hay gente que adula por demás y otra que es más severa críticamente de lo que realmente piensa.”

 

 

–¿No lo despierta ella a usted?

 

 

–No, ¡ella seguiría durmiendo hasta el mediodía! Ahora es más grande, pero cuando los chicos son bebés, yo eso lo elijo: tengo una hija, quiero educarla bien, no sentís otra cosa que un enorme caudal de amor; la protección de un nuevo ser es algo que yo decido, y seguiría apostando a eso aunque sufra por no poder dormir durante ese tiempo. Ahora, desde que soy chico yo me acuerdo que el despertador me parece una barbaridad, una locura. Venía mi mamá a despertarme y yo decía “¡No! ¿Por qué? ¡Por Dios!”. Me generaba violencia eso. Es algo de la vida cotidiana que está totalmente incorporado y no se lo cuestiona mucho, no escuchás que haya mucho cuestionamiento en torno a eso. Me parece un horror.

 

 

–¿Cómo hace para sobrevivir a todos los estímulos cotidianos?

 

 

–Yo recibo muchas quejas por no atender el teléfono o no llamar; así como te digo del despertador, está el celular: que te puedan ubicar todo el tiempo de tu vida y que esté establecido que tengas que estar ubicable es una locura. Yo tengo uno de los antiguos, porque los pierdo, los rompo, se me caen, se me mojan, y además no me gusta tener un teléfono todo el día. El e-mail lo uso, es más cómodo. Pero también se te acumulan e-mails sin respuesta; mi casilla es un desastre. Hay un punto en que vivís para responder e-mails; invitaciones acá, allá, una nota acá... No quiero ser descortés pero hay momentos donde me enoja la cantidad de cosas que tengo que hacer; aunque me produzcan orgullo o alegría, te insumen un montón de tiempo. Escribo muchísimo de noche, a la hora en que podés no estar ubicable, hasta las 6 de la mañana. Me gusta acostarme tarde, despertarme tarde, desayunar al mediodía, y la mejor hora es cuando cae el sol. La hora de máxima lucidez es esa. A la mañana trato de no agendarme muchas cosas. Igual con María, mi mujer, nos despertamos y vestimos juntos a mi hija, que me puso en caja con los horarios porque me quiero ocupar de ella. María se ocupa más de los cumpleaños, de ir a buscarla; esa es claramente un área en la que no puedo esgrimir ninguna autoridad. Pero porque a ella le gusta encontrarse con gente, hablar, es muchísimo más social que yo, que soy de naturaleza más aislada, soy más reacio.

 

 

“Paso gran cantidad de horas haciendo realmente lo que amo. Ahora, también hay momentos que me vuelven loco: cuando me veo juntando papeles, facturas, durante todo un año, en una caja, que el IVA sí, que el IVA no, después un contador… Me parece todo un mecanismo incómodo.”

 

 

 

–Con su padre usted veía mucho cine. ¿Con su hija hace lo mismo?

 

 

–Por supuesto. Desde muy chica tiene acceso a las grandes películas, tiene mucha curiosidad. Le atrae todo, quiere ver todo, las que veo yo son las que más ganas le dan de ver; las infantiles le gustan, pero también le gustan mucho otras. Vio de forma muy temprana Gremlins, a los 3 años vio la cajita y me dijo: “Papi, ¿qué es esto?”. En las partes de horror se asusta y se abraza, entonces las interrumpo, le explico, pero gracias a Dios le puedo decir cuáles son las mejores cosas para que vea, en lugar de todo el torrente de estupidez que sale de la televisión a cualquier hora del día. Igual es muy poco lo que puedo evitar, me encantaría que no viera ciertas cosas, pero no le podés prohibir algo que ven sus amigos, prefiero al revés, que lo vea y que ella después decida. De todas maneras, tiene muy buen gusto; la persona que más admiro en el mundo en este momento es mi hija. La filmamos bastante, sobre todo mi mujer, que tiene cámara en el teléfono.

 

 

 

–Hablando de su mujer, dijo que la consultaba a la hora de escribir.

 

 

–Cuando termino un guión consulto a gente diversa que creo que me va a dar una opinión honesta para bien y para mal: hay gente que adula por demás y otra que es más severa críticamente de lo que realmente piensa. Entre los que me generan mucha confianza está María, que está empezando a desarrollar sus propias obras, estudió dramaturgia, y me hace observaciones muy agudas. Me complementa.

 

 

 

–Están por tener otro hijo.

 

 

–Sí, mi nena tiene cinco años y estoy por tener otra dentro de dos semanas (a mediados de julio).

 

 

–¿Cómo se va a llamar?

 

 

–No sé todavía, tengo algunas posibilidades, pero no para publicar. Te puedo decir que me gusta un nombre corto, tiene que ver con una película clásica que era la favorita de un ex profesor mío de cine.

 

 

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