David Lebón, el último caballero del rock

Cuatro décadas de carrera no fueron suficientes para que el artista se convenciera de su importancia en la historia del género. Apenas pasados los 60 años, se lo escucha sabio, nostálgico y reflexivo. Un viaje íntimo con el referente histórico de la música nacional.

Se dice que Jimi Hendrix pronunció la frase “No tengo tiempo para pensar qué estarán pensando de mí”. Y se la interpretó como un vaticinio del inminente final de su vida. Para David Lebón, quien lleva marcada en su piel la imagen del guitarrista estadounidense, estas palabras se impregnarían de un sentido diferente. El ex Serú Girán, Pescado Rabioso y Polifemo, entre otras bandas históricas, prefirió evitar el pensamiento para no tomar conciencia del poder de su música. Algo que lo dejaría a merced de su extrema sensibilidad. “En la época de la Guerra de Malvinas me escribían algunos chicos para decirme que no se suicidaron después de escuchar Nayla. Fue muy fuerte”, recuerda. Superada la etapa de su alejamiento de la gran ciudad, Lebón vuelve al ruedo para reencontrarse con la gente y, quizá, consigo mismo.

 

–¿En qué momento de su vida se encuentra?

 

 

–Pegué un salto después de un vacío de dos años en los que fallecieron dos grandísimos amigos míos: Oscar Moro y Luis Alberto Spinetta.

 

 

–¿Cómo le afectaron esas pérdidas?

 

 

–Me sentí un poco solo. Me preocupé de tal manera que no podía ni grabar ni ir a tocar. Cada vez que me nombraban a Luis me quebraba; empecé a sentirme el último de los mohicanos. Para colmo, antes se habían ido Diego Rapoport (ex tecladista de Spinetta Jade) y Beto Satragni (percusionista uruguayo). Ni qué decir de las pérdidas de Pappo y de Moro. Fue como un dominó. Y yo me asusté.

 

 

–¿Le teme a la muerte?

 

 

–No le tengo miedo a dejar el cuerpo, pero sí respeto. Hay que estar preparado para ese viaje. Imagínese que si uno se pone a llorar si le rayan el auto, cómo puede reaccionar ante la muerte. Quizá sea hermoso.

 

 

–A pesar de la incertidumbre,  se lo escucha relajado.

 

 

–Es que, a pesar de que voy a cumplir 61 años, me gusta la experiencia y la tranquilidad que adquirí. El nombre de la gira que me lleva por todo el país es el que más representa mi estado de ánimo de hoy: “Parado en el medio de la vida”.

 

 

–¿Dónde se origina esa paz?

 

 

–En la certeza de saber que hay alguien dentro de mí que sabe más que yo. Todo está dentro de mí. Cuando descubrí que podía hablar y tocar al mismo tiempo, entendí que había alguien más trabajando en mi interior.

 

 

–¿Eso lo aprendió con sus maestros?

 

 

–No. Lo aprendí observando. Si se le presta la suficiente atención a la vida, no hace falta tener tantos maestros ni leer tantos libros. Cada uno puede ser un buen alumno de sí mismo; sólo hace falta estar atento y ver qué sucede.

 

 

–¿Alcanza con ser autodidacta?

 

 

–Para algunas personas sí. Yo necesito ayuda. Ahora estoy yendo a un psiquiatra que me encanta; no tiene la foto de Freud. La mayoría de los que conozco hablan como él. Y este tipo es un apasionado que me habla de música. Y así podemos hablar de mis ataques de pánico.

 

 

–¿Por esos ataques se fue a vivir a las afueras de Buenos Aires?

 

 

–Sí. Me sentía amenazado; después entendí que vivía en estado de alerta ante falsas alarmas. En Pilar me encontré rodeado de belleza y demasiada seguridad, pero absolutamente solo. No me cruzaba con vecinos porque estaban metidos todos en sus búnkeres. Terminé por extrañar a la gente y me volví a la Capital.

 

 

–¿Qué diferencia hay entre este alejamiento y los 12 años que vivió en Mendoza?

 

 

–A Mendoza me fui para frenar un poco cuando entendí que mi vida siempre es más importante que mi trabajo. Quería alejarme del alcohol y otras cuestiones. Pero no fue una decisión planificada, es más, todavía no sé por qué me quedé. Había ido a tocar un fin de semana, y el dueño del bar en el que me presentaba me invitó a quedarme durante toda la temporada pagándome un cachet, cediéndome un auto y una casa. Me quedé hasta que me sequé.

 

 

 “Con Charly tenemos una relación de amigos. Si jugamos a las bolitas, él se quiere quedar con el bolón… y yo también. En ocasiones hemos discutido, pero nos respetamos mutuamente. Y eso es lo fundamental.”

 

 

–Su vida parece signada por la improvisación. ¿Así decidió convertirse en músico?

