El arte de la elegancia
Es uno de los contrabajistas más emblemáticos e influyentes del jazz. Su participación en el segundo gran quinteto de Miles Davis desembocó en una de las músicas más bellas y audaces del siglo XX. Ahora vuelve a la Argentina con el Golden Striker Trío para realizar una gira que concluirá en el teatro Gran Rex. Antes, habló mano a mano con El Planeta Urbano.
Con 76 años, 50 de carrera, más de 2.500 grabaciones y más de 130 composiciones originales, queda claro que Ron Carter ya tiene ganado un lugar de privilegio en la historia del jazz. Pero si a los números les incorporamos nombres, la dimensión de ese recorrido se hace todavía más evidente. El contrabajista grabó con Miles Davis, Eric Dolphy, Bill Evans, Oliver Nelson, Jim Hall, Chico Hamilton, Herbie Hancock, Freddie Hubbard, Sonny Rollins, Wayne Shorter y McCoy Tyner, entre muchos otros; y tocó con Thelonious Monk, Chet Baker, Alice Coltrane, el Gato Barbieri y hasta James Brown y B. B. King, también entre muchos otros. A partir de esas experiencias, Carter realizó una contribución determinante en la expansión del rol de su instrumento en el género. Pero el músico nacido en Ferndale (Míchigan, EE.UU.) no se conforma con estadísticas y pergaminos. Sigue girando alrededor del planeta y con su Golden Striker Trío llegará nuevamente a la Argentina y tocará el viernes 4 de octubre en el teatro Gran Rex (Corrientes 857, Caba). Ensimismado, parco, pero siempre respetuoso, la capacidad expresiva de Carter en una entrevista contrasta con su rico lenguaje musical. Acaso esas formas no sean gratuitas. A los 10 años abrazó el violonchelo y no quiso soltarlo nunca. Quería dedicarse a la música clásica, estudió en la Cass Technical High School y continuó en la Eastman School of Music de Rochester. Pero sus avances en ese campo se vieron frustrados por el racismo dominante en los EE.UU. de principios de los 50. “Yo estaba tocando música clásica pero ese mundo no estaba listo para tener a un afroamericano en sus orquestas”, revela Carter a El Planeta Urbano. Esa marginación lo deprimió y él mismo confirma que le dejó una huella profunda que llevará consigo por siempre. Pero poco después su vida daría un vuelco hasta entonces inesperado: se dedicaría al jazz, y el repaso previo de su historia nos dice que no le fue nada mal.
A principios de los 60, Carter se mudó a Nueva York, el centro del universo del género. Allí alcanzaría el título superior como intérprete de contrabajo en la Manhattan School of Music. En esos años formó parte del quinteto de Chico Hamilton y luego del trío de Bobby Timmons. Ya comenzaba a construir una historia importante. “Hasta poco antes yo no estaba relacionado con el jazz y sabía poco y nada. Pero aprendí muy rápido. Básicamente, de la calle, de tocar todo el tiempo y de algún disco”, puntualiza.
En los siguientes años, seguiría sumando prestigio. Tocó con un abanico impresionante de músicos que van del free jazz de Eric Dolphy a los tonos más cool de Art Farmer. Justamente, cuando acompañaba a Farmer, Miles Davis lo vio y decidió convocarlo para su nuevo proyecto. El primer álbum del contrabajista con Davis fue el clásico Seven Steps to Heaven (1963). Pero poco después tomaría forma el segundo gran quinteto del trompetista, que completaban Herbie Hancock (piano), Wayne Shorter (saxo) y Tony Williams (batería). Esa formación quedó en la historia por discos como ESP (1965), Miles Smiles (1966) o Nefertiti (1967), pero ante todo creó un nuevo horizonte para el jazz y la música en general.
Con su nuevo grupo, Davis quebraba las dimensiones del hard bop y el jazz modal en favor de territorios únicos, liberados de muchas ataduras pero sin perder de vista la belleza. ¿Por aquel entonces tendrían conciencia de que se trataba de una de las formaciones de jazz más audaces y emblemáticas de la historia? “No puedo hablar por ellos –se disculpa Carter–. Pero para mí no había ningún sentimiento por el estilo en ese momento. Trabajábamos de eso, estábamos muy concentrados y queríamos hacer algo fresco. Miles era el líder, pero el resto de nosotros contribuía, ya sea con composiciones o diversas ideas de cómo abordarlas.
Trabajábamos mucho en esos tiempos. Prácticamente no parábamos de tocar y lo poco de tiempo que nos quedaba libre lo usábamos para ver a nuestras familias. Nuestra base estaba en Nueva York, pero gran parte del tiempo estábamos en la ruta.” Carter también recuerda con entusiasmo su paso por el Sonny Rollins Quartet durante fines de los 60 y parte de los 70. No es para menos, Rollins es uno de los tenores más potentes de la historia del jazz y su trabajo e influencia sólo pueden encontrar rival en el gran John Coltrane. “Fueron tiempos excitantes. Tocábamos varios shows por semana, los discos se vendían bien, sonábamos en la radio y la música también era muy buena. Fue un gran momento para mí, tanto personal como profesionalmente”, recuerda.
En relación a su enorme experiencia con músicos tan disímiles, Carter reflexiona a modo de conclusión: “Afortunadamente, siempre me convocaron muchos músicos muy diferentes. Ellos confiaban en mí, al igual que los productores. Confiaban en que pudiera sumar algo a su música. Pero aunque tengan diferentes estilos, todos trabajan con las mismas notas. Uno tiene que aportar lo suyo para que la cosa fluya de la mejor forma. Creo que de eso se trata ser músico de jazz”.
Trío dorado
Antes de llegar al Gran Rex, Ron Carter tocará en Córdoba el 1 de octubre; en Neuquén, el 3; y en Rosario, el 5. Lo acompañarán el pianista nacido en Nicaragua Donald Vega y el guitarrista Rusell Malone. “Ellos son jóvenes entusiastas y músicos serios. Son tan dedicados como yo a tocar jazz y tocarlo bien”, explica el contrabajista.
El Ron Carter Golden Striker Trío se sostiene en los diálogos musicales permanentes entre sus componentes, que abren un lienzo pleno de tradición jazzística e influencias latinas –el contrabajista tocó con Hermeto Pascoal, Carlos Jobim y el Gato Barbieri, entre otros–. “Son colores que me gustan y meto en mí música. No puedo explicarlo de otra manera”, asegura.
“Yo no estaba relacionado con el jazz y sabía poco y nada. Pero aprendí muy rápido. Básicamente, de la calle, de tocar todo el tiempo y de algún disco. Miles era el líder, pero el resto de nosotros contribuía, ya sea con composiciones o diversas ideas de cómo abordarlas.”