Ninguna cabeza hueca

Debutaron como teloneros de los Ramones en un bar de borrachos y terminaron volándole el coco a todo el mundo con su música, una especie de punk dadaísta sin ninguna pose intelectual salvo el horror por el lugar común.

 

Sabíamos quiénes eran porque sabíamos que existía el CBGB, donde Ramones, Patti Smith y Television ya abrían la puerta del punk neoyorquino, que empezaba a emparejar al londinense. En Buenos Aires andábamos por Serú Girán, Spinetta Jade y el jazz rock; los modernos de la época curtían Queen, Dire Straits y lo que empezaba a ser la decadencia de la disco music. Un embole.

 

 

Recuerdo bien que lo más novedoso eran la escena londinense, el reggae y Nueva York, como siempre. Algunos comenzaban a hablar de unos de Melbourne que se llamaban AC/DC, que tocaban más rápido que los punks, pero ciertamente eran pocos los que habían escuchado bien todo eso.

 

 

Ahí es que se supo de los Talking Heads básicamente porque debutaron abriendo los shows de los Ramones en la legendaria borrachería CBGB, en el Bowery neoyorkino, la zona de licorerías baratas de Manhattan donde tocaban todas las bandas punk de la época además de Blondie y algunos músicos country.

 

 

Chris Frantz, baterista de la banda y esposo de la bajista, Tina Weymouth, cuenta el inicio. Una tarde de 1974, Chris, parroquiano de CBGB y fan de Ramones –a quienes iba a ver fascinado principalmente porque en pleno show se equivocaban y no les importaba, actitud muy punk que a Chris le parecía un hecho artístico sin parangón–, se reúne con Hilly Kristal, uno de los dueños del tugurio, para comentarle que tiene una banda y que le gustaría tocar en una noche ramonera. Hilly obviamente le dice que no hay problema y listo.

 

 

Esa noche alguien, alguno (en esos lugares siempre es alguien o alguno el que hace algo trascendente y nunca hay un nombre o algo que identifique) le pregunta a Johnny Ramone si le parecía bien que una banda llamada The Artistics (el primer nombre que tuvo la banda, cuando eran un trío) abriera su show, y Johnny responde: “¡Sí! Van a dar asco, pero no hay problema con que abran nuestro show”. Y listo, así empezaba una carrera en los 70.

 

 

Desde esa noche del 74 hasta Fear of Music, su tercer disco, pasaron seisaños, dos discos, varias giras, un ramalazode popularidad con su versiónde “Take Me to the River”, de Al Green,de su segundo disco, More Songs About Buildings and Food, la llegada en el 77 del cuarto miembro, Jerry Harrison,que era guitarrista de los Modern Lovers,y la sociedad artística con el inoxidableBrian Eno, quien quedó maravillado ante este cuarteto.

 

 

Okey, amigados en la escuela de arte de Rhode Island, David Byrne, Chris Frantz y Tina Weymouth deciden armar una banda de rock. Un tiempo después reclutan a Jerry, se cambian el nombre a Talking Heads (en los Estados Unidos los “talking heads” son los presentadores del noticiero, esas cabezas parlantes sin cuerpo que dicen las noticias) y seducen a todos con su aspecto de oficinistas en plan after hour y su música, que era básicamente punk pero no renegaba de los ritmos de la disco music, algo que se tornaba irresistible para todos los colocados que se juntaban en el CBGB.

 

 

Obviamente en Baires los dos primeros discos de Talking Heads brillaron pero por su ausencia. No así Fear of Music, que salió y voló pelucas no bien empezó a sonar en los pubs y en los pocos programas de música de verdad que había en la radio.

 

 

MODERNO SE NACE, NO SE HACE

 

 

¿Qué demostraba la aparición de un disco así es esos años? Pues bien, primero, que la new wave no era una pelotudez más como el jazz rock o el funk espacial.

