Despreciando, fracasaremos

Los científicos descubrieron que pocas cosas garantizan con absoluta certeza el fracaso de una pareja como el desdén, que crece como un tumor y se alimenta parasitariamente. Al quitarle valor, se reduce la integridad del otro, y esa es una manera de matarlo de a poco.

El escritor Malcolm Gladwell cuenta que los psicólogos John y Julie Gottman han desarrollado un método científico para predecir con un asombroso grado de certeza (90 por ciento) si una pareja seguirá casada o si se divorciará dentro de los cinco años. Para lograr tan perfecto grado de futurología, los Gottman sólo necesitan oír o leer una transcripción de quince minutos de conversación entre el matrimonio en cuestión.

 

 

¿Cómo lo logran? Principalmente, los psicólogos buscan algunas señales que son claves para determinar el éxito o fracaso del proyecto conyugal.

 

La clave más importante: cualquier rasgo de desdén o desprecio garantiza el éxito del pronóstico y la certeza absoluta del fracaso matrimonial. Dicho de otra forma: pocas cosas garantizan con tanta certeza el fracaso de una pareja como la presencia del desprecio en el vínculo.

 

El desprecio crece como un tumor y se alimenta parasitariamente: cuanto más crece el desprecio, más vida consume el parásito. Despreciar a alguien es, en efecto, lo opuesto de apreciarlo. Cuando apreciamos damos valor, elevando al prójimo. Al despreciar, al quitar valor, reducimos la integridad del otro. En efecto, podríamos decir que despreciar a alguien es un método sencillo para matarlo de a poco, y que apreciar y elogiar son dos formas de dar vida.

 

De aquí surge la palabra entusiasmar, que significaría algo así como inyectar a Zeus en el corazón del prójimo o elevarlo y colocarlo a la altura de lo divino.

 

Tal es el poder que tiene cada persona: todos podemos elevar o menospreciar, generando con nuestra mera conducta hacia los demás un enorme cambio en sus vidas.

 

¿Estamos, acaso, a la altura de este privilegio? Sospecho que no hemos tomado total conocimiento de nuestro verdadero poder, y que el desprecio es más bien el resultado de nuestra ignorancia y debilidad que de nuestras malas intenciones. Nadie despreciaría con tanto afán si fuera puramente consciente de lo que esto genera.

 

 

Desde la aparición de las redes sociales se ha despertado nuevamente en los círculos educativos la preocupación por el bullying o maltrato entre alumnos.

 

 

La problemática no es nueva, pero las redes sociales ofrecieron algún grado de anonimato que trajo cierto desequilibrio a las fuerzas del aprecio.

 

Las épocas pre-Facebook requerían al menos algún grado de valentía por parte del bully. Ahora, por el contrario, cualquiera puede esconderse un poco y molestar a los más débiles desde el anonimato. Se suele decir que el bully utiliza el punto más débil de su víctima y así logra dar en el blanco cada vez que ataca. Al más gordo lo trata de gordo, al más flaco de flaco, al nerd de nerd, al judío de judío, al chino de chino, al hijo de padres separados de hijo de padres separados. La estrategia es encontrar el punto más débil del otro y recordarle su debilidad una y otra vez, despreciándolo hasta producir un daño psicológico severo.

 

 

Existen dos formas de liderar y sentirse fuerte. Existen líderes manipuladores que abusan y menosprecian a los demás para sentir su poder. Asegurándose de que todos se sientan más débiles, estos líderes se sienten superiores. Por el contrario, otra forma de liderar es elevando a la gente que uno tienen alrededor.

 

Después de todo, quien tiene la posibilidad de elevar al prójimo, no mostrándole sus debilidades sino realzando sus fortalezas, tiene las llaves de un poder infinitamente superior. ¿Y dónde, acaso, encontramos mayor coraje y valentía: en el líder que disminuye y deteriora o en aquel que eleva y construye?

 

Nos hemos olvidado de que los seres humanos hemos sido dotados con la libertad de elegir cada una de nuestras acciones. También poseemos la libertad de elegir el lenguaje con el que nos expresamos. Tanto desprecio se escucha en la cotidianeidad –desprecio en las parejas, desprecio en el trabajo, desprecio en la calle, desprecio en la política, desprecio en el deporte, etc.– que corremos el riesgo de acostumbrarnos a disminuirnos y de atrofiar nuestra capacidad más noble que nos habilita la posibilidad de elogiar a los demás. John y Julie Gottman garantizan, con una breve lectura de quince minutos, el éxito o fracaso de una pareja. ¿No podremos acaso garantizar, con el mismo grado de certeza, el éxito o fracaso de una sociedad entera basándonos en la misma técnica? Será que si continuamos haciendo uso del desprecio sólo lograremos acertar, con meticulosa certeza, que como sociedad habremos fracasado.

 

No dudo de que todos busquemos el mejor camino para garantizar nuestro triunfo como pueblo. Triunfaremos cuando encontremos el camino a la estabilidad, cuando nos acerquemos a reducir problemas como el hambre, la pobreza, la violencia, el desprecio.

 

 

Me parece que el trabajo de estos psicólogos ofrecen una clave de oro: despreciar menos, apreciar más.

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