 

 

–En realidad no me decidí. Cuando tenía 12 años viajamos con mi mamá a Estados Unidos; la habían contratado para ser instructora de paracaidismo. Nos embarcamos en un buque japonés durante 30 días para llegar a Panamá; en ese viaje escuché a Chubby Checker y el primer simple de Los Beatles, que estaban por hacer su gran desembarco en Norteamérica. En esa época le hice el planteo de que me interesaba dedicarme a la música; ella me lo permitió con la condición de que fuera famoso. La efervescencia de aquellos años hizo lo demás.

 

 

–O sea que triunfó por una imposición familiar. ¿Qué hubiera hecho si fracasaba?

 

 

–Nada. Si Dios no me hubiera dado este oficio sería un vago. Siempre fui un malcriado. Ni mi mamá, ni mi abuela, ni mi hermana, ni mis mánager jamás me dejaron hacer nada. Mire mis manos [las muestra]. ¿Se da cuenta? Parecen las de un chico de 20 años.

 

 

–¿Tiene noción del alcance de su obra?

 

–No. Siento que recibí un don que tendré hasta que me vaya de acá. Si fuera consciente de algo más no podría soportar la responsabilidad. A veces voy a tocar y vomito tres veces antes de llegar por el temor a no poder satisfacer al público. En esos momentos recuerdo una frase que me dijo mi maestro: “El alma no se pone afónica”, y pienso que la guitarra que voy a tocar me la compró la gente.

 

 

–¿Y qué sigue ahora?

 

 

–Lo que pueda venir. Todo es muy repentino. Acabo de completar una gira de 26 días, que es algo que nunca me pasó. Tengo a mi lado a Patricia Oviedo, quien, a pesar de mí, genera estas maravillas. Ella es lo más grande que encontré en mi vida.

 

 

–¿Por qué “a pesar” de usted?

 

 

–Porque yo soy un tipo muy quieto. Confío en este don que me fue dado; pienso que si me lo dieron indefectiblemente voy a tocar.

 

 

–¿Y ahora cómo siente lo musical?

 

 

–Estoy en una etapa de nostalgia. Me gustaría que la música volviera a escucharse en vinilo, que tiene una calidad sonora que jamás pudo superarse. También sería bueno que los sellos discográficos y los artistas volvieran a unirse.

 

 

–¿Cuándo se separaron?

 

 

–Por los años 80. Cuando los músicos empezaron a encerrarse en sus estudios privados defenestrando al aparato de marketing de las disqueras. Eso dio lugar a la aparición de los rockeros estrella, que poco y nada hacían por el negocio.

 

 

–¿Usted se incluye entre ellos?

 

 

–No, porque yo soy un caballero del rock. Una vez le dije a Charly García: “Las estrellas están en el cielo, acá todo somos terrenales”.

 

 

–¿Esa mirada sobre la música definió su relación con él?

 

 

–Con él tenemos una relación de amigos. Si jugamos a las bolitas, él se quiere quedar con el bolón… y yo también. En ocasiones hemos discutido, pero nos respetamos mutuamente. Y eso es lo fundamental. Estamos muchas veces en desacuerdo, pero juntos hacemos buenas cosas. Si nos juntamos con Pedro Aznar, mucho mejor. Como Oscar Moro ya nos falta, es imposible que la cosa vuelva a ser igual.

 

 

–Entre Charly y usted, ¿quién era la figura irreemplazable de Serú Girán?

 

 

–Ninguno. Una de las tonterías que dice Charly es que la banda la armamos él y yo, pero después de tanto tiempo Pedro y Oscar ya habían ocupado su propio lugar, superándonos muchas veces a nosotros mismos. Charly me respeta muchísimo y yo nunca le banqué ninguna mariconeada. Cuando dice “Mi capricho es un mandato” me cago de risa. Cuando yo estaba dejando la droga, él empezó a consumir; por eso cada vez que le digo algo me escucha, porque sabe que yo estuve en ese lugar mucho antes. Sabe que no le habla un boludo, sino un amigo que ya pasó por ahí.

 

 

–¿Cuál es la lección más importante que les inculcó a sus hijos?

 

 

–Me he tenido que acostar en la cama un par de veces [se refiere a los accidentes que tuvieron sus hijos]. También tuve que ir con ellos a reuniones con psicólogos para tratar de entender quién era su padre. Soy muy peleador y siempre terminé ganando yo porque soy muy cabeza dura.

 

 

–¿A qué conclusión arribaron?

 

 

–Que el padre soy yo, y que soy alcohólico. Punto; se acabó la historia. Y todos mis hijos son sanos. Una de las frases más lindas que escuché en mi vida, de cada uno de los cinco, es que de mí no aprendieron nada. Por suerte, se convirtieron en ellos mismos.

 

 

“En esa época le hice el planteo a mi mamá de que me interesaba dedicarme a la música; ella me lo permitió con la condición de que fuera famoso. La efervescencia de aquellos años hizo lo demás”.

 

 

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