Nosotros y la tecnología: del enamoramiento al amor

 

El entusiasmo por las redes sociales es como el flechazo, nadie sabe cuánto va a durar. Si lo hace es porque se convierte en otra cosa, más madura y pensada.

Vivimos en un mundo paradójico. Contradictorio, ambiguo, difuso, donde conviven extremos aparentemente antagónicos.

Esa es la esencia de la paradoja, unir aquello que en apariencia se contradice. ¿Es posible que a más tecnología, mayor sea la distancia? ¿Puede tanta conexión finalmente desconectarnos? ¿Qué tipo de sociabilidad están construyendo las redes sociales? Mil millones de personas ya están en Facebook. El éxito es irrefutable. La creación de Mark Zuckerberg cambió el paradigma de la privacidad y la conectividad social. La tecnología, como nunca antes, está transformando la cultura.

En cierto modo, la vida de la gente es diferente antes y después de Facebook. ¿Por qué entonces en diferentes blogs y foros comienzan a aparecer personas que se borran de la gran red social? ¿Es un nicho insignificante o una señal incipiente de algún cambio que aún no alcanzamos a definir ni descifrar?

Algunos teóricos sostienen que los cambios tecnológicos de los últimos 30 años no son realmente significativos en la historia de la humanidad. Que nada ha cambiado de modo estructural. Que seguimos haciendo lo mismo de siempre pero a través de nuevos medios. Y, que si algo hubiéramos logrado, eso no es más que entretenimiento pero no un avance significativo ni un salto de calidad en nuestro estándar de vida. Sostienen sus argumentos diciendo que la revolución tecnológica no puede, de ningún modo, compararse con la revolución industrial. Que no pueden equipararse el invento de la luz eléctrica, el ferrocarril o la aeronavegación con nuestros novedosos “juguetes”. Que equiparar a Steve Jobs con Leonardo da Vinci es una herejía. Lo que estamos comenzando a ver es que algunos están transitando con la tecnología un estadio similar al que va del enamoramiento al amor.

En la instancia del flechazo todo es fascinación. La subjetividad alcanza sus niveles más extremos. Un reciente estudio científico señaló que el cerebro de una persona enamorada tiene comportamientos y reacciones similares a los de alguien bajo el efecto de las drogas. La instancia del enamoramiento es tan intensa que no puede sostenerse de manera permanente.

La intensidad y la durabilidad son inversamente proporcionales. Lo intenso es de corto aliento. El enamoramiento habita la dimensión de lo perfecto. Pero la perfección no existe. Es un anhelo, una utopía, una búsqueda, siempre un viaje, nunca un lugar de llegada. Cuando las relaciones afectivas trascienden favorablemente, el enamoramiento deja paso al amor, que es mucho más rico, variado, oscilante, diverso y real que el enamoramiento.

En un sentido este es plano, mientras que el amor tiene cuerpo, densidad, profundidad, por eso puede sostenerse a través del tiempo. Recrearse, reinventarse, pasar por diferentes etapas. En el amor hay espacio para lo positivo y lo negativo. Y es la dinámica propia de cada equilibrio lo que hace que algunos amores perduren y que otros no.

Hace algunos años me dijeron: “Si no estás en Facebook, no existís”. Este tipo de pensamiento es propio de la fase de enamoramiento, no de la del amor. Seguramente muchos sigan pensando de la misma manera. Pero ya no todos. Ya hay quienes se permiten no estar y argumentan por qué.

Twitter no ha llegado todavía a la misma instancia, pero tampoco está tan lejos. Para los seguidores más fanáticos, el “mundo Twitter” se asemeja bastante al mundo a secas. Lo que tampoco es cierto. Sin que esto afecte en nada la importancia de esta otra gran red social.

Como sucede con las relaciones humanas, más allá de lo espectacular y extraordinario del enamoramiento, lo verdaderamente trascendente se construye en ese paso posterior que es el del amor. En la fase del amor con la tecnología, las personas tendrán la capacidad de reconocer sus virtudes, pero también sus defectos. Y por ende comenzar a tener con ella una relación más fructífera, más real. Menos efectista y más efectiva. Aprender a conectarnos y desconectarnos.

Crear nuestro propio mix de conexión virtual y conexión física. Conocer los límites que nos conviene desarrollar en el uso de las distintas herramientas tecnológicas como una manera de protegernos de sus costos colaterales. En ciertos sentidos los desarrollos tecnológicos recientes nos han cambiado para siempre.

De la PC e internet para aquí, somos otros. Y eso ya no tiene retorno. Nuestra manera de relacionarnos es otra. Comparar la invención de la luz eléctrica con la de Internet es tan injusto como comparar la invención de la rueda con la del ferrocarril. Son épocas diferentes. Instancias muy distintas del proceso acumulativo de la evolución humana.

No tiene sentido desconocer la capacidad real que tienen las redes sociales de conectarnos y las infinitas nuevas posibilidades que han creado, así como tampoco lo tiene soslayar el riesgo que entraña vivir tan pendiente de ellas, que las terminemos confundiendo con la vida.

Es sano no obviar lo obvio: la sociabilidad humana es, ante todo, personal. Necesitamos olernos, tocarnos, sentirnos, mirarnos, juntarnos, compartir. Y para eso, internet, el MSN, el BBM, Facebook y Twitter son maravillosas herramientas en tanto y en cuanto seamos capaces de relacionarnos con ellas desde el amor maduro y no desde el ciego enamoramiento. En otras palabras, tomarlas como lo que son: un medio, y nunca un fin.

Aquello de “si no estás en Facebook, no existís” ya dejó de ser una verdad absoluta.

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