El camarín de Yanina Solnicki
Es egresada de la carrera de Medicina, pero nunca ejerció. El diseño, en cambio, se convirtió en su medio de vida y la llevó a vestir a Juliana Awada para su casamiento y a ganar el Fashion Edition de Buenos Aires.
Siempre anheló una vida teatral, pero fue en el detrás de escena donde halló su propia voz. En 2008, el vestuario etéreo que las mujeres llevaban en Punta del Este inspiró a Yanina Solnicki a volcarse a la reconstrucción de prendas de época y levantó El Camarín, íntima tienda en Galerías Promenade. Elegida hoy para la alfombra roja por algunas de las actrices más reconocidas de la escena local, la diseñadora nos abre el backstage de su marca para esta nota.
–¿De cuándo data su relación con la moda?
–Me encanta la moda desde chica. Viajaba y me interesaba la ropa: me gustaba vestirme, comprar y ver negocios y revistas. Leo Vogue y Elle desde los 13 años y quería tener mi propia publicación. Siempre estuve muy ligada.
–Sin embargo, fue otra carrera la que eligió estudiar.
–Al terminar el secundario no sabía qué seguir. Venía de cursar teatro con Hugo Midón y soñaba con estar en los camarines, me fascinaba el backstage de los grandes teatros. Finalmente, me volqué a la medicina como mi mamá, quería probar que podía estudiar una carrera difícil. Me anoté en la UBA, estuve muchos años estudiando la carrera. La verdad, cada vez que tenía que cursar y ponerme un ambo me parecía algo fabuloso; era como un disfraz para mí, me sentía una persona importante. Pero cuando tuve que empezar a ejercer, a hacer clínica, me bajaba la presión con la sangre, no me gustaba estar ahí. No era lo mío.
–¿Y cómo pasó del quirófano a El Camarín, su marca de indumentaria?
–Quería levantarme a la mañana y tener ganas de hacer algo. En ese entonces, mi mamá había dejado la medicina, después de 30 años de ejercer, y había empezado con Kallalith en Punta del Este, local de bijou artesanal. “¿No querés que, el verano que viene, abramos un primer piso en el que vendamos ropa antigua, tacitas, música y libros de Taschen?”, le sugerí. Revolví todo San Telmo, colgué la ropa al inicio de temporada y fue un éxito. Venían diseñadores de todos lados, les encantaban las prendas y se vendió todo. Me acuerdo que preguntaban por la diseñadora y yo me escondía, no quería saber nada. Yo era médica, no diseñadora, sólo me encargaba de recolectar los vestidos. Durante el año no pensaba hacer nada, pero en junio estaba caminando por la Galería Promenade y encontré un lugar vacío. Pensé en qué pasaría si yo pusiese un local ahí, que estuviese escondido pero, al mismo tiempo, bien ubicado. Mi idea era que viniesen las productoras de moda a verme, vestir a las actrices.
–¿Y tener su propio camarín?
–Exacto. Tenía que llamarse así, no lo dudé. Después de muchos años, había vuelto a tener mi camarín. Empecé a buscar ropa de invierno, telas, modistas, decoré el local con papeles que fui encontrando y dibujos antiguos, puse a atender a una de mis amigas, todo con lo que tenía. Creo que no tenía ni idea de dónde me metía.
–¿Cómo explicaría a alguien que no la conoce cuál es la propuesta de su marca?
–Hacemos cosas diferentes, sexies, que más que mostrar, insinuan. La ropa está intervenida, usamos géneros antiguos combinados con otros modernos. Cada prenda es única: aunque me encantaría que hubiese diez iguales, no es posible porque muchos de los materiales también son únicos. Rara vez utilizamos materias primas cien por ciento contemporáneas Acá el secreto es la mezcla.
–¿Cómo logra encontrar tales reliquias textiles?
