La princesa del Adriático
Croacia se convirtió en uno de los grandes destinos turísticos de Europa porque combina la magia de las ciudades medievales con la diversión en playas magníficas. La bella Dubrovnik es una síntesis perfecta y aquí te contamos por qué.
El viaje desde Estambul es bueno y la escala que impone la aerolínea alemana es un oasis. El auto te espera al arribar al aeropuerto y, no bien salís a la ruta, ves un cielo imposiblemente azul, la cornisa que planea sobre el mar increíblemente verde y, antes de ver más, entendés que estás en un lugar privilegiado. Ni las sucesivas conquistas ni la reciente y cruenta guerra pudieron hacer mella en la belleza casi sobrenatural de este sitio. El auto sigue su camino y, luego de girar en una de las tantas curvas, aparece la ciudadela. Es la primera aproximación a esa maravilla, casi la adivinás, pero sus techos rojos, las murallas incólumes, las perfectas construcciones de nobilísima piedra ya te conmovieron. Así se enamora uno.
La ciudad antigua
Escapando del ataque eslavo, los romanos que habitaban la zona en el siglo XII huyeron hacia una península rocosa, Ragusa, y dieron nacimiento a la ciudad que más tarde llamarían Dubrovnik.
Ella nace, orgullosa de sí misma, como una ciudad-Estado. Ese aire de nobleza se mantiene hasta hoy. El casco antiguo, al cual se ingresa por una típica puerta medieval con puente y foso, te enmudece por su belleza.
Accedés al conjunto arquitectónico por una gran calle asfaltada de adoquines de mármol en cuya superficie podrías reflejarte. En su interior, plagado de restaurantes y boutiques à la page, se destacan como puntos fundamentales la catedral franciscana, la dominica y, sobre todo, la hermosa catedral de la Asunción de la Virgen. La ciudadela ofrece panorámicas a cada paso, ya que se extiende sobre una superficie irregular que hace que uno suba y baje escaleras que permiten ver diferentes perspectivas de ella misma. Al recorrer las murallas aparecen también inconmensurables vistas del Adriático. Los muy chic cafés Buza y Buza I, montados sobre las rocas, plagados de bellos personajes y a los que se accede por unas puertashueco, te permiten disfrutar de un champagne o un Campari mientras entrás y salís del agua simplemente zambulléndote desde tu mesa.
Lapad, la recreación y las playas
La ciudad ha ido extendiéndose paulatinamente hacia occidente, creando un centro turístico que se prolonga, sin dejar de orillar la costa, en su zona nueva y relajada, Lapad. En esta parte se encuentran los mejores hoteles, los complejos turísticos sofisticados y también algunos de los más románticos restaurantes. Las playas, siempre rocosas, son impolutas, deslumbrantes; las sombrillas azules y blancas van marcando los puntos de reunión. La playa de Copacabana es un must.
Si querés completar una jornada impecable, reservá con tiempo en el acogedor restaurante Levanat, ubicado en una arbolada bahía frente al mar. Y antes de partir recorré los senderos escondidos y misteriosos de la deshabitada isla de Lokrum, omnipresente en su visión desde cualquier punto de la ciudad, y despedite de esta escenografía diciendo adiós al atardecer desde allí.