Al final todo termina bien
Diego Erlan comprueba que el amor no destroza a nadie. David Markson escribe una novela notable sin protagonista, trama ni escenario. Y Alessandro Baricco cuenta historias de desconocidos que se cruzan casi sin verse. Los tres tienen poco en común, sin embargo los hermana la esperanza.
"Quiero acordarme”. El protagonista de El amor nos destrozará lo repite una y otra vez. Quiere acordarse, pero la imagen cambia. Sobre todo el recuerdo de su hermana adolescente, fallecida en circunstancias poco claras cuando él todavía era un chico.
Y de algo se acuerda: del fin de la niñez, de la entrada a la adolescencia, de su tímido ingreso a la vida adulta, tan repleta de incertezas. Con mucho guiño generacional para los nacidos a finales de los 70 y principios de los 80, Diego Erlan pone a la música en el centro de la escena, empezando por un cassette en el que se repite en loop y de manera algo obsesiva un único tema de Joy Division, “Love Will Tear Us Apart”, el preferido de la hermana que ya no está, y el que le da nombre a la novela. Pero el amor, finalmente, no destroza.
Y la música, a pesar de lo anunciado, resulta salvadora. Al mejor estilo de Nick Hornby en Alta fidelidad, Erlan sigue la educación sentimental de su protagonista a través de bandas y canciones que a duras penas logran atravesar los parlantes de un reproductor desvencijado desde una terraza porteña, en cassettes rebobinados a fuerza de biromes y giros de muñeca (para no gastar las pilas). Una historia de iniciación en la que los adultos y las relaciones familiares son el universo cerrado del que hay que huir, especialmente de una madre que lo hace cómplice de sus miserias en una vida sin horizontes hecha de envidias de consorcio. Y a fuerza de nuevas amistades, artes de tapa fotocopiados y un espíritu coleccionista tan torpe como frustrado, el chico crece. Y a medida que la novela avanza, nosotros también recordamos: los primeros amigos y amores (y nuestros viejos temores) revisitados con la garganta anudada como en cada final de Toy Story, con esa mueca algo triste y esperanzada de sabernos más grandes, testigos mudos de nosotros mismos. Hasta que, sin esperarlo, vuelven a sonar los acordes de ese tema que supimos escuchar hasta el cansancio y entonces, no tan distintos, le sonreímos, cómplices, a ese otro que fuimos.
No parece, pero es
A veces basta con un muerto, un asesino, un policía: buenos ingredientes iniciales para una novela. Pero como su nombre lo indica, Esto no es una novela, del norteamericano David Markson, es un libro distinto. Sin trama, sin protagonista, sin escenario, sin tiempo. Una colección de datos, citas y anécdotas de personajes famosos que, puestos en perspectiva, van sembrando pequeñas pistas como estas: “William Blake vivía y se vestía con una mugre inconcebible, y no se bañaba casi nunca.
La piel del señor
Blake no mancha, aportó su esposa Catherine”; “El pequeño Marcel, solían llamarlo a Proust. Toda su vida”; “¡Hijo mío, piensa en el futuro! Con genio, uno puede morir. Con dinero, uno puede comer”, dijo el padre de Cézanne”; “Señor Coleridge, no llore. Si el opio realmente le hace bien, y debe consumirlo, ¿por qué no va y lo consigue?”, preguntó la madre de Wilkie Collins; “Esta mañana caminé hasta el lugar donde los barrenderos tiran la basura. Dios mío, fue hermoso”, dice una carta de Van Gogh; “Voy a beber hasta morir, hizo saber Modigliani. Pero murió de meningitis tuberculosa”. Reflexiones sobre la finitud, el absurdo, el amor, la inclemencia de la enfermedad, la vanidad, las bajezas. Y la necesaria esperanza que encierra cada muerte, con toda su vida a cuestas.
La vida es bella
El italiano Alessandro Baricco lo hizo de nuevo. Su nouvelle Tres veces al amanecer se lee de un tirón y deja a quien lo intente en “estado de belleza”. En cada una de las historias se encuentran dos desconocidos, un hombre y una mujer, siempre en el vestíbulo de un hotel y poco antes de que amanezca. Un anciano portero de noche que en su intento por convencer a una adolescente de que abandone a su novio –un muchachito que la trata con más violencia que encanto– le promete que, si lo hace, le contará sobre aquella vez que mató a un hombre. Una mujer que dudosamente esté alojada en el hotel en el que pretende tener un cuarto y un hombre que, sin segundas intenciones, le abre la puerta del suyo. Y, finalmente, una mujer policía a punto de retirarse que decide subir a su auto a un adolescente que presenció la muerte de sus padres y quedó bajo su custodia, y encara la ruta sin más autorización oficial que su propio impulso, con tal de que el chico encuentre algún consuelo cerca del mar. Cada encuentro es único, el primero y el último. Igual de esperanzador, como toda redención.