Un verdadero cuento de la selva
El turismo ecológico es maravilloso, sobre todo en los lodges manejados por los indígenas de la Amazonia, donde hay pájaros indescriptibles, caimanes de cinco metros y los míticos delfines rosados.
La Amazonia es una vastísima región (aproximadamente seis millones de kilómetros cuadrados) que abarca parte de Brasil, Perú, Colombia, las Guayanas, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Todos hemos oído hablar de la importancia que tiene esta región para la supervivencia del planeta y sus especies, incluyéndonos. Con estos datos en la cabeza, cómo no pensar en conocer alguna vez una parte, aunque sea mínima, de su territorio. Maleta en mano, con la brújula marcando el Ecuador, allí fuimos.
Un lugar en el corazón del Ecuador
Desde una pequeña y pintoresca ciudad portuaria con mucho de realismo mágico, cuyo nombre es Coca, parten las barcazas que río Napo arriba llevan al viajero hasta algunas de sus recónditas márgenes. Después de una caminata por el corazón de la selva que hace imposible no pensar en toda la literatura, el cine y la tele que la evoca, unas canoas más pequeñas, hábilmente comandadas por nativos, se internan en la que llaman Laguna Negra para llevarnos a alguno de los escondidos lodges. Cae la tarde de un día que comenzó tropicalmente lluvioso en Coca, y el cielo, que vemos en los huecos del complejo entramado de las lianas y otras plantas misteriosas, se pinta de celeste anaranjado. La selva va abriéndose, la Laguna Negra hace homenaje a su color, los pájaros de los colores más diversos nos sobrevuelan y llegamos a nuestra morada en el corazón de la jungla.
Donde la hospitalidad se enlaza con la conciencia El Sani Lodge (uno de los tantos posibles alojamientos de que disponen los indígenas que habitan esta región desde el principio de los tiempos) es un rústico pero confortable lugar que sorprende al viajero desde el inicio: los camareros nos esperan con cócteles de naranja y aguardiente en el muelle mismo del embarcadero. Los sonidos han desaparecido. Todo es sobrecogedor. Las construcciones esparcidas en medio de la vegetación, profusas en madera y juncos; la quietud del lago, que debe su nombre y su color a las hojas de las plantas que hacen de techo y sedimentan en su fondo; el naranja del cielo que vira a violáceo; el murmullo de la selva, todo es extraño y apasionante.
Al día siguiente elegiremos algunas de las rutinas que estos guías, proteccionistas y concientizadores, tienen preparadas para nosotros. Antes cenaremos a la luz de las velas y aprovecharemos para leer bajo el dosel, antes de que, a las 11 en punto de la noche, las luces se apaguen. Los paneles de energía solar van a descansar, igual que los huéspedes.
Una caminata diurna por la selva
La canoa y su afable conductor son siempre el punto de partida de cualquier actividad. Por la mañana, luego del delicioso desayuno, partiremos hacia una de las orillas de la laguna para iniciar una caminata por el corazón de la jungla. Provistos de botas, linternas –la oscuridad en medio de semejante vegetación puede ser riesgosa–, capas de lluvia y mucha curiosidad, iremos descubriendo especies maravillosas de monos, tapires, mariposas multicolores, iguanas, serpientes y los árboles medicinales más viejos y útiles del mundo. Todo tiene una explicación ilustrada, una coherencia ecológica y una razón de ser. Y de estar. Que parecen lo mismo, pero a la luz de la tala de la que han sido víctimas estas tierras no lo es. El paseo es excitante, didáctico, sorprendente.
Y a la vuelta, la ducha de agua helada, la deliciosa comida del chef de cuisine (los nativos mandan a sus hijos a estudiar las más variadas profesiones y oficios a fin de que estas tierras se conserven y mantengan sus costumbres) y el descanso reparador nos preparan para otra jornada.
Eumerar las actividades que se pueden realizar es agotador. Aquí van algunas de las más atractivas, quizá por lo diferentes. Una de ellas es la navegación y caminata hasta un canopy (especie de atalaya construido sobre un árbol, en medio de la selva, a 40 metros de altura) desde el cual se pueden avistar aves milenarias (las hay prehistóricas), tucanes de los más extravagantes colores, loros, monos aulladores... ¡y hasta osos perezosos! Estar allí arriba es como sentirse insignificante y dueño del mundo al mismo tiempo.
El avistaje del delfín rosado requiere unas horas de navegación río arriba. Y de repente, allí están, estas criaturas casi mitológicas, únicas en el mundo. Se supone que se han adaptado a las aguas del río luego de que la fractura oceánica que dividía el continente americano en dos mitades fuese sellada por el istmo de Panamá, o algo así... Lo cierto es que los delfines rosados, a diferencia de los unicornios, existen.
De todos los paseos, el más interesante para este viajero resultó el avistaje nocturno de caimanes. Escondidos entre los juncos que orillan la laguna, son muy difíciles de ver a la luz del día. La navegación nocturna, los guías expertos y unas potentes linternas que hacen fosforecer sus ojos y descubrir sus enormes cabezas permiten verlos en todo su esplendor durante la noche.
Todo es silencio, cielo atestado de estrellas como brillantes y el sigilo de estos lagartos de entre tres y cinco metros, agazapados, esperando, y ofreciéndonos el más espectacular final para nuestra incursión en estas regiones benditas del planeta.