Sólo los genios vuelven de un éxito
Este es un merecido homenaje a Paul Weller, el hombre que un día dejó el punk y al otro, sin darse cuenta, con The Style Council, inventó el acid jazz. Acá tardó en llegar y en entenderse, pero al final triunfó.
Era una linda tardecita porteña, 1985 estaba ya en sus finales, sería noviembre, calculo. Salíamos con Eduardo de la Puente de la Galería del Este, vivíamos ahí adentro, básicamente porque escribíamos en Satiricón, que estaba enfrente, y de ahí nos movíamos adonde fuera. Así es que en Marcelo T. y Maipú nos cruzamos con Andrés Calamaro, que venía exultante con un disco recién comprado en El Agujerito y, ante nuestra insistencia, sacó de la bolsa el objeto cultural antes conocido como long play y nos mostró The Style Council. “Ah, Paul Weller, el de The Jam” dijimos al unísono Eduardo y un servidor, y Andrés nos avisó que el bueno de Paul ya no era más punk, ahora tocaba en serio. Ahí nos separamos, Andrés rumbo a Palermo y nosotros al Bajo, a la primera Rock & Pop, donde yo musicalizaba y Edu escribía las publicidades. Era otro mundo el siglo pasado, no había internet, celulares, Twitter ni mierda. Ni siquiera había TV por cable, de modo que hacernos de discos importados era una patada en la espalda, a veces había que esperar meses hasta que llegaran. Pero eso no me importó y me comuniqué por teléfono con nuestra chica en EE.UU. (se sorprenderían si dijera el nombre) y le pedí que me mandara The Style Council en el primer envío.
El disco que tenía Andrés era Café Bleu, el primero, pero a esa altura me llegó el segundo antes que a ninguno: era Our Favourite Shop. Lo llamé a Edu y lo pusimos en su casa, escribimos sobre ellos en Satiricón y yo lo ponía en Radio Bangkok todos los días. Deberíamos haber tenido en cuenta que a The Style Council todavía no lo conocía nadie, eso explicaría el fracaso de Satiricón y por qué la gente cree que Radio Bangkok era un programa cómico. Sería algo así como una década después que la influencia de The Style Council se hizo carne en el pueblo, cuando el acid jazz inundó las ondas radiales avanzadas y esa música tan cool se convirtió en la favorita de la intelligentzia porteña.
Es que, quizá sin proponérselo, The Style Council inventó el acid jazz. Así fue que con sus discos, además de conseguir pilotos blancos y cortarnos el pelo con flequillo alborotado, todos afinamos la oreja.
Es curioso, pero fue un punk el que inventó eso. Paul Weller, ex líder de The Jam, quizá junto a los Clash, la vena intelectual del punk rock, banda que se había separado unos años atrás y con ellos empezaba a diluirse la estela punk; ya no estaban los Pistols, los Clash andaban coqueteando con el mainstream desde Combat Rock y el pop y el pospunk comenzaban a mandar en la difusión radial. Para explicarlo en pocas palabras, todo estaba entre The Police, Madonna y Dire Straits.
Ahí, a mediados del 85, aparece el nuevo proyecto del genial Paul Weller, que venía del éxito con su banda punk The Jam. Como bien decía creo que Oscar Wilde, cualquier pelandrún vuelve de un fracaso, pero solamente los genios vuelven de un éxito. Quiero significar que la expectativa por el regreso de Weller era alta. Pero jamás esperamos algo así. ¿Un disco de jazz? Con una banda semisoul? ¿Está loco o es genial? Y era un genio, nomás. Acá, en Baires, sucedió que el primer disco no llegó ni en noticias, estábamos todos mirando cómo era vivir en democracia, con banda de sonido en vivo de Soda, Sumo, Redondos, Abuelos, García, Spinetta, un principiante Fito y demás, así que demasiado ocupadas teníamos las orejas como para interesarnos en un ex punkie londinense. Pero The Style Council apareció en 1984, con Paul componiendo y tocando la guitarra además de cantar, acompañado solamente por el pianista Mick Talbot, que venía de los Dexys Midnight Runners, una de las más oscuras bandas de soul inglés de la historia, divinos también. Así es que los dos firman Café Bleu, con el himno “My Ever Changin’ Moods” (“Mis siempre cambiantes estados de ánimo”), una canción toda belleza, y creo que también “You’re the Best Thing”, la canción más infalible con las mujeres en todos los 90.
