Darío Sztanjnszrajber, el ídolo menos pensado
No toca la guitarra eléctrica, no hace goles ni protagoniza telenovelas, pero es una de las estrellas de la tele, a la cual, gracias a é l, ya nadie puede llamar caja boba. Sócrates se moriría de envidia si pudiera ver a este filósofo hablando del amor o la verdad ante miles de personas.
No resulta necesario sostener una conversación demasiado extensa con Darío Sztajnszrajber para confirmar que es tal cual como lo vemos en la tele. Habla con tal claridad que invita a concentrarnos, con ritmo y pausas que evidencian que lleva la docencia en la sangre. Tiene un programa de radio, un espectáculo al que denominó Desencajados y conduce dos programas en Canal Encuentro con el mismo fervor con el que dicta la materia Sociedad y Estado en el CBC. Un filósofo que no intimida, que piensa en voz alta y es de lo más accesible.
–¿La filosofía lo hizo ser más sabio?
–No, todo lo contrario. Yo hice el camino que se supone que hace cualquiera que estudia Filosofía. Nietzsche decía que la búsqueda del sentido es siempre una búsqueda de seguridad. Cuando queremos entender algo, lo que buscamos es tranquilizarnos. Porque, en general, cuando uno se pregunta sobre el sentido de las cosas, la primera respuesta que aparece es que es difícil encontrarle un sentido. Toda nuestra realidad flota sobre un sin sentido originario tremendo, que es que todo cambia, todo se va, que nacemos para morir. Es muy difícil concentrarse y poder estar estable ante la inestabilidad de las cosas.
–¿Toda la teoría que posee lo hace ser mejor amigo, amar más?
–En parte sí y en parte no. Hay una parte mía que está maridada con lo que hago. Y hay otra que entiende a la filosofía como un trabajo. No puedo estar atravesado un 100 por ciento por la filosofía porque sería imposible. Como profesor puedo explicar la teoría de Aristóteles, la de la amistad para él, la de la política. Pero no por eso me considero un aristotélico. Sin embargo, hay filosofías que me interpelan mejor. En general, un buen filósofo no tiene propuestas para cambiar la realidad. Tiene propuestas para descentrar lo que en la vida diaria entendemos como una vida mejor. Te va mostrando que lo que te venden como vida mejor lo cubren otros intereses y entonces es difícil que uno viva su vida filosóficamente porque te termina arrojando al abismo.
–¿Qué le gusta hacer para distraerse?
–Me encanta el fútbol. Soy hincha del mejor equipo del mundo: Estudiantes de La Plata. Me gusta mucho el fútbol y es un buen compensatorio. También me gusta andar en bici. Voy por la ciudad y la bicicleta me da cuerpo, me saca un poco de tanta cabeza, ando en bicicleta y no pienso. Me gusta mucho la televisión. Veo mucha, y no sólo Canal Encuentro, que es donde están mis programas. Veo de todo, hasta los programas más pavos, y no necesariamente con la idea de “mirá la estupidez que hay acá”, sino de dejarme llevar. Me encanta el programa de Fantino, el de fútbol. Y no estoy pensando en ese momento acerca de la mercantilización del fútbol profesional sino que me engancho con los debates entre los panelistas.
“En la medida que explicás a los grandes filósofos, pero puestos en situaciones cotidianas para hablar de la amistad, el amor, la muerte y la felicidad, el tema no puede no apasionar”.
–¿Qué piensa de la televisión argentina?
–Está en un proceso de transformación importante. Más allá de la nuestra, la televisión está en un momento en el cual la vieja idea del aparato que une a la familia en el living ya ha dado unos cuantos saltos. Hoy hablamos de una “trans-media” donde se pueden ver los programas por YouTube o por el celular. Posibilita formas de expresión muy importantes. Por ejemplo, los contenidos que trabaja Canal Encuentro que vienen del mundo de la academia resultan más que interesantes para idear formatos creativos. No hay que olvidar que es el canal del Ministerio de Educación y ha dado una de las políticas culturales más importantes de transformación. Eso me parece que marca todo un hito.
–¿Era su objetivo llevar la filosofía a los medios de comunicación?
–Sí, era mi deseo que la filosofía trascendiera de los límites en los que se encuentra tradicionalmente. Siempre encaré el trabajo docente desde un lugar no convencional. Vi que la filosofía garpaba, a los pibes les encantaba y dependía mucho de cómo entrarles. La filosofía se hacía en la calle. Sócrates daba clase caminando Atenas, hoy podría tener un programa de televisión. Cuando me di cuenta en el aula de que la filosofía tenía esta llegada, pensé “Qué raro que no le guste a más gente”. En la medida que explicás a los grandes filósofos, pero puestos en situaciones cotidianas para hablar de la amistad, el amor, la muerte y la felicidad, el tema no puede no apasionar. A la filosofía le entrás desde lo emotivo o le sos totalmente indiferente.
