Los besos de los fantasmas
Estamos tan recontracomunicados que ya no distinguimos entre lo que nos interesa y lo que no: deglutimos toda la información que nos llega a través de los montones de aparatos (y sus interminables aplicaciones) que adornan nuestras vidas.
Los besos que se mandan por carta, Milena, se los comen los fantasmas por el camino”, le escribió Franz Kafka a su amada allá lejos y hace tiempo. La frase –de una exquisitez inusual– nos acompañó durante años alentando las mentes fervorosas del amor, la nostalgia, la imaginación. Más romántico, imposible.
El misterio, ese ingrediente que no sólo pertenece al universo del thriller, nos dejaba la cabeza hecha un zepelín inflamado de pasión, del deseo de que los besos escaparan al rapto y llegaran intactos al destinatario. La sugerencia de lo imaginado, los bordes fantasmáticos del significado de esos “besos comidos por fantasmas”, podía dejarnos sin respiración. Hablamos en pasado, claro, porque en 2014 nada parece más ajeno a ese mundo tejido con la misma sustancia de los sueños que amaban Shakespeare y Kafka que los datos abrumadores que nos acercan –literalmente– la tecnología y sus abrumadoras herramientas.
Todo es tan comunicable, estamos tan pero tan comunicados, que ya nos da un poco de asquito no poder imaginarnos casi nada. El trasero de Wanda Nara, protagonista de la novela botinera icardiana, se nos aparece a cada instante, en tiempo y espacio real, gracias a Twitter o Instagram, tapando los resquicios de la ensoñación. La cabecita redonda y perfecta del niño de San Lorenzo recién nacido, ídem. Los insultos y desvelos de y para la pobre Niña Loly, traicionada por el señor Rial, nos preocupan sobremanera en el correr de los trabajos y los días.
Todo está tuiteado y retuiteado mil veces. Y el pescado sin vender. ¿Habrá boda en el mediano plazo en el Alvear para algunos personajes tapados por excesos de oro y corruptela? No desesperemos, que Twitter pronto nos lo dirá. ¿Aumentarán quizá las lolas y la cola de la señorita griega que suele trastabillar en escena y ríe sin parar no sabemos de qué? Ya tendremos una selfie (atención : el que no tenga una selfie ¡está completamente out!) en breve tiempo. Y que nadie se asombre, al fin y al cabo, el mismísimo Obama suele selfiarse. Las princesas españolas instagramean, y el que no instagrameó en la despedida a Gabo, perdió.
¿Conectar o comunicar?
Los nuevos verbos de este siglo están ligados al avance tecnológico que, claro, bienvenido sea. La cuestión es estar conectado. Enlazar entre sí aparatos o sistemas de forma que entre ellos pueda fluir algo material o inmaterial, como agua, energía, señales. Y si estamos online las 24 horas del día, mejor. La oferta de herramientas tecno-cibernética crece con velocidad parecida a la de la luz. Entrar en el kiosco del diario más importante de España es casi una aventura del conocimiento.
Por dar un ejemplo, ahí están al alcance de toda persona alfabetizada con alto poder adquisitivo las siguientes propuestas: iPad, tableta Android, teléfono móvil, Android y Windows 8. Y ni que hablar de participar de una reunión con chicas. La que no es it girl con seguidores en todas las redes sociales no existe. Hiba Abouk, por caso, protagonista de la serie hispana El príncipe, o la rusa Kseniya Sobchak, del universo Putin, que “pasa” del conflicto ruso/ucranio, son algunos de los íconos que pueden verse a repetición en parties donde cada una de estas muñecas lleva su tableta Android y juega, solita y sola, a lo que se le ocurra. (Pocos seguidores para la nativa Calu Rivero, una pena.) No se comparte lo que cada una hace con su tablet. Porque eso, claro, iría un paso más allá de estar conectado.