–Yo siempre digo que son cosas de mi otra vida. El universo me las deja y van apareciendo en mi camino. No se puede explicar. A veces estoy viajando, encuentro las puntillas y eso me dispara una idea de una prenda. Estuve en París, por ejemplo, y encontré un montón de albas (lo que las monjas le bordaban a los curas, que usaban debajo de las sotanas) y así fue como nació la colección de cápsula de novias que estoy presentando ahora, White Souls. Todo se va dando.
–Así como también se le dio la oportunidad de vestir a Juliana Awada para su boda con Mauricio Macri, un antes y un después en su carrera. ¿Cuál es su relación con ella?
–Juliana es amiga mía, nuestras hijas eran compañeras en el jardín. Cuando abrí el local en Punta del Este me ayudó a colgar toda la ropa y me dio una mano muy grande. Siempre vino a mis desfiles, usaba mis prendas, le encantaba lo que hacía. Cuando iba a casarse, luego del desfile de la colección Free Love, vino a verme porque no sabía qué usar. Yo tenía puesta una pollera, se la sugerí y le gustó. Yo no tenía idea de dónde me estaba metiendo y creo que ella tampoco. Igual sabíamos que era un conjunto diferente y la gente iba a volverse loca. Y así fue. Me llamaron de la radio, de las revistas, de la televisión… ¡Todos hablaban de El Camarín! Es al día de hoy que la gente sigue viniendo a buscar el vestido de Juliana Awada.
–¿Hacia dónde va hoy Yanina Solnicki?
–El año último ganamos con El Camarín el concurso Fashion Edition Buenos Aires organizado por Mercedes Benz, tenemos que ir a desfilar a México, así que estoy con la energía puesta en eso, en parte. También estoy haciendo vestidos a medida, que antes no hacía, y eso me demanda mucho tiempo. En temporada, nos vamos a Punta del Este, donde tengo dos locales, y a Montevideo. ¿Un sueño? Vestir a las actrices para la alfombra roja de los premios Oscar.
Sobre las tablas
Estudió actuación… “Con Hugo Midón, mientras cursaba el colegio. ‘Esta chica se la pasa pensando en los camarines pero no engancha con el estudio’, me repetían”.
Su pasatiempo… “Es ir al cine, me fascina también el teatro. Siempre entablo muy buena relación con las actrices que visto, tenemos mucho en común. De hecho, Elena Roger, cuando hizo Piaf, me invitó a ver Evita en Nueva York”. Una película… “The Sound of Music, Grease y West Side Story”.
Vistió a… “Mariana Fabbiani, Carla Peterson, Mónica Antonópulos, Elena Roger, Andrea Frigerio, Eugenia Tobal y Marcela Kloosterboer”. Sueña con …“Vestir a Mila Kunis, Rachel McAdams y Penélope Cruz”. Una curiosidad… “Mi hermano Gastón Solnicki hizo una película llamada Papirosen, que empezó a filmarse el día que nació mi hijo y tiene imágenes de toda la familia durante una década. La mostró en el exterior y se ganó todos los premios habidos y por haber. Después la presentó en el Bafici, usando una foto mía de cuando era chica como póster, sin preguntarme nada. Está captado El Camarín, mis desfiles y mi vida en film”. Punta del Este, local de bijou artesanal.
“¿No querés que, el verano que viene, abramos un primer piso en el que vendamos ropa antigua, tacitas, música y libros de Taschen?”, le sugerí. Revolví todo San Telmo, colgué la ropa al inicio de temporada y fue un éxito. Venían diseñadores de todos lados, les encantaban las prendas y se vendió todo.
Me acuerdo que preguntaban por la diseñadora y yo me escondía, no quería saber nada. Yo era médica, no diseñadora, sólo me encargaba de recolectar los vestidos. Durante el año no pensaba hacer nada, pero en junio estaba caminando por la Galería Promenade y encontré un lugar vacío. Pensé en qué pasaría si yo pusiese un local ahí, que estuviese escondido pero, al mismo tiempo, bien ubicado. Mi idea era que viniesen las productoras de moda a verme, vestir a las actrices.