–Hablar de medios de comunicación remite a la tecnología. En esta era digitalizada, ¿qué pasa con las relaciones humanas presenciales?
–Con la informática los vínculos sociales ni mejoraron ni empeoraron: cambiaron. No es lo mismo la amistad hoy, cuando Facebook hace de la palabra “amigo” lo que ha hecho. Facebook ni mató la amistad ni la ayudó a florecer, sino que la transformó. Y aquel que se coloca en un lugar donde dice: “Mirá a estos chicos que se creen que tienen amigos cuando en realidad tienen contactos de Facebook” es porque está atado a un paradigma de la amistad que es de otra época.
–¿Tiene hijos?
–Sí, tengo tres hijos. Tengo una nena que va a cumplir 16, uno de ocho y otro de dos.
–¿Y cómo les explicó que es filósofo?
–Cuesta explicarles. Ahora la nena es grande y le encantan la filosofía y la militancia. Mis hijos me identifican más como profesor. Creo que la filosofía y la docencia son disciplinas que se pegan mucho. Todo docente hace filosofía a su manera aunque dé clases de Biología. Y les di la respuesta que le doy siempre a cualquier chico, en ese sentido no diferencié que eran mis hijos. Son aquellos que nos hacemos preguntas existenciales y nos preocupa dirimir eso: si existe Dios, qué es la muerte, por qué la gente ama. Y en general se te quedan medio extrañados y te toman más como un sabio.
“Sócrates daba clase caminando por Atenas, hoy podría tener un programa de televisión. Cuando me di cuenta de que la filosofía tenía esta llegada, pensé que era raro que no le gustara a más gente”.
–Su hermano se dedica al periodismo policial, usted al ámbito académico pero también trabajando en los medios. ¿Cómo son los encuentros familiares?
–No sé (risas). Somos paradigmas muy distintos también. Tenemos muchos encuentros familiares pero los temas de nuestra vida pública no son los que charlamos. Quizá sale alguno, pero no es el eje. Nos reímos mucho. Con mi hermano, Mauro, tenemos una relación de mucho diálogo, de preguntarnos y de pedirnos consejos. Por ahí sale alguna propuesta laboral y nos consultamos, o nos preguntamos cómo nos vimos en tal entrevista. Aunque estamos en ámbitos tan diferentes, esa diferencia suma, porque nada mejor que te tire una onda el que es muy diferente a vos ¿no? Tenemos una relación muy copada.
–Mentira la verdad fue nominado a los Emmy, ¿cómo lo vivió?
–Fue todo un orgullo. Primero porque el programa era antipochoclo y fue nominado por la televisión pochoclera. Fue genial, estás todo el tiempo despotricando contra la televisión amarilla y después te premian. Pensaba que quizás algo estaremos cambiando. Igual perdimos, pero en el momento en que estábamos en la mesa y leían las ternas yo no me podía aguantar. Estábamos ahí, en Nueva York, con los chicos de Mulata Films, y fue fantástico ver ese mundo inédito. Yo no quería perder y tomé mucho. Cuando dieron el nombre del que ganó ya estaba en el más allá. Nunca vi tanto despilfarro, y fue muy loco ver toda esa ostentación para la premiación de programas con objetivos sociales. Así que el alcohol fue un buen remedio para no hacerme cargo.
–¿Cómo se sintió conduciendo un ciclo de cine sobre el amor?
–Casi me muero viendo esas películas, porque me involucré. Tuve que ver 32 películas de amor en un mes y elegir. El amor es un tema que me apasiona y me parece que es uno de los más necesarios para ser repensados, porque en general es de aquellos a los que la cotidianeidad les pone un velo. Casi hasta por definición el amor parece tener algo de irracional y, por lo tanto, de no pensable. Me preocupa cómo detrás de las relaciones perceptivas se esconden relaciones de poder que tienen que ver con pensar el amor como posesión, como propiedad. En la medida que nuestras relaciones vinculares son pensadas como propiedad después se entiende lo que es el capitalismo.
–¿Con qué filósofo le gustaría tomarse un café y qué le preguntaría?
–Con Derrida. Porque lo leo y me encuentro a mí mismo pensando como piensa él. Esa sensación de cercanía me genera el deseo de haber podido conocerlo. Me hubiese gustado tomar un café con Heidegger, que para mí es una cabeza extraterrestre. No le preguntaría nada, sólo lo miraría pensar.
Producción: Gimena Bugallo Raponi