Quizás, en una sutil diferencia, sería tratar de utilizar el verbo comunicarse, que incluye en una de sus acepciones hacer partícipe a otro de lo que uno tiene, o lisa y llanamente, conversar, que ya sería mucho pedir. Con seguridad las it girls serán candidatas a comprarse en 2014 todo lo que el mercado ofrece en materia de accesorios: las consultoras mundiales anticipan que este año se venderán en el planeta diez millones de anteojos, relojes y pulseras conectados a internet. Se anticipa que los anteojos o gafas llegarán a cuatro millones de unidades este año y junto a las pulseras y relojes facturarán un total de tres mil millones de dólares. Google anunció un acuerdo con la compañía italiana Luxottica, que fabrica las gafas para Ray-Ban, Oakley, Vogue Eyewear y Arnette, para que amplíe el catálogo de monturas para los Google Glass. Algunas consultoras consideran que sólo las pulseras y los relojes inteligentes sobrepasarán este año los 17 millones de unidades para acercarse a los 45 millones en 2017.
Como explican buena parte de los especialistas, para muchos fabricantes estos accesorios son un peaje obligado porque el crecimiento de las ventas de smartphones se estanca. (Atención, adictos a smartphonear: deben empezar a acostumbrarse a la idea de googleglassear.) No obstante las altas cifras proyectadas para 2014, hay quienes opinan que será un año de ensayo y error para convencer al consumidor de que la tecnología wearable (accesorios) es algo necesario y no algo que simplemente está bien tener.
En la categoría de mensajería instantánea está ubicado a la cabeza el whatsappeo, un muy buen negocio de Facebook, aunque dicen los que saben, medio en broma y medio en serio, que está empezando a provocar el síntoma de whatsappitis, esto es, dolores en los dedos por exceso adictivo.
En tren de evitar todo tipo de trastorno físico y psíquico, algunos países como Francia han entrado en la variante de reglamentar el uso de los móviles y computadoras para que los usuarios con cargo ejecutivo full time dentro de las empresas, verdaderos esclavos del sistema, puedan respirar un poco más tranquilos. Existe un proyecto por el cual quienes desempeñan cargos de responsabilidad empresarial deberán apagar obligatoriamente durante once horas diarias los móviles y computadoras que los conectan con la oficina. Este tiempo obligado de reposo, al parecer, obedece a un dato un tanto estremecedor: sólo en el primer trimestre de este año se ha producido una decena de suicidios en Orange (antes France Telecom). No caigamos en el abismo de la desesperación: siempre aparecen soluciones que provienen de la tecnología, precisamente. Para que todo el mundo pueda tomar la pastillita de la felicidad “prozaica” sin caer en abismos terminales, una firma, casualmente francesa, presentó en Las Vegas a la madre electrónica de todos los objetos conectados a internet para controlar los quehaceres diarios: cepillado de dientes, regado de plantas y toma de medicamentos. Se parece a una muñeca rusa de unos 16 centímetros de alto, una verdadera matrioshka que, una vez conectada a la red del domicilio, permite administrar hasta 24 objetos gracias a pequeños censores llamados cookies, sensibles al movimiento o a la temperatura. Los cookies transmiten una señal para indicar, por ejemplo, si alguien olvidó tomar un medicamento. “¡Perfecto! ¡Adiós suicidios, gracias a la mother nadie olvidará tomar su prozac!”, diría Woody Allen.
Por su parte, el sociólogo y antropólogo francés Marc Augé ha publicado por estos días El antropólogo y el mundo global. Augé es uno de los mejores analistas de lo que él mismo ha llamado “sobremodernidad”, caracterizada por el exceso de tiempo, de velocidad, de movimientos y de consumo. Mejores máquinas, dice Augé, no producen, necesariamente, mejores personas. Y agrega: “Gracias a internet cunde la impresión de que se puede tener todo al alcance de la mano. Yo creo, por el contrario, que es la base de una desigualdad profunda entre los que pueden participar gracias a su educación y su situación económica, y los excluidos. Y en esto, digo yo, no se equivoca para nada.
En Francia quieren reglamentarles el uso de móviles y computadoras a los ejecutivos full time, verdaderos esclavos del sistema. Existe un proyecto de ley por el cual los altos cargos deberán apagar obligatoriamente los móviles y computadoras que los conectan con la oficina durante once horas diarias.