 

 

Segundo, que para ser moderno no hacía falta delinearse los ojos, pararse los pelos con jabón para la ropa y clavarse un alfiler de gancho en la oreja, no, señor, moderno se nace, no se hace. Y tercero, que en 1979 esto se baila, amigos. Llegó la hora de divertirse sin las absurdas coreografías de la disco ni la necesidad de sentirse un boludo banal y trivial como Travolta en Fiebre de sábado por la noche.

 

 

Aún hoy, entre los iniciados, este es el mejor disco de Talking Heads, el que los puso arriba de todo sin calmarles los nervios ni el concepto. Música dadaísta si se quiere, no básica, con notoria influencia del arte pop desde Lichtenstein hasta Velvet Underground. Sin pose intelectual, apenas un desprecio absoluto hacia el lugar común.

 

 

Para destacar la influencia de Talking Heads en todo lo que vino después vale la pena recordar que Radiohead, la banda más respetada de los últimos años, toma su nombre de una canción de ellos. Y apenas unos años después de Fear of Music, Simply Red incluye en su genial disco debut un cover de la no menos genial “Heaven”, una de las mejores baladas escritas por Byrne.

 

 

Es que Fear of Music es una exageración de talento, buen gusto y neurosis ciudadana, desde la rítmica hasta la temática de su poesía. Musicalmente impecable, un dechado de rabiosa armonía contenida por la inigualable producción de Eno. Desde el comienzo, con el afro “I Zimbra”, una canción que se bailó hasta la fatiga muscular en esas noches ochentosas que terminaban cuando empezaba la noche siguiente, con una línea de percusión sencillamente devastadora aportada por cuatro o cinco africanos locos y la guitarra de Robert Fripp. Dios, ¡eso era comenzar un disco! Después llegan “Mind”, “Paper” y “Cities”, tres canciones contundentes con letras mínimas que hablan de mentes urbanas confundidas y nobles. Antesala para el primer gran hit propio de la banda, “Life During Wartime”, convertido en un himno de la época gracias a ese estribillo irresistible que decía: “This ain’t no party, this ain’t no disco, this ain’t no foolin’ around. This ain’t the Mudd Club or CBGB, I ain’t got time for that now” (“Esto no es una fiesta, no es una disco, no es boludear.

 

 

Esto no es el Mudd Club ni CBGB, no tengo tiempo para eso ahora”). Claro, estaban en guerra. Después llegaría, entre otras buenísimas, “Heaven”, que tiempo después en manos del colorado Mick Hucknall adquiere hasta dramatismo, y el final impresionante de “Drugs”, compuesta por Byrne y Eno, aún ahora inexplicable.

 

 

De ahí en más había un estado de ánimo talking heads: uno estaba bien, mal, cansado, agobiado, arruinado, colocado o estaba medio talking heads. Era un estado, digamos, con los nervios de punta pero relajado. Esa era la percepción que uno tenía de los Talking Heads, y en este disco entendimos todo.

 

 

 

Ya desde la tapa, negra, boba, totalmente estándar, hasta el último de los acordes de cualquiera de las canciones. La tapa la había diseñado uno de ellos, creo que Jerry, y el concepto del disco era una reseña de esas cuatro personalidades histéricamente sensibles.

 

 

Obviamente, después de los Talking Heads no había continuidad en la vida de nadie. Uno era uno antes de ellos y otro después de ellos, no era mejor o peor, más lindo o más feo, con más o menos onda, sencillamente uno era distinto después de un disco de ellos, algo que supongo les pasaría a ellos mismos.

 

 

 

El tiempo hizo de las suyas, los Heads se separaron, nunca volvieron a juntarse en público aunque me dijeron que cada tanto se dan el gusto, no los incluyeron en el Hall Of Fame, no son ciudadanos ilustres  de ninguna ciudad y no se pelearon jamás en público. Por eso, además de los discos, es que los adoro. Un beso grande, ¿sí? Nos vemos.

 

 

Johnny Ramone aceptó que abrieran su show diciendo: “van a dar asco, pero no hay problema”. así era como comenzaba una carrera en los 70.

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