Acá estábamos en otra, afortunadamente, y pasó desapercibido, básicamente porque era importado, carísimo, y acá teníamos lo nuestro. Pero Café Bleu de a poco se empezó a escuchar en toda fiesta de no más de diez personas, era como un secreto guardado por pocos, y conocer a The Style Council como un rito de iniciación. Hay que tener en cuenta que no existían Facebook ni YouTube, así que tenías esos artilugios para saber en quiénes podías confiar tu cajita feliz o tu corazón. Si una chica conocía The Style Council, había varios pasos avanzados hacia la realización de algo.
Así fue como el primer disco que conseguí de SC fue el segundo Our Favourite Shop, que para muchos entendidos es el cenit en la vida de la banda. Ya desde la tapa el disco invita al bienestar, con ambos de traje sobrio en una tienda de todo por 1.000 dólares, digamos, mirando discos y libros. En riguroso blanco y negro sepiado, una delicia. Observando los créditos vemos que la banda ha crecido, con un baterista de 18 que aún hoy acompaña a Weller, Steve White, que tiene una patada de burro en la derecha y un pájaro leve en la zurda. Los vi en los 90 en el Soho de Londres, y en escena son mágicos. Y también había una corista (a la larga, esposa de Paul), Dee C. Lee, que después deslumbró con Sakamoto y con David Sylvian.
La música, que es lo que hizo grande a Our Favourite Shop, es una colección de canciones que adelantaron lo que años después fuera el acid jazz, género que nació celestial de la mano del sello Acid Jazz, justamente, del visionario Eddie Piller, quien hizo grabar a SC de piratas, bajo el nombre de King Truman, canciones para Acid Jazz a modo de divertimento, y fue quien revivió a Terry Callier (1, 2, 3, Google…). Como decía, el acid jazz fue un género que nació en los 90 en Acid Jazz, justamente, y que murió el día que alguien hizo Bossa and Stones, digamos.
Adiós al punk. La estética de las tapas siempre fue extraordinaria.
Del primer disco de Weller tuvimos ni noticias. Estábamos ocupados en redescubrir a Charly, Soda, Sumo y otros.
El álbum abre con “Homebreakers”, rompe hogares que no los rompían por amor o engaños: habla de la clase política toda, siempre encargándose de romper los hogares de la gente. Sí, música linda con mensaje, una mezcla eterna y que no falla nunca. Después, una latineada suave en “All Gone Away”, que invita al suave meneo de caderas, y un solo de flauta tan acidjazzero. Nada suena más soul quiet que un solo de flauta, si no pregunten por Marvin Gaye. Ahí llega un tema pop, “Come to Milton Keynes”, que habla de un rico suburbio londinense, una especie de barrio cerrado, según me dijeron, y unos versos que dicen: “Let us share our insanity, go mad together in community”, en fin. Y entonces llega el casi rabioso “Internacionalist”, que fue la canción que le abrió la puerta del mercado estadounidense, tanto es así que allí este tema le dio título al disco.
Después aparecía “A Stones Throw Away”, donde Paul se acompaña solamente de un cuarteto de cuerdas en una oda pacifista donde nombra a EE.UU., Johannesburgo y Chile, por ejemplo. Después, el durísimo “The Stand Up Comic’s Instructions”, que de ser leído por todos los standaperos no tendrían más que salir por atrás y retirarse. Ahí aparece entonces “The Boy Who Cried Wolf”, y por cuatro minutos el disco se convierte en un manifiesto antidiscriminatorio.
Un par de canciones más y llega “The Lodgers”, otra feroz crítica social arropada en una melodía muy british, con uno de los mejores punteos de guitarra de los 80 y unos coros alla Dee C. que te paran los pelos. Hay otro par geniales para llegar al gran final con “Shout To the Top”, gritar hasta que no puedas más, si la situación lo requiere, el más marchoso y famoso tema de la banda, que muchos usábamos para ponernos vertical después de despertarnos, con onda. Acá hasta fue la cortina de presentación de un programa pedorro de malos chistes que se llamaba Finalísima del humor, o algo así, que lo único bueno que aportó al pueblo fue la presentación con música de The Style Council. Acá la termino, está todo pago, muchas gracias, buenas noches, y como decía el inolvidable Juanito Belmonte en las noches de Shampoo: “Apláudanme, que me voy”.
Elegancia clásica para la tapa de uno de sus discos más exitosos.