Sin sombras ni Greys

 

Almudena Grandes, Marguerite Duras y Milan Kundera nos regalaron personajes que, sin buscarlo, le pasan el trapo a la Lolita de Nabokov: son intensos, fogosos y ejercitan el más importante de los órganos sexuales, el cerebro.

Lu-lú: la punta de la lengua emprende un viaje de dos pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el segundo, en el borde de los dientes. Lu-lú. La paráfrasis del famoso comienzo de Lolita no es en absoluto caprichosa si se trata de presentar a Las edades de Lulú, la primera novela de la española Almudena Grandes. De hecho, la pequeña Lulú tiene bastante en común con la heroína de Nabokov aunque, a diferencia de esta, su voluptuosidad se mantenga (y se acreciente incluso) con el tiempo. La novela narra la iniciación sexual de Lulú, una estudiante de 15 años, en sucesivas escenas de seducción con el mejor amigo de su hermano, algunos años mayor. Hasta ahí, un clásico.

Pero Lulú no es Lolita. Y crece. Y aquello que en un principio le (nos) pareció excitante, ahora ya no le parece. Y decide ir por más, no importa cuán complejo ni peligroso pueda resultar. Sin necesidad de sombras ni de Greys, Lulú no para. De verdad. Y como sostén de sus cada vez más variadas experiencias sigue estando la mirada cercana de aquel primer amante, el mejor amigo de su hermano, el que se convertirá en su marido, el que años después dejará de serlo. Porque además de ser una de las novelas eróticas mejor logradas en mucho (mucho) tiempo, Las edades de Lulú es una historia de amor.

La de dos personas decididas a experimentar las posibilidades y límites de la sexualidad, que se comprometen a mantener a través de los años un objetivo en común: encontrar placer. A veces el hedonismo resulta compartido (y otras, claro, no tanto). La novela recibió en 1989 el XI Premio La Sonrisa Vertical, fue traducida a 19 idiomas y adaptada al cine por Bigas Luna, lo que terminó de llevar a su autora a la fama. No era para menos. Almudena Grandes creó una heroína para nada sencilla que, sin ser la Justine de Sade ni haberse escapado de un casting de Almodóvar (aunque siendo deudora de ambos universos), transgrede con un deseo tan poderoso que sólo puede ser empatado ya no por Lolita, sino por Afrodita.

 

 

 La historia de una joven de 15 años que se inicia en el amor con el mejor amigo de su hermano.

 

 

 

El secreto de sus ojos

 

Se encuentran cada noche en una habitación frente al mar. A él no le gustan las mujeres pero ofrece pagarle para verla desnuda. Ella no es una prostituta, pero acepta su dinero. Hay algo que los une: ambos estuvieron con el mismo hombre, el de “los ojos azules y pelo negro” que da nombre a la novela. Ninguno de los dos puede (ni quiere) olvidarlo.

Entretanto, juntos crearán un universo particular con sus propias leyes, cerrado a los demás, con tiempos y ritos propios. Todo transcurre en una habitación cerrada con una única bombilla de luz invariablemente encendida. Ella duerme desnuda bajo ese foco brillante, un pañuelo negro tapándole los ojos. Se abandona al sueño. Él la observa, la ausculta, no la toca (o casi). Y en ella –o quizás en ambos– va creciendo una pasión inédita, sin nombre, arrolladora, desesperante.

En Los ojos azules pelo negro Marguerite Duras, célebre autora de El amante, crea personajes a la medida de un antojo en el cual el sexo, por su ausencia, es protagonista. Con recursos propios del teatro, los cuerpos en escena se abandonan a una angustia honda, la de estar ahí, así de vivos y agonizantes. Un ejercicio literario de una belleza simple, como todo lo verdaderamente enroscado.

 Un relato que transcurre en una habitación cerrada y apenas iluminada por una lamparita.

 Leves, tan insoportables

 

¿Cuáles son tus ojos ideales? El interrogante, una vez formulado, resulta difícil de pasar por alto. Quien se lo pregunta es Franz, protagonista de La insoportable levedad del ser, una de las más aclamadas (con razón) novelas del escritor checo Milan Kundera. Por supuesto, él conoce la respuesta: no importa con qué mujer comparta su vida, vive bajo la aprobación imaginaria de los ojos de Sabina, su amiga y confidente, su amante eterna.

Un Don Juan que, con Praga en el 68 como telón de fondo, cercado por las murallas del comunismo y sin posibilidad de ejercer como cirujano por ser considerado disidente, invierte sus días en disquisiciones sobre la vida en pareja, las (im)posibilidades de la monogamia y la inutilidad de la existencia. La suya es una pulsión interesante, que se regodea en la culpa, que goza intensa y trágicamente como sólo saben hacer los puritanos. Eso sí, mientras su única motivación vital parece ser la seducción, su mujer, al tanto de todo, parece tener otros planes.

La novela, traducida a decenas de idiomas y llevada al cine por Scorsese con Daniel Day-Lewis en el papel principal, fue prohibida durante años en la tierra de su autor (al igual que el resto de su obra) y recién fue publicada en 2002, 22 años después de su edición en París. No por nada Kundera recibió en 2007 el Premio Nacional Checo de Literatura, pero prefirió no asistir a la ceremonia de entrega. Cualquier semejanza con sus personajes no es mera coincidencia.

Una novela extraordinaria, publicada en la tierra de su autor 22 años después de escrita.

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